Por Francisco J. Ferraro
La ausencia de grandes conflictos internacionales, el cambio tecnológico y la globalización han sido los factores clave del progreso económico mundial en las últimas tres décadas, pero Andalucía en particular se ha visto favorecida por las políticas redistributivas del Estado y la integración en Europa.
Los últimos treinta años de Andalucía, los correspondientes al periodo autonómico, son probablemente los de las transformaciones más intensas de su historia. La serie de cuarenta capítulos que se inicia con este artículo analizarán las transformaciones que afectan a los andaluces, a su forma de vivir, a su cultura, su entorno e incluso su paisaje. Y parece pertinente comenzar analizando su economía, pues es la base sobre la que se asientan muchos de los cambios que disfrutamos o sufrimos los andaluces.
El dato que mejor sintetiza la transformación económica de Andalucía es el notable aumento del PIB per cápita (122,5%) entre 1981 y 2010. Pero no sólo ha aumentado la renta, sino que también lo han hecho otros indicadores que expresan los avances económicos y sociales de la región, como el empleo, el nivel de formación de la población, la sanidad, los equipamientos sociales o la dotación de infraestructuras. Pero estas transformaciones no han sido privativas de Andalucía; se encuentran generalizadas por todo el territorio nacional, y en otras áreas del mundo han sido todavía más radicales. La ausencia de grandes conflictos internacionales, el cambio tecnológico y la globalización han sido los factores determinantes del progreso económico mundial en los últimos treinta años, pero Andalucía en particular se ha visto favorecida por las políticas redistributivas del Estado y por la integración en Europa.
La evolución de la economía andaluza en las últimas tres décadas ha tenido un perfil muy similar al de España, compartiendo la fase expansiva de la segunda mitad de la década de los ochenta para sufrir posteriormente la crisis en los primeros noventa e iniciar después una larga recuperación que se truncaría con el desencadenamiento de la actual crisis. La particularidad de la economía andaluza en este extenso periodo es que acentúa el ciclo de la economía española, con un crecimiento por encima de la media nacional en fases de expansión, pero menor o negativo en los momentos bajos del ciclo. En consecuencia, el PIB por habitante de Andalucía converge o diverge con el de España según la fase del ciclo, moviéndose entre 72,6% y el 77,7% del PIB per cápita español, y concluyendo 2011 con un nivel semejante al de partida en 1982, lo que sitúa a la comunidad en la penúltima posición entre las regiones españolas.
La crisis hace más perceptibles algunos de los desequilibrios de la economía andaluza, presentes en su devenir reciente pero que ahora se muestran con mayor crudeza. El más lacerante de todos es el paro estructural, pues ni en los momentos en los que la actividad económica era más intensa la tasa de paro bajó del 12%, un porcentaje que supera al de las economías desarrolladas en tiempos de crisis, y que se ha elevado hasta el 31,2% al concluir 2011.
Tras el paro se encuentran otros desequilibrios económicos que impiden que nuestra comunidad tenga un crecimiento sostenible. El más relevante es el desfase entre lo que producimos (la renta que generamos) y lo que gastamos (la demanda interna). Año tras año, la demanda interna (consumo más inversión) ha superado a la renta. Un desequilibrio que se ha podido mantener principalmente por las transferencias públicas de renta que ha recibido Andalucía de Europa y del resto de España. Pero cuando ese desequilibrio ha aumentado (en 2007 la demanda interna superó al PIB en un 17,6%), las transferencias de renta han sido insuficientes y ha sido necesario acudir al crédito externo para mantener nuestros niveles de gasto, generándose con ello un elevado nivel de endeudamiento.
