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domingo, 28 de agosto de 2011

Pánico constitucional, por Martín Prieto

Política

El Rey sancionando la Constitución de 1978
El Rey sancionando la Constitución de 1978







Faltaban pocas semanas para que Abraham Lincoln fuera tiroteado en el palco de un teatro, y el brillante general Robert E. Lee ya se había rendido a la Unión en «Appomatox». Los vencedores de la guerra de Secesión eran tan puntillosos con lo que podía gastar el Gobierno que introdujeron una nueva enmienda en la Constitución concediéndole al presidente la prerrogativa de aumentar el déficit en circunstancias de salvación nacional. De lo que se trataba no era de sortear una prima de riesgo, sino de reconstruir el sur, exhausto tras la guerra, y arrasado por las cabalgadas de tierra quemada del general Sherman. A don Jacinto Benavente, dramaturgo y premio Nobel, olvidado hasta por el colectivo gay, le reprochaban que en sus representaciones se dijeran frases repetidas, a lo que adujo: «La primera es para que la oigan, la segunda para que la escuchen y la tercera para que la entiendan». Ocurre lo mismo con el recordatorio de que la estadounidense es la decana de las constituciones escritas por lo mucho que ha sido enmendada adaptándose a cada generación. Esto hay que repetirlo ad nauseamun porque la clase política española tiene a la Constitución de1978 por encofrada e inmutable, tan inalterable como lo eran aquellos principios fundamentales del Movimiento, hoy roídos por el polvo. Con dengues de doncella, la tocamos una vez para cumplir con los acuerdos de Maastricht, y, quitándole una coma, logramos que pudieran votar en nuestras municipales los ciudadanos de la Unión Europea. Aquella cirugía sobre la nada, y sin referéndum, la tuvimos por gran hazaña. Y es que la Constitución del 78 se edificó sobre el miedo. El post franquismo era una incógnita, el Ejercito; lógicamente franquista, ETA; el infierno empujando un golpe militar, la economía en postración. Los padres constitucionales y quienes iban casando las piezas como Alfonso Guerra y Fernando Abril-Martorell no estaban impedidos por la euforia y la confianza, sino por el temor y los malos augurios que propiciaron un texto innecesariamente largo, reglamentista y con un artículo 168 que hace de cancerbero para el que ose enmendar lo intocable. Luego la Carta Magna no se cumple, como hace la autonomía catalana, pero no pasa nada y todo da igual mientras exista ese Tribunal Constitucional que decide sumisamente si se trata de un roto o un descosido.

La algarabía sobre la inclusión en la Constitución de unas líneas limitando el déficit denota el deterioro al que nos ha llevado el PSOE de Zapatero. Hace un año se negaban a constitucionalizar el déficit y tanto él como Rubalcaba y Salgado hacían befa y bufa de Mariano Rajoy, que proponía cosa tan razonable. La teoría benaventina de las tres insistencias: primero el «fascista» de José María Aznar fue quien estableció por ley el déficit cero, derogadá por Zapatero en cuanto pisó el Palacio de La Moncloa. Rajoy propuso lo mismo, pero constitucionalizándolo y se rieron. Finalmente tuvieron que entenderlo cuando Angela Merkel los ha sacado de su sopor de un grito. No estamos en condiciones de no hacerlo, pero llevarlo a cabo a tres meses de unas elecciones anticipadas es prueba fehaciente de que éstos socialistas no saben gobernarse ni a sí mismos. Son como aquellos médicos decimonónicos que no curaban del todo a sus pacientes para no perder clientela.

Aún a tiempo de descuento se puede hacer este añadido constitucional porque el PP está de acuerdo consigo mismo y completa una mayoría suficiente. Pero en el seno socialista los hay que no aceptan este límite que se nos impone sin misericordia por haber estado ocho años tocando la flauta, y desde IU se pide un referéndum. Lo del referéndum está muy bien, y en los cantones suizos se convocan hasta para cambiar un semáforo. Siempre es una profundización democrática, incluso para asuntos más sustanciales que la economía democrática de una nación, pero supondría un final hilarante para el término de una legislatura llena de tropiezos: en 90 días, mudanza constitucional, referéndum y elecciones generales anticipadas. No hay quién da más.

La Constitución ha envejecido mucho a base de no tocarla y reverenciarla como un tótem, a todos les produce pánico escénico, revolver sus tripas, especialmente el título octavo referido al Estado de las autonomías. Sí, hay gobiernos autonómicos que no toleran los límites del gasto y mucho menos aceptarán que otros interpreten sus leyes lingüísticas. Menos mal que no hemos transferido Defensa, costará Dios y ayuda volver a centralizar la Educación y la Sanidad, que nunca debieron entregarse a unos reinos de taifas. Además, la Constitución vigente no es buena, ni desde el punto de vista sintáctico, como se quejaba Camilo José Cela, que para no herir sensibilidades de doncella llamamos «castellano» al español, y en América no entienden nada. Cosas de constitucionalistas que en la segunda que tuvimos, « La Pepa» de 1812, que establecía: «El amor a la patria es una de las principales obligaciones de todos los españoles, y asimismo el ser justos y benéficos».
Fuente: LA RAZÓN.es

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