Alguna vez paraíso del bienestar, el
Viejo Continente se estremece frente a una realidad en la que el
desempleo, el ajuste y las protestas marcan la agenda. LNR estuvo en los
epicentros de la crisis y habló con quienes la padecen día a día
ESPAÑA
Encadenados a la hipotéca
Por Mariana Vilnitzky
Desolación. Matías González, barcelonés de 56 años, en medio de lo que alguna vez fue su hogar y hoy es un departamento casi vacío, parte del pago de una deuda sideral. Aunque ya resistió tres desalojos, Matias intuye que el próximo será, probablemente, el definitivo. Foto: Elkin Cabarcas Mora / Getty Images |
En la actualidad las carreteras están bien asfaltadas y las ciudades se han renovado. Se nota que España ha saboreado el elixir de la prosperidad. Pero también se nota que el sueño estaba montado sobre ladrillos de cristal fino. Apenas si queda alguna grúa, muchas fábricas han cerrado sus puertas y la nueva postal contiene cientos de departamentos vacíos, y obras públicas que se han quedado a mitad de camino.
En la calle se habla de miedo, despidos masivos, prejubilaciones y créditos hipotecarios con intereses que duplican el precio de venta de las viviendas.
"Yo he ascendido como un avión. He tenido años muy buenos y luego he caído en picada. Y ahora estoy aquí, luchando." Así resume su situación Matías González, un barcelonés separado, de 56 años, ex comerciante, padre de tres hijos e hipotecado hasta los dientes. Antiguo dueño de un bar, hace más de dos años que no paga la hipoteca. Ante la desesperación de perderlo todo, cayó en el error de pedir un crédito tras otro, y además debe meses de recibos de luz o gas. El resultado es difícil de creer. Su casa ya no es de él, sino de la entidad financiera, y aunque la deje seguirá endeudado de por vida. O lo que es peor: de camino habrá hipotecado la vida de una de sus hijas, de 23 años, también desempleada, que pensando que la crisis se resolvería pronto ha firmado como garante para que su padre no se quedara en la calle.
La deuda de España es principalmente una deuda privada: una deuda adquirida por los ciudadanos con el banco de la vuelta de la esquina, allí mismo donde se podía pagar el recibo de la luz u obtener el dinero para el sueño de la casa propia con casi la misma rapidez. González ni siquiera adquirió su deuda para comprarse un departamento nuevo. Estaba a punto de terminar de pagar el suyo cuando inició una reforma del bar, para insonorizarlo y no molestar a los vecinos con el ruido. Puso su casa como garantía y todo iba bien. Frente a su bar había una fábrica y muy cerca, una escuela. Los obreros venían a desayunar o a almorzar. Los padres de la escuela pedían menús. Las cuentas cerraban.
"Cuando pedí mi crédito -recuerda- te ofrecían préstamos todo el rato. Era muy fácil hacerlo y podía engancharse cualquiera. Tenías trabajo, parecía duradero y, por lo menos en mi caso, el monto que debía pagar no era exagerado respecto de lo que ganaba." Hasta que comenzó la crisis. El calvario: la fábrica despidió a los obreros, los padres se fueron a comer a casa. Los vecinos dejaron de ir, y aquellos a los que fiaba cervezas y cafés nunca más volvieron. El iba dejando facturas pendientes, la luz, el gas, el agua y los proveedores. Hasta que cerró sus puertas por completo.
En la actualidad asiste cada lunes al local de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, una entidad de autoayuda de vecinos hipotecados que acuden en masa con familias y pancartas cuando hay algún desalojo anunciado por un juez, para paralizar a la policía. El lugar siempre está a reventar de gente. Llegan españoles, inmigrantes, ancianos, jóvenes y familias con niños. Todos están desesperados.