El desequilibrio entre renta y gasto tiene su correlato en los flujos económicos con el resto del mundo, caracterizados por que las importaciones andaluzas superan sistemáticamente a las exportaciones (la estimación más fiable la ofrece el marco input/output de Andalucía, que arrojaba un déficit en 2005 de 20.612 millones de euros, equivalentes al 16,2% del PIB). Un desequilibrio que se explica por la naturaleza de las partidas más sobresalientes de los intercambios exteriores: Andalucía exporta productos primarios (agrícolas y minerales), productos intermedios (químicos y metálicos) y turismo; e importa energía, productos manufacturados de todo tipo (electrónica, vehículos a motor, maquinaria y equipo) y servicios avanzados. La predominancia de exportaciones de bienes y servicios con bajo valor añadido, soportadas por producciones poco intensivas en tecnología y capital humano cualificado, es la consecuencia de las características dominantes en la estructura productiva andaluza, en la que destaca el mayor peso de la agricultura, de la construcción y de los servicios públicos, y la debilidad de la industria.
En los años de expansión que precedieron a la actual crisis (1996/2007), el patrón de crecimiento pivotó sobre el sector inmobiliario y los servicios públicos y de consumo, propiciando un crecimiento extensivo en empleo, mientras que no aumentaba la productividad, pero si lo hacían los costes laborales por unidad de producto y la inflación era sistemáticamente superior a la de nuestro entorno económico. Como consecuencia de ello la economía andaluza fue perdiendo competitividad: por una parte, al ser incapaz de competir con las áreas más desarrolladas en bienes y servicios más avanzados y, por otra, porque la competencia con países de menor desarrollo se va haciendo más difícil por el progreso de éstos y por sus menores costes laborales.
Otro desequilibrio notable de Andalucía es el elevado peso del sector público y su funcionalidad. Diversos parámetros (gasto público en relación al PIB: 26,5%, empleo público respecto a empleo total: 17,4%) ponen de manifiesto que su protagonismo es más elevado que la media española, pero su sobredotación no puede derivarse solamente de un coeficiente, puesto que no existe un porcentaje de participación óptimo, sino que su peso ha de combinarse con su eficiencia, con el uso o abuso con que se utilizan los bienes y servicios públicos, con la calidad de sus prestaciones o con el estímulo o freno que significa para las actividades privadas.
Como consecuencia de los desequilibrios referidos, la crisis económica está generando un impacto en Andalucía más intenso que en Europa y España en términos de contracción de la producción, de destrucción de puestos de trabajo y de cierre de empresas. Además, las tendencias en el escenario económico internacional (creciente liberalización, emergencia de países competidores, notable reducción de fondos europeos) y nacional (tendencia a la reducción de redistribución territorial de la renta) hacen prever un contexto externo menos favorable para un desarrollo futuro.
Por todo ello, las posibilidades de progreso futuro para Andalucía serán muy limitadas si no se producen transformaciones en su sistema productivo y en sus instituciones que permitan resolver los desequilibrios referidos y mejorar su capacidad competitiva.
LA competitividad de cualquier país o región y, en consecuencia, la capacidad de crecimiento a medio y largo plazo, viene determinada por la dotación de factores de producción, factores que se combinan con distinta intensidad según cuál sea el bien o servicio producido. En una aproximación a la dotación factorial de Andalucía, podemos distinguir los siguientes factores:
a) Recursos naturales: van perdiendo protagonismo en el crecimiento a largo plazo, aunque en algunos países (los productores de petróleo, por ejemplo) son decisivos para explicar su nivel de renta. En el caso de Andalucía, la ausencia de recursos energéticos fósiles es una restricción, así como el agotamiento de la minería de antaño, aunque la minería metálica sigue en explotación. Algunos recursos naturales, como la calidad del suelo, han perdido relevancia, aunque otros no valiosos en el pasado han cobrado protagonismo, como el clima y las playas para su aprovechamiento turístico.
b) Capital humano: la existencia de una población con formación, experiencia y predisposición para la actividad productiva es el factor más trascendental para el desarrollo de cualquier territorio. A falta de otros indicadores más precisos, su valoración se ha identificado con el nivel de formación de la población. Conforme a esta referencia, la transformación andaluza ha sido notable en los treinta últimos años, pasando de niveles de analfabetismo inusuales en países desarrollados a una escolarización básica generalizada y con tasas de universitarios que superan a la de la mayoría de los países desarrollados. Sin embargo, análisis cualitativos recientes ponen de manifiesto que Andalucía se encuentra a la cola entre las regiones de España (y España entre los países de la OCDE) en competencias de los estudiantes, que nos caracterizamos por un elevado fracaso escolar y que los desajustes entre la oferta y la demanda de formación son significativos, especialmente en lo que relativo a la formación técnica aplicada.
