FRANCISCO POVEDA BLANCO Hablar de reformar impuestos siempre es un tema controvertido para los políticos, más, en tiempos de crisis. Basta observar sus programas, escuchar a los portavoces económicos o asistir a un debate entre candidatos, para constatar los desencuentros. Otra cosa es lo que suceda en la práctica, en donde las promesas suelen verse forzadas por la realidad. Ocurrió con el pasado aumento del IVA, del que ni se hablaba en el programa de Zapatero que lo llevó a la práctica, bajo una crítica implacable de Rajoy. Ahora, en vísperas de su previsible éxito, no habla de retraerlo a su anterior nivel. El tiempo ha demostrado que la medida es irreversible. Es más, en el horizonte se atisba un posible aumento, a la vista del derrumbe de ingresos fiscales y de las exigencias de la UE, porque nuestros tipos de gravamen son de los más bajos. De ahí que Rubalcaba, en el debate espetara a Rajoy, "usted subirá el IVA", sin que éste lo negase.
Se celebró el debate en un escenario fabricado exprofeso, triste, minimalista y caro: medio millón de euros que se podrían haber ahorrado de haber utilizado cualquier otro. El más apropiado hubiera sido el de "Ahora Caigo", aunque fuese de Antena 3. Los candidatos no hablaron de eliminar la corrupción ¡faltaría más! ni de Europa, ni de la falta de crédito que ahoga a las familias y empresas, ni de otras preocupaciones de los españoles. Y hablaron poco de impuestos, pese a la brutal caída que experimentan. Está claro que hablar de impuestos no proporciona votos, salvo que se prometa bajarlos.
Ante una realidad fiscal inequívocamente injusta, porque en el IRPF las rentas del trabajo sufren una carga superior a la que se aplica a los dividendos, intereses y plusvalías; porque el tipo de gravamen en el Impuesto sobre Sociedades, en teoría el 30% para las grandes compañías, por causa de un sin fin de bonificaciones queda reducido a un tipo efectivo de poco más del 10%, sin que PYMES y autónomos apenas las disfruten; ante una leve imposición indirecta, pese al modelo de Estado de bienestar que exigimos; ante una fiscalidad sobre los inmuebles injusta y carente de neutralidad, porque sobre el ladrillo se ceban desmesuradamente todos los gobiernos -estatal, autonómicos y locales-; ante una fiscalidad injusta de las Comunidades Autónomas, que, pese a su insostenible endeudamiento, hacen ascos a gravar a los más ricos en el Impuesto sobre el Patrimonio y el de Sucesiones y Donaciones. En fin, ante una hacienda municipal que sigue centrada en el ladrillo, mientras cae en la bancarrota, ni Rajoy ni Rubalcaba, hablaron de justicia fiscal.
Repito, fueron incapaces de declarar la urgente necesidad de una reforma fiscal integral que acabe con el fraude y aporte equidad y neutralidad a un conjunto de impuestos injustos y maltrechos por los treinta años de parcheo y rebajas sufridos, que han convertido la prenda de abrigo que teníamos para soportar el rigor del frío, y más en caso de crisis, en un simple chaleco sin mangas. Rubalcaba expuso alguna propuesta fiscal y Rajoy se empeñó en seguir con su política de impuestos a la baja, de la que el dúo Merkel-Sarkozy lo sacará tan pronto llegue a la Moncloa, porque como apunta el refrán "una cosa es predicar y otra trigo dar". En el programa del PP figura reducir el tipo de gravamen del Impuesto sobre Sociedades, pero debería suprimir la retahíla de prebendas sinsentido que contiene, de lo que nada dijo, y bueno será procurar subvenciones a las empresas de nueva creación por la contratación del primer trabajador, y recuperar la deducción por vivienda habitual para un mayor número de adquirentes, elevando el límite de las rentas para acogerse a ello, siempre que sea una medida transitoria hasta salir de la crisis.
En cuanto a aumentar las deducciones mínimas familiares, sobretodo para las familias numerosas, debería vincularse a las de renta baja y media, y respecto a su empeño de suprimir la obligación de pagar el IVA hasta que no se cobre la correspondiente factura, tendría que haber dicho que eso exigiría no poder deducirse el IVA soportado hasta que no se haya pagado la compra. También es plausible permitir compensar a las empresas el dinero que les deba el Estado y su voluntad de activar más instrumentos fiscales para incorporar el stock de viviendas al mercado de alquiler. Pero todo ello, supone una importante rebaja de los ingresos que tendrá que compensarla con otras medidas de aumento fiscal, salvo que demuestre la cuadratura del círculo: misión imposible.
Rubalcaba, habló algo más de impuestos: establecería un impuesto a las grandes fortunas, a semejanza del francés, para liberar del coste de la seguridad social a todas las empresas que contraten un nuevo puesto de trabajo, y exigiría un impuesto sobre los beneficios de los bancos, como otros países, entre ellos, Francia y Gran Bretaña, que destinaría a financiar nuevos contratos para los jóvenes; también elevaría los impuestos indirectos sobre el alcohol y el tabaco, para compensar el alto coste sanitario a que conduce su consumo. Y en su programa incluye reordenar la imposición ambiental y buscar la progresividad fiscal.