Si se mira con frialdad, González es un afortunado: ha logrado frenar su desalojo en tres oportunidades. La primera vez, una abogada de la Plataforma fue al inmueble y simplemente entregó un escrito al municipio y logró frenar la expulsión. La segunda, tras el anuncio de que debía dejar la casa, estuvo todo el día arropado por más de 300 personas, vecinos, hipotecados, el diario El País, la Televisión Española, otros tantos medios de comunicación y el párroco del barrio. La tercera fue igual que la segunda. Y ahora, hace meses que no recibe notificaciones.
Con su insistencia ha conseguido que el Estado le otorgue un departamento de emergencia, remodelado y con mucha luz, pero -eso sí- cerca de La Mina, una zona de Barcelona que es un gueto de pobreza, con mucha conflictividad. Para llegar hasta el departamento desde el subte más cercano debe pasar por una zona franca en la que los comerciantes temen por los robos si tienen que sacar mercancía de madrugada. Luego, un descampado lleno de basura y un puente abandonado sobre unas vías de tren.
"Si me quitan el departamento, que me lo quiten, pero que no molesten a mi hija, que ha hipotecado su vida por mi culpa -dice González-. Que se queden con él como forma de pago y nos dejen en paz, de una vez por todas." La Plataforma de Afectados por la Hipoteca lucha para conseguir que el gobierno apruebe una ley realista de dación en pago; es decir, que permita que la gente salde su deuda con la entrega de la casa. En Estados Unidos hoy esto es una práctica común (según el Estado). Mariano Rajoy ya ha aprobado una regulación, pero es tan restrictiva que, según la Plataforma, sólo se ha podido aplicar a una persona de todos los vecinos que piden ayuda.
A González ese apoyo vecinal le ha dado fuerzas para seguir en pie. Tal vez por eso, su casa se parece más al local de una asociación sindical que al hogar que solía ser cuando el progreso le abría las puertas de la clase media. "Aquí se podría haber hecho una reforma chula- sueña, mientras pasea por las habitaciones-. Este departamento es un caramelo para los bancos."
Orgullo y prejuicio
Por Adrián Sack
MADRID.- La de Madrid no es una crisis a primera vista. Las extintas villas miseria que fueron reemplazadas por barrios florecientes o por polígonos industriales en menos de tres décadas; la sólida red de transporte, envidiable hasta para París, Berlín o Londres, y un nivel de limpieza digno de un pueblo de cuento de hadas logran, todavía, acorralar el pesimismo y la desazón.
Pero la ilusión se desvanece frente al rigor de las estadísticas: que una de cada cuatro personas carezca de empleo es motivo suficiente para dejar rengo, desde el inicio a cualquier retrato que pueda hacerse hoy de la realidad madrileña. Un simple recorrido en coche por el Paseo de la Castellana es una tentadora, aunque simplista, metáfora de la Madrid azotada por los recortes. El lustro que siguió al pinchazo de la burbuja inmobiliaria desinfló también las arcas municipales, cuya sequía dejó huellas en el pavimento. Y esas grietas -pequeños y medianos baches- que también se extienden por las rutas nacionales y regionales de todo el país, podrían transformarse en algo más que un detalle ilustrativo.
La figura sobre el deterioro de las condiciones de vida muestra otra de sus caras en las entrañas de la capital española. En la red de subterráneos, el abono de 10 viajes (el más popular), que también incluye a los colectivos, se disparó de 9,30 a 12 euros. Este y otros aumentos, en un contexto de recesión ingobernable, sólo parecen asegurar el ascenso de la tasa de pobreza. Según Cáritas, este indicador se sitúa entre un 10 y 15 %. Se hace cada vez más visible en los comedores de la institución, donde ya no es tan extraño encontrarse con ciudadanos pertenecientes, hasta hace poco, a la castigada clase media española.
La crisis también se percibe en las fachadas de los comercios. Donde antes había librerías, talleres de marcos o boutiques, ahora una hay un solo tipo de negocio, con un único nombre para designar su actividad: Alimentación. Se trata de los locales instalados por inmigrantes, en su mayoría chinos, que ya superan los 3000 en Madrid y sus alrededores. El número es muy superior a las 350 casas de empeño y compraventa de oro que florecieron en el centro de la ciudad gracias a quienes tuvieron que desprenderse de sus últimas reservas de valor y orgullo. Echa luz a la tendencia hacia la depreciación del nivel de vida que motivó el surgimiento de los indignados, ese movimiento que dice no tener líderes, del mismo modo que la crisis no quiere tener culpables.
