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domingo, 6 de mayo de 2012

Es uno de los peores lugares del mundo y nadie se acuerda de que existe

Mundo

5/05/2012 06:00 | Chris Hennemeyer, Bangui (República Centroafricana) | GlobalPost

En el reino de la paranoia y la codicia, la desconexión entre las normas y la realidad se manifiesta con un hombre que orina contra un cartel: “Prohibido orinar en público”. Y aunque Bangui es el mejor lugar dentro de la República Centroafricana, aparece como la segunda peor ciudad en el mundo justo después de Bagdad.

Foto de Niño de desplazado a Sudán
Foto: Spencer Platt/Getty Images
El joven empresario camerunés angloparlante sentado a mi lado en el vuelo de Ethiopian Airways me pregunta si voy a la República Centroafricana “de vacas”. No sé muy bien qué contestarle. Rodeado de casos perdidos como Sudán del Sur y la República Democrática del Congo, la RC permanece adormilada entre las ruinas, como una decrépita casa de empeños en un barrio peligroso.

Aterrizamos en Bangui con un ruido sordo sobre la desgastada pista de aterrizaje, y desembarcamos. Pero antes de haber siquiera alcanzado la atestada y caótica sala de llegadas, uno de los pasajeros chinos casi es arrestado por sacarle fotos al avión en que viajamos.

Claramente no sabía que la paranoia es uno de los dos principales motores de las fuerzas de seguridad en esta parte del mundo. El otro es, por supuesto, la codicia. La ciudad está llena de policías desarreglados, gendarmes y soldados, algunos adolescentes, entregados a la causa de despojar a los ciudadanos de sus francos.

Las principales calles de la ciudad están enfangadas y llenas de socavones, pero muestran orgullosamente nombres nacionalistas como Avenida de los Mártires o reminiscencias de la época colonial como Bulevar De Gaulle y Plaza LeClerc. Grandes flamboyanes y mangos, con los troncos pintados de blanco, se alinean a lo largo de las avenidas.

Como suele ser habitual en África, se pueden ver constantes muestras de la desconexión entre las normas y la realidad. Un hombre orina contra un muro en el que hay una pintada que dice “Prohibido orinar en público”. El aparcamiento de la “brigada móvil” de la Policía está repleto de coches para el desguace. A su lado, un cartel que dice “Por orden del alcalde, aquí no se permite tirar basura”.

Mi hotel está a una manzana de la casa de la viuda del autoproclamado “presidente vitalicio” y gobernante del Imperio de África Central, Jean-Bedel Bokassa. Cualquiera con más de 40 años dice que la época del emperador fue la última en la que se vivió bien en la RC. Según ellos, el país era entonces seguro, la comida era asequible y el suministro energético era fiable.

Es triste, por lo mucho que dice del Gobierno del actual presidente, Francois Bozize. En poder desde hace una década, primero gracias a la fuerza de las armas y después por dos elecciones dudosas, el pueblo compara su Gobierno con el de uno de los dictadores más notorios de África, y aún así sale perdiendo.

La comitiva presidencial de coches atraviesa el centro de la ciudad, mientras los ciudadanos tenemos que esperar pacientemente a que pase. No asumen riesgos, y los todoterrenos de lujo del mandatario tienen los cristales tintados y van escoltados por camionetas pickup llenas de mal encarados soldados portando armas automáticas. La imagen de un escorpión enfadado adorna las puertas de sus vehículos.

Aunque es de lejos el mejor lugar en la RC, Bangui aparece como la segunda peor ciudad en el mundo, justo después de Bagdad, según una empresa de encuestas relacionadas con los negocios. La RC, con cinco millones de habitantes, figura en el puesto 179 de 187 en el Índice de Desarrollo Humano de la ONU.

Los cortes de luz son frecuentes, los servicios gubernamentales ridículos, y la mayoría de los productos esenciales son excesivamente caros, especialmente los que se tienen que importar, que es prácticamente todo excepto la mandioca y la cerveza.

La RC no es una potencia industrial, y la economía (con un PIB estimado en 2.000 millones de dólares) depende prácticamente por completo del comercio, controlado actualmente por libios y sirios. Los recuerdos de antiguos propietarios franceses y portugueses aún se pueden ver en las fachadas de algunos negocios en el centro: Ets. Rolland, Dias Freres, etc.

Parte del preciado suministro eléctrico de la ciudad se utiliza para iluminar un cartel tipo Hollywood en una colina en el que se puede leer Bangui en enormes letras mayúsculas.

Un vendedor callejero me ofrece un hatillo de periódicos, que se parecen más bien a los delgados periódicos que hacíamos en el instituto. Los dos más recientes son de esa misma semana; los demás son de hace meses. Entre los titulares: “Bogangolo invadida por los bandidos” y “La República Centroafricana celebra el Día Mundial de la Meteorología”.

Hubo un tiempo en que la ciudad llegó a tener dos buenos hoteles franceses, con vistas al amplio río Ubangi y justo al otro lado del pueblo congoleño de Zongo. El Novotel es ahora un monstruo que se pudre, con heridas de bala y lugar de refugio de vagabundos. El Sofitel se llama ahora El Oubangi y huele a orines y desesperación.

En otro lugar privilegiado de la rivera está la Embajada de Francia. Aunque el poder galo ha disminuido enormemente, todavía se puede ver a soldados franceses conduciendo por la ciudad en Land Rover o tomando espresso en el Grand Café. En cualquier bar o restaurante todavía se puede ver una televisión mostrando las noticias de France 24.

Pero no se puede negar también la influencia del mundo anglófono. A la mínima oportunidad los jóvenes centroafricanos, vestidos con ropa hip-hop, dirán algo en inglés. Un camarero de mi hotel me informa, sin asomo de ironía, que está trabajando en una tesis doctoral sobre “el papel de los negros en la construcción de la economía estadounidense”.
Fuente: lainformacion.com

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