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jueves, 26 de enero de 2012

Cómo sería España sin euro

12 / 12 / 2011 José María Vals

La ruptura de la moneda única haría a los españoles entre un 40% y un 60% más pobres. Pero los vecinos, incluidos los ricos, tampoco se irían de rositas.

"Euro o pobreza”. La frase lapidaria es de Mario Monti, primer ministro italiano, sucesor de Silvio Berlusconi por mandato europeo, pero que define exactamente la situación. Que la Eurozona explote desde dentro y acabe finalmente por romperse ha pasado de ser un imposible casi metafísico a una posibilidad que más de un político y muchos banqueros, empresarios y millones de ciudadanos han empezado a sentir como un peligro real. ¿Sería tan dramático abandonar o ser expulsado de la moneda única?

Los pocos escenarios teóricos que se han hecho, casi todos de modo privado en grandes grupos bancarios o de multinacionales, coinciden en dos cosas: los países que abandonaran la moneda común sufrirían una devaluación sin precedentes en sus nuevas monedas nacionales. Los Estados que se quedaran tendrían muy difícil vender sus productos fuera y se enfrentarían a largos años de dificultades para cobrar los préstamos concedidos a empresas y ciudadanos de los países expulsados. Todos perderían y todos lo saben. Pero, ¿qué dicen los ensayos teóricos sobre las consecuencias, por ejemplo para España, de una salida del euro?

De las crisis anteriores en las que un país de una dimensión importante ha abandonado una moneda, la más conocida es la de Argentina, donde durante años convivieron el peso y el dólar en igualdad de condiciones. En cualquier comercio o en el banco se podía pagar con pesos o con dólares indistintamente porque valían lo mismo. Cuando ese sistema saltó por los aires, el valor del peso cayó un 60% y los argentinos sufrieron un repentino ataque de pobreza del que han tardado muchos años en medio recuperarse.

El día después

Para el caso español, según muchos analistas, la situación de la economía doméstica comparada con la del núcleo duro del euro no tiene una distancia tan grande como la que los gobiernos argentinos provocaron con respecto a la estadounidense. Pero nadie o casi nadie elimina la posibilidad de que la nueva moneda española, si la zona se rompiera y España quedara fuera, sufriera una pérdida de alrededor de un 40% de su valor comparada con el euro que seguiría vigente como moneda común de los países más fuertes.

Y eso, en términos reales, para el común de los ciudadanos, ¿qué significa? Aparentemente y sin profundizar mucho en la cuestión, no mucho. El sueldo que ahora cobran en euros lo recibirían en la nueva moneda. Alguien que gana 1.000 euros pasaría a ganar mil lo que fuera, da igual el nombre. Con ese dinero podría ir a comprar el pan o al supermercado, coger el autobús, el tren y echar gasolina. La primera mañana todo sería prácticamente igual, pero las cosas cambiarían mucho con el paso de los días.

Las cervezas que cualquier gran superficie vende en sus estanterías a 50 céntimos, fabricadas en Holanda, llegarían a España con su precio en euros pero la nueva moneda valdría un 40% menos como mínimo. Eso quiere decir que la misma lata de cerveza pasaría a costar directamente 70 céntimos en la siguiente llegada de productos. Lo mismo ocurriría con la gasolina, con los servicios de mantenimiento que prestan las empresas extranjeras a los trenes españoles y así con un sinfín de productos y servicios, que serían automáticamente un 40% más caros de la noche a la mañana. Como los sueldos no subirían, los ciudadanos podrían comprar menos con su dinero y eso en economía se llama ser más pobres.

Y eso no es lo peor. Basta con echar un vistazo a las cifras del sistema financiero español para que los pelos se pongan como auténticas escarpias con solo pensar en una ruptura de la Eurozona. A 31 de octubre pasado, las familias españolas debían a los bancos la friolera de 874.557 millones de euros, de los que 668.847 millones corresponden a hipotecas. El resto son préstamos para comprar coches, bienes de consumo o para salir de algún apuro. Esas cantidades están prestadas en euros y en euros deben ser devueltas. Y eso significa que si la nueva moneda vale un 40% menos, la hipoteca es automáticamente un 40% más cara.

Lo mismo pasaría con las empresas, cuya deuda con los bancos se situaba a 31 de diciembre en 1,27 billones (con b) de euros. Y de ellos, algo más de 354.000 millones son préstamos concedidos por bancos de fuera de España. Toda esa deuda sería un 40% más cara y, además, los bancos extranjeros apretarían más las clavijas para cobrar cuanto antes sus deudas. La única forma de evitar el colapso total sería, pues, que los españoles fueran de un día para otro entre un 40% y un 60% más pobres (depende de quién firme los estudios teóricos).
 
Sacrificios razonables

El análisis es extensible a cualquiera de los países de la zona más débil del euro (Grecia, Portugal, Irlanda, Italia, España y Bélgica). Eso explica cómo los gobiernos no han tenido más remedio que acometer reformas en las que meses antes no creían (como las emprendidas en España en 2010) o a acompañar los ajustes con caídas de primeros ministros que parecían inamovibles, como el caso de Berlusconi en Italia. La sombra de la pobreza real hace que cualquier sacrificio parezca más razonable que antes.

Hasta ahí, parece que los únicos ganadores serían los países del Norte, los erigidos en núcleo duro del euro, comandados por Alemania y Francia, pero donde también hay algunos más pequeños como Holanda o Finlandia. Si la Eurozona se rompiera y ellos siguieran compartiendo la actual moneda común echando fuera a los débiles, automáticamente se produciría una primera consecuencia. Los productos de los países expulsados, al ser vendidos en sus nuevas monedas devaluadas, serían entre un 40% y un 60% más baratos. Rota la baraja, los más fuertes, los que permanecerían en el euro, tendrían que poner impuestos especiales a la importación de esos productos de sus vecinos, porque de lo contrario arrasarían su propio mercado.

Esos nuevos impuestos especiales (los olvidados aranceles) impedirían que los países expulsados del euro aprovecharan la ventaja competitiva que les podría proporcionar su moneda devaluada. Y eso a su vez haría mucho más difícil que esos países que se quedarían fuera de la moneda común recuperaran sus tasas de crecimiento económico aprovechando el tipo de cambio de sus divisas. El panorama es desolador, pero para todos, porque esos países fuertes venden entre el 60% y el 80% de sus bienes y servicios dentro de la actual Eurozona. Con unos vecinos tan pobres y sin capacidad de recuperación, también sufrirían las consecuencias y sus economías caerían de forma dramática (entre un 20% y un 25% de su PIB, según cálculos recientes del banco suizo UBS).

Todos juntos

¿Solución? Trabajar todos juntos. Alemania y Francia han tomado las riendas en los últimos meses, aunque el Gobierno galo está en el grupo de cabeza más por miedo a entrar en el grupo de los proscritos que por méritos propios. De hecho ha sufrido algún embate de los mercados en los últimos dos meses.

Tras los últimos castigos de los mercados y la amenaza de Standard & Poors de rebajar incluso la calificación de la deuda alemana, los dos grandes han llegado a la conclusión de que es importante una postura común. Solo queda que todos sean capaces de desarrollar mecanismos que hagan posible la moneda única dentro del lío burocrático de la UE.

“Estoy seguro de que el euro nos obliga a introducir nuevos instrumentos de política económica. Hoy es imposible de proponer. Pero algún día llegará una crisis y esos nuevos instrumentos serán creados”. La frase fue pronunciada en diciembre de 2001 por el entonces presidente de la Comisión Europea, el italiano Romano Prodi. El momento ha llegado.
Fuente: tiempo

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