Hay una frase de Alan Blinder, antiguo
vicepresidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, que no dejo
de recordar desde hace tiempo: “Ya que todo indica que vamos a crear un
banco malo tarde o temprano, ¿no sería mejor crearlo pronto?”.
En nuestro caso, parece que nos está costando mucho trabajo tomar la
decisión, a pesar de que, dada la situación de la banca española en este
momento, no existe otra alternativa posible. Las entidades financieras
se enfrentan a un panorama muy preocupante, con unos balances
absolutamente constreñidos por el volumen de sus activos hipotecarios
que amenazan seriamente su solvencia y su vida futura y las empuja a un
bucle sin salida: sostener este activo supone unas exigencias cada vez
mayores de recursos propios y un paulatino deterioro de sus cuentas de
resultados.
Según los últimos datos aportados por el Banco de España, la cartera
inmobiliaria con problemas está valorada en 175.000 millones de euros y
cubierta con dotaciones en un 54%. Además, el Informe de Estabilidad
Financiera de noviembre del 2011 publicado por la máxima autoridad
bancaria situaba en un 57,9% el deterioro que estos activos provocaban
en el margen de explotación en junio de 2011; un porcentaje que, por
supuesto, no deja de crecer. Estamos, pues, ante un escenario que ha
entrado en un bucle pernicioso.
Romper el bucle
Los activos inmobiliarios deterioran la solvencia de las entidades y los reguladores exigen más capital de “calidad”, pero las entidades no pueden generarlo con sus propios recursos. Entonces tienen que ir a buscarlo a los mercados, donde los inversores muestran constantes dudas sobre la calidad de los balances, por el gran peso de los activos inmobiliarios, cuyo valor actual es casi imposible de determinar por no existir un mercado funcionando en condiciones de normalidad… Si la salud del sistema financiero es una condición necesaria para la recuperación económica y la generación de empleo, estaremos de acuerdo en que hay que romper ese bucle cuanto antes.
Los activos inmobiliarios deterioran la solvencia de las entidades y los reguladores exigen más capital de “calidad”, pero las entidades no pueden generarlo con sus propios recursos. Entonces tienen que ir a buscarlo a los mercados, donde los inversores muestran constantes dudas sobre la calidad de los balances, por el gran peso de los activos inmobiliarios, cuyo valor actual es casi imposible de determinar por no existir un mercado funcionando en condiciones de normalidad… Si la salud del sistema financiero es una condición necesaria para la recuperación económica y la generación de empleo, estaremos de acuerdo en que hay que romper ese bucle cuanto antes.
En el fondo, la polémica sobre si llamarlo banco malo o ponerle otra
denominación, ya que es obvio que no tendrá una ficha bancaria, es una
discusión que nace vacía. Da igual el nombre que le pongamos, pero el
resultado tiene que ser el mismo: la creación de una sociedad, o más de
una, que aglutine los activos que contaminan los balances de las
entidades. Ahora bien, una vez que nos hemos animado a emprender el
proceso, resulta esencial cuidar algunos detalles que pueden convertir
la operación en una solución viable que permita respirar con alivio a
nuestro sistema o en un fiasco que no haga sino retrasar el problema a
un momento más dulce de nuestra economía.
Plazo razonable
Hay dos variables que son esenciales para que esta operación llegue a buen puerto. Una de ellas es el tiempo. Una de las condiciones indispensables para que el sistema financiero pueda digerir el enorme peso al que está haciendo frente es que la operación que se lleve a cabo asuma un plazo razonable que no comprometa su viabilidad. Y los diez años que apunta el Banco de España, para empezar, podrían resultar un poco ajustados.
Hay dos variables que son esenciales para que esta operación llegue a buen puerto. Una de ellas es el tiempo. Una de las condiciones indispensables para que el sistema financiero pueda digerir el enorme peso al que está haciendo frente es que la operación que se lleve a cabo asuma un plazo razonable que no comprometa su viabilidad. Y los diez años que apunta el Banco de España, para empezar, podrían resultar un poco ajustados.
La otra es qué va a pasar con esas sociedades inmobiliarias. Guardar
en una caja todos los peores activos sin que haya un claro proyecto para
explotarlos sólo contribuirá a alejar el problema en el tiempo, pero no
a solucionarlo. Parece poco probable encontrar inversores para un
proyecto sin ventajas aparentes a no ser que vaya dotado de una batería
de medidas que permitan su comercialización. Existen alternativas muy
recomendables: mecanismos de apoyo a la adquisición de suelo por parte
de particulares mediante fórmulas de financiación, subvención u otras
similares que permitan crear un auténtico mercado en torno a las
subastas públicas de suelo y activen la compraventa; o apoyo para la
creación de alquileres sociales y para la entrada de parte de los
activos en programas de VPO. En cualquier caso, medidas que permitan una
gestión profesional de los activos y dejen a la banca concentrarse en
su negocio puro.
No se trata sólo de un problema financiero, que lo es, sino también
social y creo que debería representar, a la vez, la apertura hacia un
camino que nos ayude a abordar la vivienda de una manera muy distinta
para que seamos capaces de aprender la lección económica y vital.
Fuente: Expansión.com
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