Editorial
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20/08/2012 - 00:00h
Así fue el caso de Irlanda, donde el Estado decidió avalar a todos los bancos, fuera cual fuera su solvencia, y hoy es el propio Estado irlandés el que se ve atrapado en un círculo pernicioso en que somete a sus ciudadanos a brutales políticas de austeridad, cae en la recesión de su economía, es incapaz de remontar sus tremendas cifras de paro y está sujeto a obligaciones de pago que se antojan imposibles de cumplir. El tigre celta, que hace sólo un quinquenio blasonaba de su crecimiento, es hoy un pobre gato escaldado, incapaz de sobrevivir sin recibir las ayudas de organismos internacionales que imponen duras condiciones de rescate. Nadie niega hoy que el caso de Irlanda es una muestra de lo que hay que evitar, ahora que España se dispone a afrontar su propia crisis bancaria con la creación del voluble y temido banco malo.
En realidad y desde hace ya tiempo, las grandes decisiones macroeconómicas que se toman en la Moncloa son consecuencia de alambicadas negociaciones mantenidas durante meses, en las que aún se sostiene una loable y necesaria voluntad de no aceptar soluciones y ayudas que puedan hacer del remedio algo peor que la enfermedad. Así, en el memorándum de entendimiento que España aprobará oficialmente el próximo 24 de agosto, a cambio de recibir hasta 100.000 millones de euros para la recapitalización de la banca, se contempla la creación de una compañía de gestión de activos –el banco malo, aunque con un nombre menos peyorativo–, con el fin de “restaurar y fortalecer la solidez de los bancos españoles, al tiempo que se minimiza el coste para los contribuyentes de la reestructuración”.
Sometida a una durísima cura de adelgazamiento, en la que millones de ciudadanos están perdiendo no sólo sus bienes y sus ahorros (opciones preferentes), sino su modo de vida económico y social, la opinión pública española es tremendamente reacia a reflotar bancos y cajas insolventes con fondos públicos que, obviamente, se detraen de servicios sociales básicos (sanidad, educación) y sin que al tiempo medien políticas de relanzamiento de la actividad económica, que debería revertir en creación de empleo.
En este complejo panorama, la creación del banco malo aparece como una solución imprescindible para limpiar los balances y permitir que los bancos vuelvan a dedicarse a su negocio tradicional reactivando el crédito. Los precios a los que se valoren los activos tóxicos y la desaparición de las entidades insolventes dejando a salvo los depósitos, serán puntos cruciales para que esta nueva operación tenga efectos positivos.
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