c) Empresas: en los últimos quince años se ha producido un notable desarrollo empresarial con la creación o consolidación de empresas de cierta dimensión, a la vez que surgían compañías innovadoras en diversos sectores de actividad, pero la densidad empresarial andaluza sigue siendo la menor de las CCAA (58,4 empresas por mil habitantes frente a una media nacional de 68,9) y siguen escaseando las firmas de tamaño mediano y grande.
d) Capital físico: la inversión acumulada en el reciente periodo de expansión ha permitido aumentar el capital físico de la región, aunque el nivel de dotación respecto a España (13,3%) es inferior a la participación de la población andaluza (17,8%). Destaca el capital acumulado en infraestructuras públicas (15,6%) y en viviendas (14%), frente a la menor participación del capital directamente productivo en maquinaria y material de equipo (11,7%).
e) Tecnología: la tecnología es el conjunto de conocimientos aplicables a la producción. Dado que estos conocimientos pueden estar incorporados en máquinas, herramientas, diseños o en la formación del capital humano, su medición es muy difícil, por lo que se utilizan indicadores parciales (gastos en I+D, investigadores, patentes, exportaciones de alta tecnología). La información disponible para Andalucía revela la mejora en los últimos años (especialmente en gastos de I+D), pero también la escasa vinculación de la investigación con las empresas y su retraso respecto a los países más desarrollados.
f) Marco institucional: en el análisis económico cobra creciente importancia la funcionalidad del marco institucional para el progreso económico, entendiendo el marco institucional como el conjunto de reglas del juego desarrolladas por los hombres para regular sus relaciones. Están constituidas por las leyes, por las organizaciones creadas por las leyes o por acuerdo de participantes en actividades concretas, por el grado de cumplimiento de las normas y por los valores y códigos de conducta que condicionan la aplicación e interpretación de las normas y configuran lo que es permisible o no en las relaciones humanas. Difícilmente en el espacio de un artículo como éste puede realizarse una aproximación a la calidad del marco institucional andaluz para el desarrollo de la región, pero el lector podrá sacar sus propias conclusiones.
Fuente: diariodesevilla.es
El dato que mejor sintetiza la transformación económica de Andalucía es el notable aumento del PIB per cápita (122,5%) entre 1981 y 2010. Pero no sólo ha aumentado la renta, sino que también lo han hecho otros indicadores que expresan los avances económicos y sociales de la región, como el empleo, el nivel de formación de la población, la sanidad, los equipamientos sociales o la dotación de infraestructuras. Pero estas transformaciones no han sido privativas de Andalucía; se encuentran generalizadas por todo el territorio nacional, y en otras áreas del mundo han sido todavía más radicales. La ausencia de grandes conflictos internacionales, el cambio tecnológico y la globalización han sido los factores determinantes del progreso económico mundial en los últimos treinta años, pero Andalucía en particular se ha visto favorecida por las políticas redistributivas del Estado y por la integración en Europa.
La evolución de la economía andaluza en las últimas tres décadas ha tenido un perfil muy similar al de España, compartiendo la fase expansiva de la segunda mitad de la década de los ochenta para sufrir posteriormente la crisis en los primeros noventa e iniciar después una larga recuperación que se truncaría con el desencadenamiento de la actual crisis. La particularidad de la economía andaluza en este extenso periodo es que acentúa el ciclo de la economía española, con un crecimiento por encima de la media nacional en fases de expansión, pero menor o negativo en los momentos bajos del ciclo. En consecuencia, el PIB por habitante de Andalucía converge o diverge con el de España según la fase del ciclo, moviéndose entre 72,6% y el 77,7% del PIB per cápita español, y concluyendo 2011 con un nivel semejante al de partida en 1982, lo que sitúa a la comunidad en la penúltima posición entre las regiones españolas.