Aunque, en el caso de los manifestantes de Puerta del Sol, también hay razones adquiridas por la vida en la ciudad que evita mostrarse marchita. Porque no quiere perder ese orgullo que no se empeña ni se vende, aun en la peor de las crisis.
INGLATERRA
Familias acorraladasPor Josefina Salomón
Una batalla diaria. Daniel, Melanie y su hijo, Luca: el duro trabajo de mantenerse pese a los precios altos, los sueldos bajos y la falta de empleo. Foto: Josefina Salomón |
Pero mientras los economistas y analistas de mercado discuten si el Reino Unido está saliendo de la crisis o entrando en una nueva etapa de recesión, las familias británicas hacen lo imposible por mantenerse a flote. Por ejemplo, los londinenses Daniel Thurley y su pareja, Melanie, padres de Eliana (2) y Luca (10). Daniel, un productor multimedios independiente y Melanie, una maestra sustituta en escuelas primarias, pertenecen a uno de los grupos más afectados por la recesión y el ajuste presupuestario. Es que no son ni suficientemente ricos como para ahorrar ni suficientemente pobres como para recibir ayudas sociales. "La situación ha cambiado en los últimos años. Los sueldos bajaron y los precios subieron", dice Melanie a LNR desde su casa en Peckham, a pocas cuadras de donde tuvieron lugar los famosos disturbios de 2011.
Los días de Daniel y Melanie se reparten entre cumplir con las responsabilidades laborales, organizar el presupuesto que, con los duros aumentos, alcanza cada vez para menos, y repartirse el cuidado de sus niños (un gran problema para la mayoría de las familias en Londres, que viven lejos de sus parientes, y donde los costos de guarderías y niñeras son excesivamente altos).
"Estoy constantemente buscando oportunidades para hacer horas extras para llegar a fin de mes. En los pocos empleos que hay disponibles hay muchísima competencia, gente con muchas calificaciones que se postula para cualquier trabajo," dice Melanie.
Como parte del paquete de ajuste impulsado por el gobierno del conservador David Cameron, se han introducido normas más estrictas para el acceso a ayudas de desempleo, las cuales han afectado principalmente a familias que se encuentran en la mitad del espectro social. En 2011, las autoridades negaron a Melanie un seguro de desempleo porque Daniel había ganado, como trabajador independiente, una cifra cercana al sueldo mínimo. Durante ese año, tuvieron que recurrir a sus ahorros. Este año, ya no tienen ahorros en los que respaldarse ante cualquier eventualidad.
"Antes el gobierno te ayudaba más, con el seguro de desempleo, pero también con cupones para pagar parte de la guardería y otras cosas. Además había más trabajo. Podía conseguir algo en un bar, de limpieza, lo que fuera. Pero ahora ya ni hay eso", explica Melanie mientras pone una película para que vean los chicos. Cuenta también que la crisis profunda es realmente visible en los sectores más marginales de la ciudad, donde están las escuelas en las que ella trabaja. "Veo a niños en mis clases que vienen sin haber tomado el desayuno, que se quedan dormidos porque no comen lo suficiente".
El Reino Unido de la crisis es un país de miles de historias. De los londinenses de Notting Hill, para quienes crisis significa que vacacionar en Europa ya no es tan barato, y los que en invierno tienen que elegir entre pagar el gas para calefaccionar la casa o comer comida caliente.
"Se siente que están tratando de esconder los problemas con cosas como las Olimpiadas. Para eso pueden encontrar dinero. Para bombardear Libia también encontraron dinero, que podría haber sido utilizado para mantener abiertos algunos hospitales y ayudar a los que menos tienen", dice Daniel. Y sale a trabajar, nuevamente.
