BIOGRAFÍA
José Antonio Zarzalejos es licenciado
en derecho por la Universidad de Deusto y periodista. Ha desempeñado
puestos de distinta responsabilidad tanto en el Grupo Correo, primero,
como en Vocento, después. Fue director del diario ABC de 1999 a 2008. Su
"cuaderno de notas" pretende ser una aproximación certera a la realidad
política, económica y social española e internacional.
José Antonio Zarzalejos.-
26/05/2012
En España ha hecho fortuna la teoría del pesimismo del siglo XXI, más conocida como Ley Krugman, sustitutiva de la Ley de Murphy,
según la cual si algo puede salir mal, saldrá mal. A estas alturas, el
Premio Nobel, economista de cabecera de los keynesianos progresistas, se
dedica de manera constante y tozuda a combatir los errores de todas las
políticas económicas, sean las de Obama o las de Merkel.
El estadounidense formula pronósticos que aspiran a constituirse en
profecías que se autocumplen, esto es, predicciones que por el mero
hecho de formularse se hacen realidad. No lo está consiguiendo, pero lo
intenta con denuedo.
Krugman ha augurado la salida de Grecia de la eurozona, el rescate del sistema financiero español, el corralito en nuestro país… y toda clase de calamidades
a las que se les han prestado oídos como si se tratase de un adivino.
Nadie le ha ofertado a Krugman la posibilidad de incorporarse a la
dirección del FMI, o del Banco Mundial, para probar la calidad y
eficacia de sus recetas. Simplemente, se leen sus artículos, se
reproducen, se fusilan en tertulias y comentarios y desciende la
serotonina colectiva de los españoles hasta niveles de depresión
profunda. Y ahí estamos, en la sima abisal de los diagnósticos de Paul
Krugman, una especie de Murphy sofisticado, empeñado en que caigamos por
el despeñadero.
Con todo, lo peor no es tanto lo que Krugman escribe, cuanto la sugestión de desastre colectivo que sus escritos suscitan.
Al Nobel los españoles le hemos comprado su talento para la descripción
realista de la desgracia inminente. No importa que los empresarios
digan que en el horizonte de 2013 podríamos comenzar a ver la luz,
porque Krugman ha enviado al averno a la clase empresarial por sus
ciertas o conjeturadas responsabilidades en la crisis. Tampoco es
relevante que, además de los empresarios, el portavoz de la UE, el
presidente del Gobierno y el ministro de Economía, así como el FMI,
nieguen la necesidad de un rescate para el sistema financiero nacional,
porque Krugman estima –con su inmenso conocimiento de España, adquirido
en no se sabe dónde- que la calaña de banqueros y financieros merecen un
guillotinado colectivo o un fusilamiento social al amanecer y sin
auxilios espirituales. Y el rescate. Cualquier instancia o
colectivo que determinado progresismo adscriba a las áreas del
conservadurismo social o a las recetas de la austeridad, es reo de
gravísima confusión y de merecido exterminio comunicativo. Krugman lo
apoya. Secundado por Roubini et alii.
Krugman y sus teorías explican muy bien por qué la izquierda española, y en general la europea, carece de chance en esta coyuntura histórica: porque el ahogamiento en el pesimismo transversal es de una esterilidad auténticamente catastrófica que los electorales detectan
Nosotros nos encargamos de dar la razón al agorero laureado con nacionalizaciones como la de BFA-BANKIA,
con nuestra prima de riesgo por encima, sostenidamente, de los 450
puntos básicos y con el desplome del Ibex 35. También le alentamos con nuestra crisis política,
sea la que afecta a la forma de Estado (la Corona) como al modelo de
Estado (el autonómico); se refiera la disfunción al dividido y
desprestigiado Consejo General del Poder Judicial o al incombustible
Tribunal Constitucional. Con los brotes corruptos -de los Gürtel o de los ERES- abonamos la teoría de que estamos más cerca de Grecia que de Francia,
por aquello de que la periferia es despilfarradora y amiga de lo ajeno.
En fin, que Krugman se retroalimenta con lo que sucede en España y
nosotros nos retroalimentamos masoquistamente en lo que leemos del
académico. De tal manera que si algo puede salir mal, Krugman lo
adelanta y, efectivamente, nos acercamos a que salga peor. Alierta, o Botín, o Galán o González, con su informe del CEC nada tienen que hacer frente a nuestro amigo Paul
que suministra combustible a la socialdemocracia rampante que fía su
futuro a sus teorías -los afectos a Krugman son más explícitos y amplios
que a Keynes- y a lo poco que pueda hacer François Hollande en el país vecino.
Krugman y sus teorías explican muy bien por qué la izquierda española, y en general la europea, carece de chance en esta coyuntura histórica: porque el ahogamiento en el pesimismo transversal
es de una esterilidad auténticamente catastrófica que los electorales
detectan. Krugman y sus seguidores hacen un “periodismo escandaloso”
que, como dice Vargas Llosa, “es un perverso hijastro de la cultura de
la libertad”, porque su sesgo apocalíptico cercena el elemento volitivo
necesario para salir de cualquier crisis. Para poder hay que querer y
los heraldos de la constancia en el pesimismo quiebran el deseo de
prosperar y ensimisman en la nostalgia y el agobio. Ofrecen ansiedad. No
diré -carezco de autoridad- que Krugman estaría mejor instalado en los
datos que en las predicciones, pero deberíamos defendernos de él con la
reflexión del filósofo marxista Antonio Gramsci que afirmó: “el conocimiento mata la acción, es preciso el espejismo de la ilusión”. Porque “lo mejor de la vida son las ilusiones” según Honoré de Balzac al que el bueno de Krugman seguramente no habrá leído.
Trato
de llegar a una muy sencilla conclusión cuando la crisis nos golpea con
toda su terrible y demoledora energía: de ella no salimos porque,
efectivamente, el pesimismo “mata la acción”, es decir, paraliza. Y si a
ello añadimos el fatalismo senequista que nos distingue, tributario de nuestra historia y de nuestras creencias socio-religiosas,
la terapia nacional no requerirá sólo de ésta o aquella reforma
estructural, de tal o cual recorte, sino de la ingestión de un vademécum
psiquiátrico contra la sugestión suicida.
He alcanzado esta
desalentadora impresión cuando hace unos días, un compañero de tertulia
radiofónica, supongo que fiel lector de Krugman, se lanzó a la yugular
de Pablo Isla, presidente de Inditex, un caso de éxito español
como pocos en nuestra historia. Le parecía que Isla ganaba demasiado en
relación con lo que ingresaban los trabajadores de la firma, olvidando
que la política laboral de Inditex merece todos los parabienes,
despliega una encomiable responsabilidad social corporativa y que Isla
asume un riesgo en solitario –correlativo a su capacidad- que genera
riqueza. Pero cuando el virus de la ley Krugman ataca, ni nuestra planetaria Zara y sus diversas marcas se salvan de la quema. Y así, claro está, no hay manera.
Fuente: El Confidencial
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