02/05/2012 - Juan Prieto Soto
- Como en el póquer, los jugadores de esta partida basan toda la estrategia en esconder la jugada. La verdad, ni a tiros. Solo faltaba.
- Los bancos no quieren saber nada de la fórmula. La razón es que saben que un banco malo supondría de facto permitir que un tasador independiente pusiera negro sobre blanco sus miserias inmobiliarias.
- De momento, basta con ir preparando al personal para lo que viene: una operación de salvamento a gran escala para mantener viva a la que otrora fue la banca más saneada de Europa.
Anda revuelto el personal con el asunto del banco malo. Ya saben, esa argucia que nadie sabe con detalle en qué consiste que podría permitir a nuestro maltrecho sector financiero quitarse de encima ese marrón en forma de ladrillo valorado en 184.000 millones
–siendo generosos, porque casi nadie se cree una cifra que debe ser
bastante más alta- de euros que amenaza con llevárselos por delante. A
todos. Pero como en el póquer, los jugadores de esta partida
basan toda la estrategia en esconder la jugada. La verdad, ni a tiros.
Solo faltaba.
Imagínense el chollo. Como me compré un casa en la playa por 100.000 euros que ahora no puedo vender salvo a precio de saldo y buscándome la ruina, un alma generosa me permite colocar mi vivienda en un, llamémosle así, banco de casas malas. Un inversor altruista lo gestiona mientras yo me voy al bar a celebrar el problemón que me he quitado de encima. Suena a broma, pero de este planteamiento que no se tragaría ni un alumno de primaria han llenado sus páginas los medios de comunicación en los últimos días.
Otra cosa es entrar no ya al detalle de la cuestión, sino a asuntos tan básicos cómo quien valora esos inmuebles y quién asume la pérdida si la cifra resultante supone números rojos para el banco de turno. En este caso no hay respuestas. ¿Por qué? La razón es que ninguno de los participantes en la partida esta en disposición de dar la cara, retratarse y decir qué quiere y cómo. De momento, basta con ir preparando al personal para lo que viene: una operación de salvamento a gran escala para mantener viva a la que otrora fue la banca más saneada de Europa.
Pero vayamos por partes. ¿A quién le interesa un banco malo? La respuesta es que a todos y a ninguno. O dicho de otra forma, depende. Los bancos no quieren saber nada de la fórmula. La razón es que saben que un banco malo supondría de facto permitir que un tasador independiente pusiera negro sobre blanco sus miserias inmobiliarias. Es decir, que dijera cuál es la diferencia real entre el valor al que tienen contabilizados sus inmuebles y el real.
Y eso, claro, es como los archivos clasificados de la CIA, material sensible capaza de provocar la voladura no se sabe hasta qué punto controlada del sector bancario español. Ya se han ocupado los banqueros de mantener bien escondidos los muertos en armario. ¿Cómo? Aceptando sin rechistar la fórmula de restructuración ideada por el Banco de España y basada exclusivamente en la política de que el banco necesitado se come al desesperado. Nada de fusiones o ventas a bancos extranjeros que exigirían luz y taquígrafos sobre la situación de las entidades.
Para el Banco de España, el banco malo que propugna con todas sus fuerzas a sabiendas de que el sector no tiene arreglo sólo tiene sentido con dinero público. Es decir, con los fondos que salen del bolsillo de los contribuyentes, con la exasperante excusa de que esta crisis interminable exige constantes sacrificios a la castigada clase media. La otra opción, la de que vengan inversores profesionales a gestionar el ladrillo español, no le gusta tanto. Sacarían a la luz el desastre del sector financiero español en el que la institución que preside Miguel Ángel Fernández Ordóñez tiene tanta responsabilidad.
¿Y el Gobierno? El ministro De Guindos se ha aburrido de decir que no le gusta la fórmula del banco malo y que no habrá dinero público para salvar los desaguisados inmobiliarios del sector. Dar marcha atrás sería quedar en evidencia ante la comunidad internacional, que no aceptaría un cambio de discurso en un proceso, el de la restructuración financiera, al que fía la credibilidad de España.