FRANCIA
Un caso de películaPor Luisa Corradini (corresponsal en Francia)
Adiós a un proyecto. Philippe Deffins, ex presidente de una empresa cerrada por la crisis, frente a los vehículos que pronto los acreedores vendrán a buscar. Foto: Leonardo Antoniadis |
El 7 de abril, el Tribunal de Comercio de Montpellier pronunció la liquidación judicial de la empresa de trabajos públicos Belmonte y 180 familias se quedaron sin ingresos. "Una situación imposible de resolver, dictada sobre todo por los primeros efectos locales de la crisis", se lamenta Philippe Deffins, ex presidente de Belmonte. Como si fuera necesario, ese hombre de 54 años, de aspecto atlético, se siente obligado a precisar que, como toda liquidación judicial, la quiebra de su empresa constituye sobre todo un drama humano y financiero.
Basada en Mauguio, una pequeña comuna de 16.000 habitantes en el sur de Francia, especializada en reparación y limpieza de autopistas, Belmonte era no solamente el orgullo de la economía local, sino una de sus principales fuentes de trabajo.
En 1997, Philippe Deffins se hizo cargo de una pequeña estructura que apenas facturaba 350.000 euros por año. Diez años más tarde Belmonte pesaba 40 millones de euros anuales, tenía 18 agencias en todo el país y se había transformado en el ejemplo para imitar en toda la costa del Mediterráneo francés.
A fines de 2007, Belmonte sufrió el retiro de Soridec, el fondo de ayuda regional a las empresas. En ese difícil momento apareció la crisis mundial. "En 2008 perdimos 50% de nuestra cifra de negocios -relata Deffins-. Golpeé todas las puertas, pero la indiferencia fue total. En la región me contestaron una y otra vez que no ayudaban a las empresas en dificultad", dice. Para el Consejo Regional del Languedoc-Roussillon -donde se sitúa la comuna de Mauguio- la partida de Soridec fue legítima. "El señor Deffins no quiso o no supo encontrar un nuevo accionista que le hubiese permitido afrontar la crisis", afirman sus responsables.
Deffins reconoce haber cometido errores, pero no esos. "Todo jefe de empresa es el principal responsable. En este caso también -afirma-. La verdad es que tendría que haber organizado inmediatamente un plan de despidos. Pero fui incapaz de hacerlo."
Símbolo del proceso de estancamiento que azota el tejido económico de esa región, otrora próspera, Belmonte es una más de las decenas de pymes de más de 50 empleados que han cerrado sus puertas en Francia en los últimos cuatro años.
Después de tres años de travesía en el desierto, los clientes comenzaron a regresar en 2011. Pero tras ese largo período con las cuentas en rojo, las cajas de Belmonte no tenían dinero suficiente para hacer frente a los costos de explotación. Deffins comenzó entonces a golpear otras puertas: las de los bancos. Y la respuesta fue la misma: "No ayudamos a empresas en dificultad".
"Hoy, los bancos prestan dinero sólo a las empresas que tienen una situación financiera capaz de reembolsar y que no representan ningún riesgo. Eso es una verdad de la cual nadie habla", constata el ex gerente.
Elemento esencial de la supervivencia económica, el crédito bancario a particulares y empresas se ha reducido en Europa desde que comenzó la crisis. Víctimas de inversiones azarosas, que los llevaron a perder cientos de miles de millones de euros, poniendo en peligro la existencia misma de los estados, los bancos hoy practican políticas restrictivas que -una vez más- dan prioridad a las inversiones financieras en vez de invertir en la economía real.
De su experiencia al frente de Belmonte, Philippe Deffins conserva un sentimiento amargo. "Son 180 personas que se quedaron en la calle, con sus familias, ante la indiferencia de los poderes públicos. ¡Justo una semana antes de Semana Santa!", se indigna, mientras pasea por oficinas vacías y decenas de máquinas viales abandonadas.
