Al doblar la esquina de atrás de la iglesia de la Anunciación y ver Plagum Fungus cernirse sobre nosotros, a mi amigo londinense se le corta la respiración.
-¿Qué es?- dice.
Le respondo con toda seriedad:
-Una embarcación espacial alienígena abandonada después de abortar como desesperada la misión de conquistar a los indígenas con nuevas formas.
-¡Uau! Me gusta- dice.
¿Qué iba a decir si no? Ha venido a Sevilla desde la ciudad más moderna de Europa. Nos sentamos para tomar algo en la amorfa y perforada sombra de la plaza, y otra vez mira hacia arriba con interés, sonriendo como si reconociera a un viejo amigo.
-Es cierto. Parece una bestia extraterrestre- dice y empieza a relatar a mi esposa y a mí un unearthly tale:
Un conocido suyo va de vacaciones con su novia a Miami, aun a sabiendas de que ella le ha sido infiel reiteradas veces; él tampoco ha sido un santo. Quieren hacer las paces una vez por todas. La primera noche, ella va a los aseos de un restaurante y no vuelve. Él, muy preocupado, llama a la Policía. No concilia el sueño en toda la noche. A la mañana siguiente ella aparece en la habitación del hotel culpándole de haber dicho algo que él ni siquiera recuerda. Ella lo echa de la habitación, y él permanece al otro lado de la puerta, pidiendo perdón. Por fin lo deja entrar. Se desploman el uno en los brazos del otro, y empiezan a llorar a carcajadas. Hacen planes de ir a Las Vegas al día siguiente para casarse. Esa misma noche van a una discoteca a celebrar lo planificado. Ella se muestra seductora con él, y con otros, en la pista de baile. De vuelta a la habitación ya de madrugada, ella va al baño. Él cotillea en el móvil de ésta y confirma que estuvo con otro la noche anterior, una cita planificada. Entra en el baño y la enfrenta a la prueba. Empiezan a pelearse físicamente, intercambiando bofetadas, hasta que ambos se desploman otra vez en lágrimas y mea culpa. ¡A Las Vegas! Empiezan a hacer el amor. En el punto máximo de excitación, ella aparentemente pierde la consciencia. Él sigue. Ella se despierta, gritando: “¡Violación!”. Se precipita de la habitación, todavía gritando, y la dirección del hotel llama a la Policía. Él acaba detenido, porque ella tiene el ojo morado. Pasado un par de días, la Policía le permite volver a Londres, donde tropieza de nuevo con mi amigo, mostrándose aun ilusionado con la relación, creyendo que, con tiempo y trabajo, las diferencias se solucionarán.
-¿Qué os parece? ¿Os lo podéis creer?- dice mi amigo.
Miro arriba a nuestro telón de fondo, que ha cobrado una repentina relevancia.
-Mi marido ni siquiera sabe encender mi móvil- dice mi mujer, intentando identificarse de alguna manera con lo contado-. Mucho menos cotillear su contenido.
-Una cosa menos que tengo que saber- les digo.
-Una noche me dejó sola en un restaurante en Nueva York- cuenta mi mujer-. No aceptaban tarjetas de crédito y tuvo que ir a un cajero. La pobre camarera sufría por mí. Yo embarazada de siete meses. Había un cajero justo al lado del bar, pero tu amigo tardó más de media hora en encontrar un sucursal de su propio banco.
-Pagar una comisión innecesaria, sobre todo a un banco, va contra mis principios más profundos- explico-. Supongo que podría haber escapado para echar uno rápido con una ex. En Nueva York, todo es posible. En cuanto a aquel conocido tuyo- digo a mi amigo-, ¿no estás tú metido en un lio parecido?
Mi amigo conoció a una profesora de yoga en una isla griega donde ambos pasaban la semana haciendo cursos de espiritualidad alternativa. Se enamoraron. Antes de consumar la relación, ella dijo que sería casi imposible quedarse embarazada, por una anomalía reproductiva. De inmediato, se ocuparon en desafiar las probabilidades, y lo consiguieron en un par de meses. En las nubes estaban hasta el tercer trimestre. Ella lo pasó en la cama, sufriendo dolores. En contra de los consejos de todos los médicos, ella quería un parto cien por cien natural, en casa. Desconfiaba de la medicina convencional. Él vació sus ahorros en contratar a una matrona privada, a un birthing coach (entrenador/animador de partos), a un hipnoterapeuta (la terapia de momento para ella), y en equipar la casa con utensilios al estilo de una bañera para partos en el agua. Todo en vano. Surgieron complicaciones a última hora. Ella tuvo que ir al hospital en ambulancia. Dio a luz en circunstancias normales, traumáticas para ella. Cayó en una depresión posparto tan fuerte que ni siquiera podía – por dolor físico, decía – coger la niña en brazos durante sus primeros cuatro meses de vida. Él lo hizo todo. Un día, agobiado por su carga, insinuó a su pareja que su dolor podría ser psicosomático. Ella acusó a él de ser incomprensivo y egoísta. Él acusó a ella de no cumplir con su deber como madre. Ella recuperó el ánimo, odiándole, según él, sin el más mínimo deseo de intentar salvar la relación. Se separaron. Él, de la noche a la mañana, pasó de vivir cada momento con la hija, a pasar algunas horas aquí y allá, siempre acatando las normas de la madre. En esta situación sigue. La niña ya tiene tres años, pero la madre se niega a trabajar, hasta que la niña vaya al colegio el próximo año. La seguridad social le da una paga por ser madre soltera y subvenciona su alquiler, pero él paga por una criada y un jardinero y por la terapia y las masajes de ella (todos necesarios para ser buena madre). Le deja su coche, sin dejar de pagar su mantenimiento, seguro y gasolina. Ella es rigurosa con la dieta de la niña: sólo comida orgánica, ni azúcar refinado, ni leche pasteurizada (por sus agentes cancerígenos, según ella). Ni permite que el padre ponga mermelada en la tostada de su hija. Él cumple con todas estas exigencias con la sola esperanza de que algún día puedan estar juntos de nuevo como familia. Está más enganchado que nunca. Se obsesiona en conseguir lo imposible.
-Tienes que ir a un abogado- le dice mi mujer-, informarte de tus derechos, y llevarla a juicio para conseguirlos. Te vas a alegrar. Si no ahora, más tarde, cuando por fin comprendas que ella nunca te amó. Si alguna vez perdiste la paciencia, ella debe comprenderlo. En mi opinión, te utilizó para tener un hijo. A partir de conseguirlo, sobrabas. ¡Vaya churro de profesora de yoga!
Mi amigo me mira, pidiendo una segunda opinión.
Me encojo de hombros:
-Dale su tiempo- digo-. ¿Quién sabe? Todo es posible.
Sumido en sus pensamientos, mira arriba una vez más, ahora con inconfundible admiración.
¿El qué?- dice mi mujer.
-The Gherkin- digo-. Un edificio polémico en el centro de Londres. Significa el ‘pepinillo’. Un apelativo popular, como las ‘setas’.
- Qué casualidad- dice mi mujer-. Arquitectura de verduras, propuesta y patrocinada por rastrojos políticos.
-¿A los sevillanos no les gusta?- dice mi amigo.
Me encojo de hombros.
-Dale su tiempo- digo-. ¿Quién sabe? Con tiempo y trabajo, todo es posible.
Fuente: diariodesevilla.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario