Mundo
En el reino de la paranoia y la
codicia, la desconexión entre las normas y la realidad se manifiesta con
un hombre que orina contra un cartel: “Prohibido orinar en público”. Y
aunque Bangui es el mejor lugar dentro de la República Centroafricana, aparece como la segunda peor ciudad en el mundo justo después de Bagdad.
Foto: Spencer Platt/Getty Images |
El joven empresario camerunés angloparlante sentado a mi lado en el vuelo de Ethiopian Airways me pregunta si voy a la República Centroafricana “de vacas”. No sé muy bien qué contestarle. Rodeado de casos perdidos como Sudán del Sur y la República Democrática del Congo, la RC permanece adormilada entre las ruinas, como una decrépita casa de empeños en un barrio peligroso.
Aterrizamos en Bangui con un ruido sordo sobre la
desgastada pista de aterrizaje, y desembarcamos. Pero antes de haber
siquiera alcanzado la atestada y caótica sala de llegadas, uno de los
pasajeros chinos casi es arrestado por sacarle fotos al avión en que
viajamos.
Claramente no sabía que la paranoia es uno de los dos principales motores de las fuerzas de seguridad en esta parte del mundo. El otro es, por supuesto, la codicia.
La ciudad está llena de policías desarreglados, gendarmes y soldados,
algunos adolescentes, entregados a la causa de despojar a los ciudadanos
de sus francos.
Las principales calles de la ciudad están enfangadas y llenas de
socavones, pero muestran orgullosamente nombres nacionalistas como
Avenida de los Mártires o reminiscencias de la época colonial como
Bulevar De Gaulle y Plaza LeClerc. Grandes flamboyanes y mangos, con los
troncos pintados de blanco, se alinean a lo largo de las avenidas.
Como suele ser habitual en África, se pueden ver constantes muestras de la desconexión entre las normas y la realidad.
Un hombre orina contra un muro en el que hay una pintada que dice
“Prohibido orinar en público”. El aparcamiento de la “brigada móvil” de
la Policía
está repleto de coches para el desguace. A su lado, un cartel que dice
“Por orden del alcalde, aquí no se permite tirar basura”.
Mi hotel está a una manzana de la casa de la viuda del autoproclamado
“presidente vitalicio” y gobernante del Imperio de África Central, Jean-Bedel Bokassa.
Cualquiera con más de 40 años dice que la época del emperador fue la
última en la que se vivió bien en la RC. Según ellos, el país era
entonces seguro, la comida era asequible y el suministro energético era
fiable.
Es triste, por lo mucho que dice del Gobierno del actual presidente, Francois Bozize.
En poder desde hace una década, primero gracias a la fuerza de las
armas y después por dos elecciones dudosas, el pueblo compara su
Gobierno con el de uno de los dictadores más notorios de África, y aún
así sale perdiendo.
La comitiva presidencial de coches atraviesa el centro de la ciudad,
mientras los ciudadanos tenemos que esperar pacientemente a que pase. No
asumen riesgos, y los todoterrenos de lujo del mandatario tienen los
cristales tintados y van escoltados por camionetas pickup llenas de mal
encarados soldados portando armas automáticas. La imagen de un escorpión
enfadado adorna las puertas de sus vehículos.
Aunque es de lejos el mejor lugar en la RC, Bangui aparece como la segunda peor ciudad en el mundo,
justo después de Bagdad, según una empresa de encuestas relacionadas
con los negocios. La RC, con cinco millones de habitantes, figura en el puesto 179 de 187 en el Índice de Desarrollo Humano de la ONU.
Los cortes de luz son frecuentes, los servicios gubernamentales
ridículos, y la mayoría de los productos esenciales son excesivamente
caros, especialmente los que se tienen que importar, que es
prácticamente todo excepto la mandioca y la cerveza.
La RC no es una potencia industrial, y la economía (con un PIB
estimado en 2.000 millones de dólares) depende prácticamente por
completo del comercio, controlado actualmente por libios y sirios. Los recuerdos de antiguos propietarios franceses y portugueses aún se pueden ver en las fachadas de algunos negocios en el centro: Ets. Rolland, Dias Freres, etc.
Parte del preciado suministro eléctrico de la ciudad se utiliza para iluminar un cartel tipo Hollywood en una colina en el que se puede leer Bangui en enormes letras mayúsculas.
Un vendedor callejero me ofrece un hatillo de periódicos, que se
parecen más bien a los delgados periódicos que hacíamos en el instituto.
Los dos más recientes son de esa misma semana; los demás son de hace
meses. Entre los titulares: “Bogangolo invadida por los bandidos” y “La
República Centroafricana celebra el Día Mundial de la Meteorología”.
Hubo un tiempo en que la ciudad llegó a tener dos buenos hoteles
franceses, con vistas al amplio río Ubangi y justo al otro lado del
pueblo congoleño de Zongo. El Novotel es ahora un monstruo que se pudre,
con heridas de bala y lugar de refugio de vagabundos. El Sofitel se
llama ahora El Oubangi y huele a orines y desesperación.
En otro lugar privilegiado de la rivera está la Embajada de Francia.
Aunque el poder galo ha disminuido enormemente, todavía se puede ver a
soldados franceses conduciendo por la ciudad en Land Rover o tomando
espresso en el Grand Café. En cualquier bar o restaurante todavía se
puede ver una televisión mostrando las noticias de France 24.
Pero no se puede negar también la influencia del mundo anglófono.
A la mínima oportunidad los jóvenes centroafricanos, vestidos con ropa
hip-hop, dirán algo en inglés. Un camarero de mi hotel me informa, sin
asomo de ironía, que está trabajando en una tesis doctoral sobre “el
papel de los negros en la construcción de la economía estadounidense”.
Fuente: lainformacion.com
Fuente: lainformacion.com
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