Como en un cementerio de chatarra, excavadoras, tractores, mezcladoras, grúas y aplanadoras esperan impasibles en la enorme playa de estacionamiento que hasta hace poco servía de plataforma a las actividades. En unos días, los acreedores de Belmonte vendrán a recuperarlas, tal vez para ofrecerles una nueva vida lejos de Mauguio.
Lo que Deffins no dirá, por pudor, es que la aventura también demolió su situación personal. "Su vida familiar sufrió serias perturbaciones y hoy está totalmente arruinado -precisa uno de sus allegados-, porque las pocas veces que consiguió un crédito bancario tuvo que poner sus bienes personales como garantía."
El ex responsable de Belmonte, por su parte, precisa: "En cualquier economía las pymes necesitan un tratamiento especial: menos presión fiscal y menos cargas sociales. Es necesario aplicar una presión fiscal a dos velocidades: una para los grandes grupos empresarios, otra para las pequeñas y medianas empresas". En el sector de los trabajos públicos, los aportes patronales de una empresa en Francia se elevan a 80%.
Hartos de la carestía
Por L.C.
PARIS.- Es una estación de servicio como otras tantas en Francia. Sin ningún encanto, plantada en el subsuelo de un supermercado en la periferia de París. Un sitio de paso obligado, donde el precio de los combustibles no deja de aumentar, como en el resto del país. Un cartel promete: Aquí, bajos precios. Pero la nafta sin plomo aquí alcanza un precio récord de 1,68 euros. Lo mismo para el gasoil: 1,39 euros.
Entonces, los parisienses se adaptan. Aunque sea difícil. El combustible es la punta del iceberg que permite adivinar la crisis. Sin esos detalles, la opulencia de una de las ciudades más ricas del mundo impediría ver las dificultades que experimentan sus habitantes desde hace unos años para llegar a fin de mes.
Todas las encuestas de opinión lo muestran: los franceses están hartos de la carestía de la vida. Tienen el sentimiento de que su poder adquisitivo se desmoronó bajo el efecto acumulado del paso al euro y la crisis que no termina nunca.
El valor de la canasta cayó en París 3 % en un año. Esa reducción se explica por la desafección por los alimentos preparados y el éxito de los productos frescos: fruta, legumbres, carnes cortadas en el momento progresaron 2,5 %. La gente cocina más en su casa y sale menos.
Otro drama: el precio de la vivienda. A un promedio de casi 9000 euros el metro cuadrado, sólo la gente con enormes ingresos y los extranjeros pueden comprar. Los bancos han reducido drásticamente el crédito, obligando a los jóvenes a buscar alojamiento en los suburbios o en el interior del país. Y la oferta inmobiliaria en locación es cada vez más escasa y cara.
"Si la tendencia persiste -advierte un agente inmobiliario-, París terminará transformada en una ciudad museo."
ITALIA
Futuro, se buscaPor Elisabetta Piqué (corresponsal en Italia)
Otros horizontes. La familia Nurchis, cansada de dificultades, sueña con radicarse en Brasil. Foto: Gentileza familia Nurchis |
Mucha gente se ve obligada a empeñar joyas u otros tesoros familiares. Y se ha triplicado el número de ancianos que para sobrevivir va a comedores o centros de distribución de comida, donde también han aparecido personas que han perdido el trabajo, incluso familias con niños pequeños.
En este contexto, Claudio Nurchis ya no cree en su país. Por eso, aunque le duela, sueña con empezar de nuevo, lejos. "No sé, lo primero que se me ocurre es Brasil, porque mi mujer, Patricia, es brasileña, hablo portugués y tengo muchos conocidos allá", dice a LNR, sentado en la mesa de reuniones del estudio de arquitectura que tiene junto a dos socios, en Roma.
Claudio Nurchis, 43, casado con Patricia, nacida hace 40 años en Río de Janeíro y padre de Tommaso, de 6, y Filippo, de 1, representa el típico caso de una familia de clase media italiana no sólo golpeada por la crisis económica, sino desencantada y preocupada por el futuro de sus hijos.