Eché de menos que uno y otro hablaran de favorecer la justicia tributaria, de impulsar la lucha contra el fraude, de acabar con la economía sumergida y de racionalizar y moderar la fiscalidad que sufre el sector inmobiliario, al que imperiosamente hay que recuperar en bien de nuestro crecimiento. Hablaron lo justo de impuestos, pero tendrían que haber hablado de impuestos justos.
Fuente: informacion.es
Se celebró el debate en un escenario fabricado exprofeso, triste, minimalista y caro: medio millón de euros que se podrían haber ahorrado de haber utilizado cualquier otro. El más apropiado hubiera sido el de "Ahora Caigo", aunque fuese de Antena 3. Los candidatos no hablaron de eliminar la corrupción ¡faltaría más! ni de Europa, ni de la falta de crédito que ahoga a las familias y empresas, ni de otras preocupaciones de los españoles. Y hablaron poco de impuestos, pese a la brutal caída que experimentan. Está claro que hablar de impuestos no proporciona votos, salvo que se prometa bajarlos.
Ante una realidad fiscal inequívocamente injusta, porque en el IRPF las rentas del trabajo sufren una carga superior a la que se aplica a los dividendos, intereses y plusvalías; porque el tipo de gravamen en el Impuesto sobre Sociedades, en teoría el 30% para las grandes compañías, por causa de un sin fin de bonificaciones queda reducido a un tipo efectivo de poco más del 10%, sin que PYMES y autónomos apenas las disfruten; ante una leve imposición indirecta, pese al modelo de Estado de bienestar que exigimos; ante una fiscalidad sobre los inmuebles injusta y carente de neutralidad, porque sobre el ladrillo se ceban desmesuradamente todos los gobiernos -estatal, autonómicos y locales-; ante una fiscalidad injusta de las Comunidades Autónomas, que, pese a su insostenible endeudamiento, hacen ascos a gravar a los más ricos en el Impuesto sobre el Patrimonio y el de Sucesiones y Donaciones. En fin, ante una hacienda municipal que sigue centrada en el ladrillo, mientras cae en la bancarrota, ni Rajoy ni Rubalcaba, hablaron de justicia fiscal.
Repito, fueron incapaces de declarar la urgente necesidad de una reforma fiscal integral que acabe con el fraude y aporte equidad y neutralidad a un conjunto de impuestos injustos y maltrechos por los treinta años de parcheo y rebajas sufridos, que han convertido la prenda de abrigo que teníamos para soportar el rigor del frío, y más en caso de crisis, en un simple chaleco sin mangas. Rubalcaba expuso alguna propuesta fiscal y Rajoy se empeñó en seguir con su política de impuestos a la baja, de la que el dúo Merkel-Sarkozy lo sacará tan pronto llegue a la Moncloa, porque como apunta el refrán "una cosa es predicar y otra trigo dar". En el programa del PP figura reducir el tipo de gravamen del Impuesto sobre Sociedades, pero debería suprimir la retahíla de prebendas sinsentido que contiene, de lo que nada dijo, y bueno será procurar subvenciones a las empresas de nueva creación por la contratación del primer trabajador, y recuperar la deducción por vivienda habitual para un mayor número de adquirentes, elevando el límite de las rentas para acogerse a ello, siempre que sea una medida transitoria hasta salir de la crisis.
En cuanto a aumentar las deducciones mínimas familiares, sobretodo para las familias numerosas, debería vincularse a las de renta baja y media, y respecto a su empeño de suprimir la obligación de pagar el IVA hasta que no se cobre la correspondiente factura, tendría que haber dicho que eso exigiría no poder deducirse el IVA soportado hasta que no se haya pagado la compra. También es plausible permitir compensar a las empresas el dinero que les deba el Estado y su voluntad de activar más instrumentos fiscales para incorporar el stock de viviendas al mercado de alquiler. Pero todo ello, supone una importante rebaja de los ingresos que tendrá que compensarla con otras medidas de aumento fiscal, salvo que demuestre la cuadratura del círculo: misión imposible.
Rubalcaba, habló algo más de impuestos: establecería un impuesto a las grandes fortunas, a semejanza del francés, para liberar del coste de la seguridad social a todas las empresas que contraten un nuevo puesto de trabajo, y exigiría un impuesto sobre los beneficios de los bancos, como otros países, entre ellos, Francia y Gran Bretaña, que destinaría a financiar nuevos contratos para los jóvenes; también elevaría los impuestos indirectos sobre el alcohol y el tabaco, para compensar el alto coste sanitario a que conduce su consumo. Y en su programa incluye reordenar la imposición ambiental y buscar la progresividad fiscal.
Eché de menos que uno y otro hablaran de favorecer la justicia tributaria, de impulsar la lucha contra el fraude, de acabar con la economía sumergida y de racionalizar y moderar la fiscalidad que sufre el sector inmobiliario, al que imperiosamente hay que recuperar en bien de nuestro crecimiento. Hablaron lo justo de impuestos, pero tendrían que haber hablado de impuestos justos.
Fuente: informacion.es
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