La crisis hace más perceptibles algunos de los desequilibrios de la economía andaluza, presentes en su devenir reciente pero que ahora se muestran con mayor crudeza. El más lacerante de todos es el paro estructural, pues ni en los momentos en los que la actividad económica era más intensa la tasa de paro bajó del 12%, un porcentaje que supera al de las economías desarrolladas en tiempos de crisis, y que se ha elevado hasta el 31,2% al concluir 2011.
Tras el paro se encuentran otros desequilibrios económicos que impiden que nuestra comunidad tenga un crecimiento sostenible. El más relevante es el desfase entre lo que producimos (la renta que generamos) y lo que gastamos (la demanda interna). Año tras año, la demanda interna (consumo más inversión) ha superado a la renta. Un desequilibrio que se ha podido mantener principalmente por las transferencias públicas de renta que ha recibido Andalucía de Europa y del resto de España. Pero cuando ese desequilibrio ha aumentado (en 2007 la demanda interna superó al PIB en un 17,6%), las transferencias de renta han sido insuficientes y ha sido necesario acudir al crédito externo para mantener nuestros niveles de gasto, generándose con ello un elevado nivel de endeudamiento.
El desequilibrio entre renta y gasto tiene su correlato en los flujos económicos con el resto del mundo, caracterizados por que las importaciones andaluzas superan sistemáticamente a las exportaciones (la estimación más fiable la ofrece el marco input/output de Andalucía, que arrojaba un déficit en 2005 de 20.612 millones de euros, equivalentes al 16,2% del PIB). Un desequilibrio que se explica por la naturaleza de las partidas más sobresalientes de los intercambios exteriores: Andalucía exporta productos primarios (agrícolas y minerales), productos intermedios (químicos y metálicos) y turismo; e importa energía, productos manufacturados de todo tipo (electrónica, vehículos a motor, maquinaria y equipo) y servicios avanzados. La predominancia de exportaciones de bienes y servicios con bajo valor añadido, soportadas por producciones poco intensivas en tecnología y capital humano cualificado, es la consecuencia de las características dominantes en la estructura productiva andaluza, en la que destaca el mayor peso de la agricultura, de la construcción y de los servicios públicos, y la debilidad de la industria.
En los años de expansión que precedieron a la actual crisis (1996/2007), el patrón de crecimiento pivotó sobre el sector inmobiliario y los servicios públicos y de consumo, propiciando un crecimiento extensivo en empleo, mientras que no aumentaba la productividad, pero si lo hacían los costes laborales por unidad de producto y la inflación era sistemáticamente superior a la de nuestro entorno económico. Como consecuencia de ello la economía andaluza fue perdiendo competitividad: por una parte, al ser incapaz de competir con las áreas más desarrolladas en bienes y servicios más avanzados y, por otra, porque la competencia con países de menor desarrollo se va haciendo más difícil por el progreso de éstos y por sus menores costes laborales.
Otro desequilibrio notable de Andalucía es el elevado peso del sector público y su funcionalidad. Diversos parámetros (gasto público en relación al PIB: 26,5%, empleo público respecto a empleo total: 17,4%) ponen de manifiesto que su protagonismo es más elevado que la media española, pero su sobredotación no puede derivarse solamente de un coeficiente, puesto que no existe un porcentaje de participación óptimo, sino que su peso ha de combinarse con su eficiencia, con el uso o abuso con que se utilizan los bienes y servicios públicos, con la calidad de sus prestaciones o con el estímulo o freno que significa para las actividades privadas.
Como consecuencia de los desequilibrios referidos, la crisis económica está generando un impacto en Andalucía más intenso que en Europa y España en términos de contracción de la producción, de destrucción de puestos de trabajo y de cierre de empresas. Además, las tendencias en el escenario económico internacional (creciente liberalización, emergencia de países competidores, notable reducción de fondos europeos) y nacional (tendencia a la reducción de redistribución territorial de la renta) hacen prever un contexto externo menos favorable para un desarrollo futuro.