Arquitecto con un diploma de la Universidad de La Sapienza, a diferencia de muchos amigos que están sin empleo o que lo han perdido en los últimos años de desastre económico, Claudio tiene trabajo. El problema es que, desde hace casi tres años, casi nadie le paga. "Tengo unos 50.000 euros de créditos para cobrar, pero no lo logro... Virtualmente tendría plata, pero sólo virtualmente y esto es lo más estresante... Tener 43 años y vivir con la cuenta en rojo, con dos chicos que mantener, no es vida."
Como muchos otros italianos de su generación, Claudio logra sobrevivir gracias a lo que él mismo define los amortizadores familiares. Vive en un departamento de 84 metros cuadrados, en el barrio Villa Bonelli, que es de su madre, por lo que no tiene que pagar alquiler. Por otra parte su madre, que vive en la planta baja del mismo edificio, lo ayuda como nonna full time: cuida muchas veces a los chicos, les cocina, les presta plata. Su padre, vuelto a casar, también lo ayuda, pagando el colegio privado al que va Tommaso. Su mujer, Patricia, licenciada en Jurisprudencia, trabajó hasta antes de dar a luz a Filippo, en una zapatería, que ahora cerró. "Si no fuera por la red de protección familiar, ya tendría que haber salido a asaltar un banco para sobrevivir-, comenta irónico Claudio-. Con esta situación, uno se ve obligado a cortar gastos por todos lados. Hacemos las compras en los supermercados discount; vendí mi scooter así no tengo que pagar el seguro, no voy a renovar el seguro de salud privada que tenía para toda la familia y estamos pensando sacar a Tommaso del colegio privado", enumera.
Ve el futuro negro. No cree que las reformas que ha puesto en marcha el gobierno tecnócrata del profesor Mario Monti -en el poder desde noviembre pasado, cuando Silvio Berlusconi se vio obligado a dimitir- signifiquen un relanzamiento del país.
Su escepticismo tiene que ver con la sensación de que lo que hay en Italia no es sólo una atroz crisis económica, sino algo mucho peor: una crisis de tipo moral y cultural. "Yo lo veo en mi trabajo como arquitecto. No te pagan ni los entes públicos ni los privados porque todo el mundo entendió que si uno no paga, no pasa nada... En este país han hecho leyes para que este tipo de situaciones se prolonguen sine-die y no pase nada... Sí, hay crisis y hay mucha gente que no puede pagar, pero otros no pagan utilizando la crisis. Tengo clientes que suelen decirme: "No tengo plata ahora, hablemos cuando vuelvo de vacaciones..." se indigna. Hasta cuenta un ejemplo con nombre y apellido: la esposa de Bobo Craxi, político que es hijo del famoso ex premier socialista Bettino Craxi (muerto en el exilio en Túnez), le pidió en febrero del año pasado un proyecto para refaccionar la entrada de la casa donde vive en el elegante barrio de Parioli. "¡Todavía me debe una factura que le hice por ese trabajo, de 500 euros! Ya sé que no es mucho, pero la paradoja es que tengo que pagar el IVA por una plata que nunca cobré y es complejo demostrarle al fisco eso, que nunca cobré esos 500 euros... Pero a nadie le importa nada, recurrir a la justicia por importes tan pequeños es inviable", se lamenta.
Sueña con irse a Brasil. Está en conversaciones con una empresa de Novara que produce uno de los mejores pastos sintéticos del mundo, un producto que podría arrasar en ese país. "Podría haber financiamientos para refeccionar campos deportivos en todo el país antes del Mundial", dice Claudio, que sueña con los ojos abiertos.
GRECIA
Tormenta perfectaPor Mariana Vilnitzky
Solidarias. Marina Sortiriou (a la izq.), junto a una voluntaria de la ONG Desmos. Foto: Gentileza Desmos |
Sortiriou proviene de una familia de buen pasar. Tuvo la posibilidad de estudiar en Londres y Nueva York, y de volver a su país tras ocho años de vida universitaria, para montar su propio consultorio. Pero lo que vio al regresar la dejó en estado de shock, y terminó por crear una ONG.
