Mundo
Apenas tres metros cuadrados son el "hogar" por
el que miles de personas pagan más de 100 euros al mes en la
aparentemente lujosa Hong Kong.
Kolab en su 'casa jaula' de Hong Kong. (José Luis Cámara Pineda) |
Vivir entre rejas no es lo mismo que vivir enjaulado, aunque
la sensación debe de ser muy parecida. Tampoco es lo mismo estar preso
por un delito que ser preso de las circunstancias.
Con siete millones de habitantes y una opulencia que puede llegar a ser obscena, Hong Kong está considerada en la actualidad como una de las urbes más pujantes del planeta.
Sin embargo, más allá de los rascacielos que se elevan hasta el infinito y los hoteles al alcance de muy pocos bolsillos, se esconde otra realidad: la que padecen miles de desempleados que malviven en las llamadas 'casas jaula', pequeños habitáculos enrejados de apenas tres metros cuadrados.
Y es que la crisis también ha llegado a esta parte del planeta. Gobierno hongkonés anunció en enero que la tasa de paro alcanzaba el 6%, su nivel más alto desde 2005.
Entre los damnificados están personas como Kolab Muay Soi, de 65 años de edad. Hace dos años y medio perdió su puesto como cocinero en un restaurante familiar, que ahogado por la competencia tuvo que echar el cierre.
Separado y con dos hijos a los que no ve desde hace un lustro, su pensión de poco más de 300 euros sólo le permite pagar una habitación de 50 metros cuadrados, que comparte con otros 11 hombres. Su ‘morada’, como él la define, no sobrepasa los 3 metros cuadrados, pero es mejor que dormir en la calle.
Por ella pagaba unos 105 euros al mes cuando tenía trabajo. Ahora, viejo y sin oficio, de él se han hecho cargo los servicios sociales, que apenas dan abasto para socorrer a los 1,4 millones de personas que viven por debajo del umbral de la pobreza en este supuesto paraíso de la riqueza.
“Soy demasiado anciano para el mercado, nadie contrata a una persona como yo”, dice tranquilo, mientras hojea un periódico. “No tengo otra elección”, contesta resignado Kolab.
Afirma que los precios de la vivienda en Hong Kong (la ciudad con los alquileres más caros del mundo) son “desproporcionados”, lo que hace que mucha gente se vea obligada a sobrevivir en condiciones infrahumanas.
De hecho, el número de personas que viven en estas casas jaula en Hong Kong supera las 120.000, según apuntan algunas ONGs. Están repartidas en media docena de barrios en las zonas más desfavorecidas de Kowloon y los Nuevos Territorios, pertenecientes al llamado Hong Kong continental. La Isla queda reservada para las viviendas más caras y lujosas del mundo, que escoltan uno de los skylines más impresionantes del planeta.
Los residentes de estas ‘cárceles del siglo XXI’, por regla general, son varones procedentes de la China continental que llegaron a Hong Kong hace medio siglo en busca de un futuro mejor. En la mayor parte de los casos fueron contratados en algunas de las muchas fábricas que por aquel entonces florecían al amparo del codicioso puerto hongkonés.
Junto a los hombres, aunque en menor medida, en las casas jaula también residen decenas de mujeres y niños oriundos de otros países asiáticos, como Malasia, Myanmar, Camboya o Laos.
Está situado al oeste del vibrante Mong Kok, meca de la electrónica y de los neones infinitos, a escasos diez minutos a pie.
Parece como si el mega centro comercial de Langham Place, con las adoradas marcas de moda y un impresionante hotel de lujo revestido de metacrilato en sus correspondientes 150 metros de altura, estuvieran colocados estratégicamente para hacer olvidar el infierno que se vive dos calles más abajo.
Una vez dentro del edificio, silencio. Al entrar en la habitación compartida, llena de basura por todas partes y con un olor que penetra el alma hasta la naúsea, el silencio continúa por unos instantes.
Vista desde la puerta de entrada, la estancia tiene camastros con rejas a derecha e izquierda y en la pared de la entrada. Están apiladas como literas, con tres alturas cada una. Las rejas sirven para delimitar el espacio vital de cada uno. Es su casa, su propiedad. Y como tal, la decoran como quieren (en este caso, como pueden).
Unos revisten el suelo con material que imita el parqué, otros la cubren de mantas, los más afortunados tienen un colchón, por obra y gracia de alguien que lo dejó intacto en un contenedor. Las paredes están desnudas. No hay fotos de familiares, ni recuerdos del pasado.
Ninguno de ellos quiere acordarse del infausto pasado que les condujo a su penoso presente. Una televisión de 14 pulgadas anclada al techo por un soporte articulado es el único adorno. Las zonas comunes se reducen a un baño de diez metros cuadrados donde hay un inodoro y un lavabo mínimo.
También tienen una mesa camilla al lado de la ventana, donde pasan el día jugando al Mahjong (uno de los juegos de mesa más populares en China). Mientras unos juegan o charlan, otros duermen, leen el periódico o salir a pasear al parque de Tung Chau, a tres manzanas de allí.
No tienen cocina, ni lavadora, ni frigorífico. Se alimentan con cuencos de arroz, fruta y verduras, cuando no rastrean los basureros de los restaurantes chic de la ciudad.
Al caer la tarde, cuando la urbe bulle, Kolab regresa a su jaula, el hogar donde ha sido desterrado y donde está condenado a pasar las últimas páginas del libro de su vida.
Fuente: lainformacion.com
Con siete millones de habitantes y una opulencia que puede llegar a ser obscena, Hong Kong está considerada en la actualidad como una de las urbes más pujantes del planeta.
Sin embargo, más allá de los rascacielos que se elevan hasta el infinito y los hoteles al alcance de muy pocos bolsillos, se esconde otra realidad: la que padecen miles de desempleados que malviven en las llamadas 'casas jaula', pequeños habitáculos enrejados de apenas tres metros cuadrados.
Y es que la crisis también ha llegado a esta parte del planeta. Gobierno hongkonés anunció en enero que la tasa de paro alcanzaba el 6%, su nivel más alto desde 2005.
105 euros por una jaula de tres metros
Entre los damnificados están personas como Kolab Muay Soi, de 65 años de edad. Hace dos años y medio perdió su puesto como cocinero en un restaurante familiar, que ahogado por la competencia tuvo que echar el cierre.
Separado y con dos hijos a los que no ve desde hace un lustro, su pensión de poco más de 300 euros sólo le permite pagar una habitación de 50 metros cuadrados, que comparte con otros 11 hombres. Su ‘morada’, como él la define, no sobrepasa los 3 metros cuadrados, pero es mejor que dormir en la calle.
Por ella pagaba unos 105 euros al mes cuando tenía trabajo. Ahora, viejo y sin oficio, de él se han hecho cargo los servicios sociales, que apenas dan abasto para socorrer a los 1,4 millones de personas que viven por debajo del umbral de la pobreza en este supuesto paraíso de la riqueza.
“Soy demasiado anciano para el mercado, nadie contrata a una persona como yo”, dice tranquilo, mientras hojea un periódico. “No tengo otra elección”, contesta resignado Kolab.
Afirma que los precios de la vivienda en Hong Kong (la ciudad con los alquileres más caros del mundo) son “desproporcionados”, lo que hace que mucha gente se vea obligada a sobrevivir en condiciones infrahumanas.
De hecho, el número de personas que viven en estas casas jaula en Hong Kong supera las 120.000, según apuntan algunas ONGs. Están repartidas en media docena de barrios en las zonas más desfavorecidas de Kowloon y los Nuevos Territorios, pertenecientes al llamado Hong Kong continental. La Isla queda reservada para las viviendas más caras y lujosas del mundo, que escoltan uno de los skylines más impresionantes del planeta.
Los residentes de estas ‘cárceles del siglo XXI’, por regla general, son varones procedentes de la China continental que llegaron a Hong Kong hace medio siglo en busca de un futuro mejor. En la mayor parte de los casos fueron contratados en algunas de las muchas fábricas que por aquel entonces florecían al amparo del codicioso puerto hongkonés.
Junto a los hombres, aunque en menor medida, en las casas jaula también residen decenas de mujeres y niños oriundos de otros países asiáticos, como Malasia, Myanmar, Camboya o Laos.
Está situado al oeste del vibrante Mong Kok, meca de la electrónica y de los neones infinitos, a escasos diez minutos a pie.
Más que miseria
Parece como si el mega centro comercial de Langham Place, con las adoradas marcas de moda y un impresionante hotel de lujo revestido de metacrilato en sus correspondientes 150 metros de altura, estuvieran colocados estratégicamente para hacer olvidar el infierno que se vive dos calles más abajo.
Una vez dentro del edificio, silencio. Al entrar en la habitación compartida, llena de basura por todas partes y con un olor que penetra el alma hasta la naúsea, el silencio continúa por unos instantes.
Vista desde la puerta de entrada, la estancia tiene camastros con rejas a derecha e izquierda y en la pared de la entrada. Están apiladas como literas, con tres alturas cada una. Las rejas sirven para delimitar el espacio vital de cada uno. Es su casa, su propiedad. Y como tal, la decoran como quieren (en este caso, como pueden).
Unos revisten el suelo con material que imita el parqué, otros la cubren de mantas, los más afortunados tienen un colchón, por obra y gracia de alguien que lo dejó intacto en un contenedor. Las paredes están desnudas. No hay fotos de familiares, ni recuerdos del pasado.
Pasatiempos para un enjaulado
Ninguno de ellos quiere acordarse del infausto pasado que les condujo a su penoso presente. Una televisión de 14 pulgadas anclada al techo por un soporte articulado es el único adorno. Las zonas comunes se reducen a un baño de diez metros cuadrados donde hay un inodoro y un lavabo mínimo.
También tienen una mesa camilla al lado de la ventana, donde pasan el día jugando al Mahjong (uno de los juegos de mesa más populares en China). Mientras unos juegan o charlan, otros duermen, leen el periódico o salir a pasear al parque de Tung Chau, a tres manzanas de allí.
No tienen cocina, ni lavadora, ni frigorífico. Se alimentan con cuencos de arroz, fruta y verduras, cuando no rastrean los basureros de los restaurantes chic de la ciudad.
Al caer la tarde, cuando la urbe bulle, Kolab regresa a su jaula, el hogar donde ha sido desterrado y donde está condenado a pasar las últimas páginas del libro de su vida.
Fuente: lainformacion.com
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