Pero otra cosa es la dura realidad. Y ésta dice que el agujero del ladrillo es de tal calibre que exige medidas drásticas. Pero todos los jugadores de la partida están mareando la perdiz a la espera de una solución definitiva, que los analistas más sesudos no tienen duda que terminará con una gran ayuda económica europea que ya veremos cómo y con que nombre se disfraza. Mientras, nos siguen contando una milonga: nos preparan para lo que viene, que no es otra cosa que otro zarpazo a nuestro bolsillo. Y mientras, al crédito a las familias y a las empresas ni se le ve ni se le espera.
Fuente: teinteresa.es
Imagínense el chollo. Como me compré un casa en la playa por 100.000 euros que ahora no puedo vender salvo a precio de saldo y buscándome la ruina, un alma generosa me permite colocar mi vivienda en un, llamémosle así, banco de casas malas. Un inversor altruista lo gestiona mientras yo me voy al bar a celebrar el problemón que me he quitado de encima. Suena a broma, pero de este planteamiento que no se tragaría ni un alumno de primaria han llenado sus páginas los medios de comunicación en los últimos días.
Otra cosa es entrar no ya al detalle de la cuestión, sino a asuntos tan básicos cómo quien valora esos inmuebles y quién asume la pérdida si la cifra resultante supone números rojos para el banco de turno. En este caso no hay respuestas. ¿Por qué? La razón es que ninguno de los participantes en la partida esta en disposición de dar la cara, retratarse y decir qué quiere y cómo. De momento, basta con ir preparando al personal para lo que viene: una operación de salvamento a gran escala para mantener viva a la que otrora fue la banca más saneada de Europa.
Pero vayamos por partes. ¿A quién le interesa un banco malo? La respuesta es que a todos y a ninguno. O dicho de otra forma, depende. Los bancos no quieren saber nada de la fórmula. La razón es que saben que un banco malo supondría de facto permitir que un tasador independiente pusiera negro sobre blanco sus miserias inmobiliarias. Es decir, que dijera cuál es la diferencia real entre el valor al que tienen contabilizados sus inmuebles y el real.
Y eso, claro, es como los archivos clasificados de la CIA, material sensible capaza de provocar la voladura no se sabe hasta qué punto controlada del sector bancario español. Ya se han ocupado los banqueros de mantener bien escondidos los muertos en armario. ¿Cómo? Aceptando sin rechistar la fórmula de restructuración ideada por el Banco de España y basada exclusivamente en la política de que el banco necesitado se come al desesperado. Nada de fusiones o ventas a bancos extranjeros que exigirían luz y taquígrafos sobre la situación de las entidades.
Para el Banco de España, el banco malo que propugna con todas sus fuerzas a sabiendas de que el sector no tiene arreglo sólo tiene sentido con dinero público. Es decir, con los fondos que salen del bolsillo de los contribuyentes, con la exasperante excusa de que esta crisis interminable exige constantes sacrificios a la castigada clase media. La otra opción, la de que vengan inversores profesionales a gestionar el ladrillo español, no le gusta tanto. Sacarían a la luz el desastre del sector financiero español en el que la institución que preside Miguel Ángel Fernández Ordóñez tiene tanta responsabilidad.
¿Y el Gobierno? El ministro De Guindos se ha aburrido de decir que no le gusta la fórmula del banco malo y que no habrá dinero público para salvar los desaguisados inmobiliarios del sector. Dar marcha atrás sería quedar en evidencia ante la comunidad internacional, que no aceptaría un cambio de discurso en un proceso, el de la restructuración financiera, al que fía la credibilidad de España.
Pero otra cosa es la dura realidad. Y ésta dice que el agujero del ladrillo es de tal calibre que exige medidas drásticas. Pero todos los jugadores de la partida están mareando la perdiz a la espera de una solución definitiva, que los analistas más sesudos no tienen duda que terminará con una gran ayuda económica europea que ya veremos cómo y con que nombre se disfraza. Mientras, nos siguen contando una milonga: nos preparan para lo que viene, que no es otra cosa que otro zarpazo a nuestro bolsillo. Y mientras, al crédito a las familias y a las empresas ni se le ve ni se le espera.
Fuente: teinteresa.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario