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viernes, 2 de marzo de 2012

Antonio Gala. Escritor: "Sé que no me voy de la vida sin habérmela bebido a grandes sorbos"

El escritor, que afirma que se siente ahora más vivo que en otros momentos más plenos de su existencia, recibe esta noche en el Teatro Góngora, en una ceremonia abierta, el III Premio de las Letras Andaluzas Elio Antonio de Nebrija.
 
Alfredo Asensi / Córdoba | Actualizado 02.03.2012 - 07:05
 
Con un prólogo de bromas, chascarrillos y primicias (la instalación en el campanario de su fundación, el próximo martes, de una campana regalada por los príncipes de Asturias), Antonio Gala construye un favorable clima para la entrevista. Luego, con todo preparado, se levanta y se pierde por una puerta, y aparece con gafas y cigarrillos. El jersey verde, la mirada de inteligencia, un fondo de serenidad doliente en cada gesto y en cada respuesta. Y el humor irrenunciable: "Un buen fotógrafo te jode para toda la vida", dice al sentirse enfocado. Hoy recibe en el Teatro Góngora el III Premio de las Letras Andaluzas Elio Antonio de Nebrija (él reivindica Lebrija), otorgado por la sección andaluza de la Asociación Colegial de Escritores de España, a partir de las 20:00 y en una gala abierta a los ciudadanos. Más cercano que nunca, Antonio Gala abre su alma.

-¿Cómo se encuentra?

-Pues ahora que estamos hablando de vida, me veo con una muy corta. Y además la gente como tú, malvada y periodista, me pregunta por cosas como la eutanasia. Hace poco me han realizado en La Baltasara (su casa de Alhaurín) una entrevista para Francia sobre este tema. He intentado olvidar de tal manera y con tal fuerza los terribles trámites del intento de curación que he olvidado cosas que nada tenían que ver con ellos. Me encuentro con la vida aminorada, disminuida, no sólo de dimensiones temporales sino también en lo que respecta a mi trabajo. Yo no sé hacer otra cosa que leer y escribir. Cada día leo peor, y de hecho me operan de los ojos el sábado, y escribir no sé si escribo cada vez peor pero apenas escribo, que es peor.

-Esta fase de su vida, marcada por la enfermedad, ¿ha estimulado en usted algún sentimiento, alguna sensación o algún pensamiento novedoso? ¿Ha modificado en algo su relación con el mundo?

-Mi relación con el mundo la ha disminuido de una manera muy notable, pero en este proceso ha tenido la colaboración eficaz del mundo, y no me refiero al periódico -El Mundo, donde colabora con su columna La Tronera-. El mundo no está para chirigotas ni bromas ni alegrías ni vidas largas. La enfermedad ha influido en el sentido de que se tiene tiempo para pensar y para reaccionar ante la reacción de la gente, y ves cómo el corazón de la gente es distinto, para mejor o peor, de lo que pensabas. Y sabes quiénes son tus amigos. Desde un punto de vista privado, personal, sí me ha influido. Yo no creo en otra vida; es evidente que nos acabamos. Y siento tan próximo el fin... También ha influido en mi amor por los perrillos. En el jardín de La Baltasara está el cementerio de mis perrillos: allí están enterrados con unas pequeñas lápidas de cerámica en las que pone su nombre y su fecha de nacimiento y muerte. Los siento ahora tan próximos a mí..., como si fuese a verlos. Y por los vivos siento una ternura absolutamente fraternal; no paternal, como antes. Ha influido, claro, ha influido en la actitud ante los chicos de la fundación, a los que no hablo de esto porque ellos están justo empezando lo que yo voy a terminar. Pero no me entristece el hecho de terminar: lo veo tan natural como una puesta de sol. En este sentido me encuentro bien. Físicamente, no: me encuentro disminuido. Aunque tampoco es que yo haya sido una gloria atlética...

-¿Es posible establecer algún tipo de diálogo con la enfermedad en clave positiva?

-Pienso en ella sólo para quejarme de ella por algo que me pase: por ejemplo, que una palabra no me venga a la mente con la rapidez lógica. Más allá de esto, no pienso en ella ni reflexiono sobre ella. He estado muy acostumbrado a los quirófanos como para quejarme ahora. Por mi aspecto sano y bueno no he dado la impresión de ser una persona que haya estado enferma toda la vida, pero he salido muy poco de los quirófanos, esa es la verdad.

-Ha dicho antes que ha intentado olvidar el proceso de quimioterapia y radioterapia....

-Me entenderá bien el que lo haya padecido.

-... pero, ¿se puede elegir olvidar? ¿El olvido es una opción?

-Sí. Cualquier enamorado que haya sido infeliz procura olvidar. Todos, aunque no lo reconozcamos, procuramos olvidar. Lo que sucede es que olvidar lo hermoso cuesta aparentemente más trabajo. Y el esfuerzo de la memoria se hace tan pertinaz... Y todo esfuerzo contra ella tiene que duplicarse. Yo, de una manera instintiva, no consciente, me propuse olvidar porque me sentía humillado. El cuerpo humilla cuando enferma. Cualquier debilidad es una humillación además de una desgracia o un camino hacia la muerte. Sentirte objeto, y además objeto herido y manejado, es terrible. No se lo deseo a nadie. No digo a mi peor enemigo porque no lo tengo, pero si lo tuviera tampoco se lo desearía.

-¿La primera esclavitud es la del propio cuerpo?

-El cuerpo no es una esclavitud. El cuerpo es glorioso. Es tu generosidad. La manera de ser generoso es ofrecer tu cuerpo, darlo, proporcionarlo a la caricia, al gozo recíproco del amor y la amistad y el estrechamiento de las manos. El cuerpo es quizá lo mejor que tenemos, porque la inteligencia nos falla con frecuencia, igual que el deseo y la memoria. Pero el cuerpo, cuando está vivo y es abril..., es hermoso y es lo más nuestro. Yo he estado conforme con el mío. Creo que ha sido un cuerpo en apariencia no despreciable, sería idiota que dijera lo contrario, pero muy atribulado. Desde que me extirparon el duodeno hasta que me quitaron la mitad del colon (y un cirujano atrevido quería extirparme la otra mitad, por lo que habría tenido que comer en el retrete), me ha dado disgustos, pero he estado de acuerdo con él.

-¿Cómo son ahora sus días? ¿Qué elementos le proporcionan ánimo, placidez, bienestar?

-Los de siempre: el sol, la lectura, mis perros, mis amigos. Pero en este momento estoy más necesitado de ellos y quizá me doy más cuenta de lo que valen.

-¿Y escribe?

-Escribo diariamente La Tronera, que no me resulta difícil porque me están dando tantos motivos... Aparte de eso, no escribo. Si ahora me sereno, podría quizá escribir todavía algo, y lo que más me atrae es el teatro. De escribir un libro en prosa no sería una novela sino mi vida, y no tengo demasiado deseo de hacerlo. Hombre, no te digo que por una cantidad desmesurada no lo haría, porque la fundación se come lo que le echen... Me ha costado esfuerzo y muchísima intensidad vivirla. Sé que no me voy de ella sin habérmela bebido a grandes sorbos, y por eso escribir una autobiografía ahora me parece algo gratuito y un poco oportunista. Como diciendo: ahora voy a contarlo todo. ¿Por qué marchitar flores que he tenido en las manos con olor, con fragancia magnífica, con colores espléndidos? Ha sido una vida llena y estoy satisfecho hasta de los homenajes que me están dando ahora sin cesar y que es una de las campanadas claras que me acercan al final.

-¿Cómo se lleva con sus recuerdos?

-Bien. La vida que he vivido me acompaña y no he olvidado nada de ella. Yo soy el producto de esa vida. He llegado hasta aquí por ella y de una forma determinada porque la he vivido con intensidad. Estoy conforme: creo que no habría elegido otra vida, ni siquiera periodos o capítulos. Quizá habría prescindido de algún párrafo, pero no muchos. Me parece que estoy contento con mi vida porque ha llevado un tempo casi musical, he tenido amigos espléndidos, grandes admiradores (y otros pesadísimos, como comprenderás), lectores y traductores magníficos... Mi obra está esparcida por todo el mundo, en países como Siria, que fue el primero que me tradujo al árabe. Yo me llevo bien con los recuerdos; algunas veces, ellos conmigo, no. Hay recuerdos que estaban olvidados y que saltan con cierto ímpetu, como un perrillo al que no has acariciado desde hace tiempo. Necesita que lo tengas en cuenta y te reprochas no haberte acordado de eso, sobre todo si es un recuerdo doloroso. Nos tenemos que acordar de todo lo que hemos hecho y de lo que hemos dejado de hacer. Yo creo que por falta de valentía no he dejado de hacer nada. Por falta de arrestos (de huevos, vamos), no he dejado de hacer nada. Me he jugado la vida y muchas veces he estado a punto de perderla, hasta el punto de que en cierta ocasión se dio la noticia de mi asesinato. He sido valiente. En tres ocasiones me han dado unas palizas horrorosas. La cuarta ha sido la última y esa me ha salvado la vida pero me ha condenado a forzar el olvido.

-Usted ha dicho en alguna ocasión que su objetivo no ha sido alcanzar la felicidad sino la serenidad. ¿Lo ha conseguido?

-Lo repetiré siempre: la felicidad... no sé lo que es. Supongo que será enloquecedora, pero para mí ha sido como una chica mona que viaja a tu lado en el tren y de pronto notas su falta. Una chica vestida de gris, guapa pero no en exceso. Y dices: ya se ha apeado. Eso ha sido la felicidad para mí. Y me he dado cuenta de que he sido más amado que amante, cosa que me cuesta mucho trabajo y dolor reconocer, porque yo he insistido mucho en esta diferencia y quizá por soberbia he pensado que era el agente más que el paciente. Y precisamente ahora que sólo he sido eso, un paciente, un enfermo sometido a una infinita paciencia, un olvido de sí, un despojo de la parte noble de nosotros, que necesita estar habitando en el cuerpo de una manera tan evidente... Tan evidente que una caricia, una penetración, una sabiduría, un beso pueden darnos la felicidad, y es puro físico. Yo he aprendido la importancia total del cuerpo, de una forma consciente, decisiva, ahora. Hasta ahora era un instrumento, un servicial criado. En mi caso, bastante rebelde, porque desde la perforación del duodeno no he parado de entrar y salir del quirófano. Yo no he visto nunca un quirófano: siempre he entrado sin posibilidad de darme cuenta.

-¿Se aprende a decir adiós?

-No me atrevo a decirlo porque es doloroso, porque en cualquier momento puedes decir adiós a una tarde soleada o un pequeño viento que mueve las hojas de los árboles o el ladrido de gozo de un perrillo o un estrechamiento de manos con un amigo o el beso de la mano de una señora..., y puede ser la última vez. Pero el gozo de estar haciendo algo, aunque sea por última vez, debe estar presente. He sido muy intenso viviendo, muy exigente conmigo, no pensando como ahora que puede ser la última vez que haga determinada cosa pero sí haciéndolas como si fuese la última vez aunque conscientemente no lo pensara. He sido intenso en la amistad, en el amor, en la exigencia en el amor, en la escritura. No he sido una persona perezosa en ningún sentido. Estoy contento con el Antonio Gala que ha existido y que no he hecho sólo yo, porque he tenido la colaboración de tantas cosas... La vuestra, por ejemplo, ha sido magnífica: los periodistas habéis sido un acicate espléndido en mi vida. La colaboración de los críticos, el público, el pueblo... El pueblo me quiere y yo lo quiero. Yo escribo para la gente: no sé hacer otra cosa, no he tenido otro trabajo. Verme correspondido es satisfactorio. No ha sido una mala vida. He sido generoso, he pensado en los que vienen y no sólo en los escritores; en los músicos, en los pintores..., en lo bonito que sería que todos se influyeran, se miraran, colaboraran. De ahí viene la fundación y su pedestal de la fecundación cruzada.

-Cuando se le perforó el duodeno estuvo usted en los vestíbulos de la muerte. Usted ya la ha mirado cara a cara...

-En los prostíbulos de la muerte... Sí, estuve en muerte clínica.

-"Y me morí", escribe en Ahora hablaré de mí.

-Y además fue con espectadores.

-Entre ellos, Troylo.

-Efectivamente. Estaban sentados a mi mesa y yo me levanté repentinamente tirando la silla, salí del comedor hacia mi cuarto y el único que se dio cuenta de que allí pasaba algo fue el perro. Desde entonces aprendí a callarme, porque acusar a alguien de que no se ha dado cuenta de que se ha producido una muerte clínica y sí lo ha hecho el perro..., es un poco desagradable, y más si son invitados a comer.

-¿El amor es una ciencia exacta?

-Sí, al final. Si llevas la cuenta diaria, el amor te sisa como toda cocinera, pero al final te das cuenta de que quizá tú le has sisado al amor. Sobre todo si es alguien que lo cuenta, que reflexiona para los demás sobre sí mismo: se da cuenta de que el amante gana. A pesar de que, de una manera misteriosa o enojosa, en una votación que hicimos en una reunión yo salí como más amado que amante. Quizá tengan razón: he sido muy amado. Lo que pasa es que, cuando el amante es amado, quiere además ser amado de una forma determinada, de la forma en que él ama, que le hablen en el idioma amoroso que él emplea. Eso ya es demasiado, es de una soberbia incalificable, es como para dejar de amarte... Se me ha mudado un poco la cara cuando hemos pasado a hablar de amor.

-Hemos pasado de la muerte al amor.

-Pero son muy parecidos.

-¿Existe la plenitud sin amor?

-En amor sólo existe la plenitud. La plenitud del hundimiento. No hay nada que te hunda como un mal gesto de amor o un desamor o la invitación al olvido. El amor se acaba pero no se olvida la huella, una caricia que te hicieron. Y si se olvida te dan ganas de llorar porque sabes que la nueva soledad se parece a las soledades anteriores. Yo admiro a la gente que sólo ha amado una vez y le ha durado el amor. El matrimonio es la gran prueba del amor. La convivencia continua en el amor acaba con él y con la Santísima Trinidad, que se ve ya muy disminuida, por cierto, yo creo que ya no son tres...

-¿La muerte es otra forma de plenitud?

-No, la muerte es agotamiento y extinción. Puedes permanecer en la memoria de los demás pero no en la tuya. Quedan los recuerdos pero no son tu plenitud. Queda la huella: de algunos, sólo la huella dactilar en una comisaría. De mí puede que quede más o que haya gente que se emocione leyendo mis poemas o que se repongan mis comedias o que las novelas se reediten... Pero no quedará mi vida. Ni la plenitud que sentí cuando hice todo eso. Ni la de compartir y fecundar la plenitud de otros como ocurre en esta fundación. Supongo que debería sentirme triste, pero me queda tan poco tiempo y tan poco sitio que no quiero perder el sitio y el tiempo en comprobar mi tristeza. No: tengo avidez. Quizá me he sentido menos vivo en otras circunstancias de mi vida en que he estado lleno de plenitud. Ahora me siento absolutamente vivo porque estoy al borde de no estarlo. Hay que beberse la vida a grandes sorbos, pero cuando tienes en el vaso un culillo hay que espaciar los sorbos, alegrarlos, aprovecharlos, saborearlos...

-El premio Elio Antonio de Nebrija y el Quijote de Honor le han sido concedidos por los escritores. ¿Le gratifica especialmente el reconocimiento de sus compañeros?

-Claro que sí. El premio Elio Antonio de Lebrija, con ele (¿de dónde sale esa ene?), es muy importante porque Andalucía está llena de grandes escritores. Lo que me hace sonreír es que hayan esperado a la urgencia en el sentido médico de la palabra.

-El acto tendrá además un cierto carácter de encuentro emotivo con la ciudad. ¿Qué le dice a Córdoba en estos momentos?

-¿Qué le puedo decir a Córdoba que no le haya dicho? Es la ciudad más piropeada por mí. No puedo hablar de ella porque sería una vanidad: es mía. Presumir de los perrillos está bien, pero no compararlos con otros; se da por supuesto que los tuyos son superiores. A San Sebastián le pueden poner bombas, y por lo visto sobrevive, pero Córdoba ha sobrevivido a muchas más cosas. Yo he recreado el testamento de Abderramán III, en el que dice, resumidamente: "Tengo setenta y siete años. He sido rey en la ciudad más hermosa del mundo. Amé y fui amado por la mujer más hermosa del mundo. En mi reino estuvieron los filósofos más profundos, los músicos más sutiles, los poetas más ágiles...". Continúa en esta línea y termina de una manera tan cordobesa: "Y fui feliz catorce días. No seguidos".

-¿Cómo imagina el mundo dentro de unas décadas? ¿Confía en el ser humano para que esto vaya a mejor?

-Sí, sigo confiando en él. Y confío en que algún ser humano, sin duda un artista, deje una huella tan profunda que no pueda acabarse. Confío en el arte, en la belleza, en la sabiduría, en la ciencia... Yo no la poseo, pero confío en ella.

-¿Qué les dice a los residentes de la fundación?

-A todos les digo lo mismo: aquí uno entra pero no sale. El lema es: "Ponme como una señalita sobre tu corazón".

-¿Cuánto de Antonio Gala va a quedar en la fundación?

-El nombre, por lo menos.

-Hombre, quizá algo más.

-El pedestal es la fundación cruzada. Es una especie de casa pitagórica y ha sido una gran satisfacción para mí. No les diría que se fecundaran físicamente (que alguna vez lo han hecho, no tengo la menor duda), pero sí que se enriquecieran recíprocamente, que no sean mendicantes, que sean exigentes por una parte y generosos por otra. Siempre.

-Esperamos que usted haya tenido más de catorce días de felicidad...

-La felicidad me ha sido dada, pero si yo contara... Un día tiene veinticuatro horas: catorce días no es poco. En cualquier caso, la aclaración es innecesaria: "No seguidos".

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