Por todo ello, las posibilidades de progreso futuro para Andalucía serán muy limitadas si no se producen transformaciones en su sistema productivo y en sus instituciones que permitan resolver los desequilibrios referidos y mejorar su capacidad competitiva.
Las claves del futuro: la dotación factorial
a) Recursos naturales: van perdiendo protagonismo en el crecimiento a largo plazo, aunque en algunos países (los productores de petróleo, por ejemplo) son decisivos para explicar su nivel de renta. En el caso de Andalucía, la ausencia de recursos energéticos fósiles es una restricción, así como el agotamiento de la minería de antaño, aunque la minería metálica sigue en explotación. Algunos recursos naturales, como la calidad del suelo, han perdido relevancia, aunque otros no valiosos en el pasado han cobrado protagonismo, como el clima y las playas para su aprovechamiento turístico.
b) Capital humano: la existencia de una población con formación, experiencia y predisposición para la actividad productiva es el factor más trascendental para el desarrollo de cualquier territorio. A falta de otros indicadores más precisos, su valoración se ha identificado con el nivel de formación de la población. Conforme a esta referencia, la transformación andaluza ha sido notable en los treinta últimos años, pasando de niveles de analfabetismo inusuales en países desarrollados a una escolarización básica generalizada y con tasas de universitarios que superan a la de la mayoría de los países desarrollados. Sin embargo, análisis cualitativos recientes ponen de manifiesto que Andalucía se encuentra a la cola entre las regiones de España (y España entre los países de la OCDE) en competencias de los estudiantes, que nos caracterizamos por un elevado fracaso escolar y que los desajustes entre la oferta y la demanda de formación son significativos, especialmente en lo que relativo a la formación técnica aplicada.
c) Empresas: en los últimos quince años se ha producido un notable desarrollo empresarial con la creación o consolidación de empresas de cierta dimensión, a la vez que surgían compañías innovadoras en diversos sectores de actividad, pero la densidad empresarial andaluza sigue siendo la menor de las CCAA (58,4 empresas por mil habitantes frente a una media nacional de 68,9) y siguen escaseando las firmas de tamaño mediano y grande.
d) Capital físico: la inversión acumulada en el reciente periodo de expansión ha permitido aumentar el capital físico de la región, aunque el nivel de dotación respecto a España (13,3%) es inferior a la participación de la población andaluza (17,8%). Destaca el capital acumulado en infraestructuras públicas (15,6%) y en viviendas (14%), frente a la menor participación del capital directamente productivo en maquinaria y material de equipo (11,7%).
e) Tecnología: la tecnología es el conjunto de conocimientos aplicables a la producción. Dado que estos conocimientos pueden estar incorporados en máquinas, herramientas, diseños o en la formación del capital humano, su medición es muy difícil, por lo que se utilizan indicadores parciales (gastos en I+D, investigadores, patentes, exportaciones de alta tecnología). La información disponible para Andalucía revela la mejora en los últimos años (especialmente en gastos de I+D), pero también la escasa vinculación de la investigación con las empresas y su retraso respecto a los países más desarrollados.
f) Marco institucional: en el análisis económico cobra creciente importancia la funcionalidad del marco institucional para el progreso económico, entendiendo el marco institucional como el conjunto de reglas del juego desarrolladas por los hombres para regular sus relaciones. Están constituidas por las leyes, por las organizaciones creadas por las leyes o por acuerdo de participantes en actividades concretas, por el grado de cumplimiento de las normas y por los valores y códigos de conducta que condicionan la aplicación e interpretación de las normas y configuran lo que es permisible o no en las relaciones humanas. Difícilmente en el espacio de un artículo como éste puede realizarse una aproximación a la calidad del marco institucional andaluz para el desarrollo de la región, pero el lector podrá sacar sus propias conclusiones.
Fuente: diariodesevilla.es
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