"La crisis alcanzó incluso a gente que tenía muchísimo dinero, que por lo general no se ve afectada cuando la mayor parte de la sociedad tiene problemas económicos. Por supuesto, también llegó a amigos, conocidos, a mí misma", dice Sortiriou.
Ella lo veía en su consulta, con sus pacientes que no podían pagar la sesión por más estropeados que tuvieran los dientes. "Atiendo igual. Es muy duro ver que alguien se queda con el dolor porque no puede pagar." La idea de crear la ONG surgió hace seis meses, durante una cena de amigos en un restaurante ateniense. "Nos sentíamos un poco culpables de estar ahí tranquilamente cuando afuera había personas que no tenían qué comer. Nos preguntamos: ¿cómo podemos hacer para que la gente tenga medicinas, comida y enseres gratis? Yo había visto experiencias interesantes en Nueva York. Allí pasan camiones recogiendo lo que no se usa en los restaurantes, lo que se tira de los supermercados y luego se destina a quienes no tienen recursos."
Desmos, la ONG de Sortiriou, comenzó con esos cuatro amigos con los que había ido a cenar, y cuenta ya con 25 voluntarios. Copian el modelo estadounidense, pero lo llevan todavía a más. Tienen un gran almacén y funcionan como enlace entre las organizaciones de caridad y las empresas que donan sus productos. "Repartimos desde arroz o fideos hasta zapatos, ropa, medicinas o libros- explica-. Nadie en Grecia había hecho este trabajo hasta ahora. Es importante que lo hagamos."
Sortiriou intenta ir dos veces por semana a verificar que efectivamente la ayuda llega a quienes debe llegar. "Nos han robado la mercancía y queremos asegurarnos de que todo alcanza su destino. Allí, entre quienes piden, se ven historias terribles; personas bien vestidas que tenían dinero y que ahora han entrado en estado de emergencia. Van a pedir comida, pero sienten mucha vergüenza e intentan ocultar a sus hijos de dónde viene lo que traen a casa."
Aunque no ahonda mucho en su vida personal, ella misma ha tenido que recortar gastos. "Los pacientes me piden pagar el año próximo, atrasar al menos unos meses. Es duro. Yo tengo que pagar a mi técnico y a mis proveedores. Por mi parte, he recortado en viajes, ya no voy a cenas ni hago las actividades que solía hacer. Pero la verdad es que tampoco tengo tiempo porque a los pacientes los sigo atendiendo, y el resto del día se lo dedico a Desmos".
De esta experiencia destaca aspectos positivos, como el ver que los propios griegos se ayudan unos a otros. "Me acabo de dar cuenta de que la gente quiere ayudar a los demás. Y esto me hace feliz. A Desmos vienen desde adolescentes de la escuela hasta ancianos -comenta-. Espero que esta crisis nos haga más unidos."
Pero el sueño de Marina Sortiriou podría fallar. A gran escala, si bien ha crecido la solidaridad, también hace temblar el crecimiento de los sectores abiertamente neonazis. "Estoy muy sorprendida -reconoce- porque gente cercana a mí vota por la ultraderecha. Es muy raro, yo nunca lo hubiera creído y da mucho miedo. La gente está tan enojada con los políticos que no se da cuenta de lo que vota". El caldo de cultivo de la xenofobia hierve a fuego fuerte cuando las cifras de la policía griega aseguran que la criminalidad en las zonas urbanas ha aumentado un 50% en los últimos años. Algunos medios de comunicación insisten en relacionar esta subida con los inmigrantes, aunque actualmente son más los que se van que los que llegan. "Lo que sí siento es que ha aumentado la inseguridad. Hay lugares de Atenas donde no entraría sola."
Nadie sabe el rumbo que tomará Grecia. Cabrá esperar que se multipliquen las acciones como las de Desmos y que Poseidón vuelve a calmar las aguas de las más de dos mil islas del paraíso.
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