Editorial
29/10/2011 - 07:00
El empleo es la variable más humana de la economía, la que mejor define el desempeño social de la actividad productiva y el grado de satisfacción general de la sociedad. El elevado nivel de paro es hoy la primera preocupación de los españoles, que camina paralela al estado de ánimo general que tienen sobre la situación de la economía, según revelan los últimos sondeos del Centro de Investigaciones Sociológicas, y que únicamente confirman la coherencia entre percepción y realidad en un país que tiene cinco millones de parados. La encuesta de población activa ha aflorado lo que los datos adelantados de la actividad permitían sospechar: una súbita destrucción de empleo en el tercer trimestre del año, pese a ser tradicionalmente favorable por la estacionalidad de los servicios más intensivos en ocupación, coincidiendo con el parón de la actividad en todo el mundo, que hizo albergar el temor a una nueva recesión.
Tal destrucción de empleo en una economía desanimada como la española, con el crédito en severa contracción y la renta disponible cercenada por las subidas de los impuestos y los tipos de interés, no ha sido suficiente para romper la barrera nominal de los cinco millones de parados por el estancamiento de la población activa. Pero los datos desestacionalizados, que miden mejor los comportamientos tendenciales, revelan que el número de activos ha aumentado en el tercer trimestre en más de 50.000 personas y que el paro ha superado la barrera temida: 5,095 millones.
Tal como refleja la opinión de la ciudadanía, el comportamiento del empleo es el mejor aliado de la confianza o ausencia de ella en los agentes particulares, en los hogares. Un desempleo alto y creciente expande la desconfianza, paraliza las expectativas y desploma las iniciativas de consumo e inversión de la ciudadanía. Por contra, un empleo creciente abre en la gente la espita de la euforia y desata tanto el consumo como la inversión, en la confianza de que la situación económica general y particular mejorará en el medio plazo. De hecho, el propio empleo puede convertirse en uno de los detonantes más activos del crecimiento, activando un círculo virtuoso generador y distribuidor de la riqueza.
Hoy los cinco millones de desempleados son en España, además del primer indicador de los destrozos de la crisis, el muro que impide ver despejado el horizonte, junto a otras cuestiones fiscales y financieras, para recuperar la confianza, el consumo, el crédito y la actividad. Y aunque todos los países europeos tienen problemas de ocupación ahora, ninguno lo tiene de la magnitud de España, ninguno tiene una tasa de paro de casi el 22%. Es una anomalía castiza de la economía española con la que la sociedad se ha acostumbrado a vivir en el pasado y parece acostumbrarse de nuevo ahora, pero que debe ser corregida para evitar la pérdida de centenares de miles de proyectos de vida y profesionales que tienen in mente los jóvenes, colectivo en el que uno de cada dos está parado. Por dos veces en democracia el desempleo ha superado con holgura y por tiempos dilatados las tasas del 20%, y solo una vez, tras acumular 14 años de crecimiento impulsado por el crédito barato y discrecional, descendió por debajo del 10%. Los expertos señalan, y parecen albergar la razón, que esta anomalía del mercado de trabajo es imputable a la regulación laboral, más anclada en el pasado que en los valores de una economía abierta y pretendidamente competitiva.
Cuestiones como los costes del despido o la imprescindible venia administrativa para despedir a colectivos de trabajadores, junto con unos mecanismos de fijación de salarios muy rígidos y nada ajustados a las prioridades de las empresas, convierten a la legislación en un reducto proteccionista de determinadas franjas de trabajadores, los fijos, y castiga a la precariedad o el desempleo de larga duración al resto. Dado que el Gobierno actual ha defendido una reforma güera, como fue la de 2010, el que reciba el regalo envenenado de los cinco millones de parados en enero debe propiciar una reforma laboral integral, que flexibilice la contratación, adaptación a la empresa y despido, y que relaje todos los costes que determinan el factor trabajo (salario, cotizaciones, seguro de paro, despido y retenciones fiscales) para acabar más pronto que tarde con esta anomalía que asfixia a España.
Fuente: Cinco Días.com
Tal destrucción de empleo en una economía desanimada como la española, con el crédito en severa contracción y la renta disponible cercenada por las subidas de los impuestos y los tipos de interés, no ha sido suficiente para romper la barrera nominal de los cinco millones de parados por el estancamiento de la población activa. Pero los datos desestacionalizados, que miden mejor los comportamientos tendenciales, revelan que el número de activos ha aumentado en el tercer trimestre en más de 50.000 personas y que el paro ha superado la barrera temida: 5,095 millones.
Tal como refleja la opinión de la ciudadanía, el comportamiento del empleo es el mejor aliado de la confianza o ausencia de ella en los agentes particulares, en los hogares. Un desempleo alto y creciente expande la desconfianza, paraliza las expectativas y desploma las iniciativas de consumo e inversión de la ciudadanía. Por contra, un empleo creciente abre en la gente la espita de la euforia y desata tanto el consumo como la inversión, en la confianza de que la situación económica general y particular mejorará en el medio plazo. De hecho, el propio empleo puede convertirse en uno de los detonantes más activos del crecimiento, activando un círculo virtuoso generador y distribuidor de la riqueza.
Hoy los cinco millones de desempleados son en España, además del primer indicador de los destrozos de la crisis, el muro que impide ver despejado el horizonte, junto a otras cuestiones fiscales y financieras, para recuperar la confianza, el consumo, el crédito y la actividad. Y aunque todos los países europeos tienen problemas de ocupación ahora, ninguno lo tiene de la magnitud de España, ninguno tiene una tasa de paro de casi el 22%. Es una anomalía castiza de la economía española con la que la sociedad se ha acostumbrado a vivir en el pasado y parece acostumbrarse de nuevo ahora, pero que debe ser corregida para evitar la pérdida de centenares de miles de proyectos de vida y profesionales que tienen in mente los jóvenes, colectivo en el que uno de cada dos está parado. Por dos veces en democracia el desempleo ha superado con holgura y por tiempos dilatados las tasas del 20%, y solo una vez, tras acumular 14 años de crecimiento impulsado por el crédito barato y discrecional, descendió por debajo del 10%. Los expertos señalan, y parecen albergar la razón, que esta anomalía del mercado de trabajo es imputable a la regulación laboral, más anclada en el pasado que en los valores de una economía abierta y pretendidamente competitiva.
Cuestiones como los costes del despido o la imprescindible venia administrativa para despedir a colectivos de trabajadores, junto con unos mecanismos de fijación de salarios muy rígidos y nada ajustados a las prioridades de las empresas, convierten a la legislación en un reducto proteccionista de determinadas franjas de trabajadores, los fijos, y castiga a la precariedad o el desempleo de larga duración al resto. Dado que el Gobierno actual ha defendido una reforma güera, como fue la de 2010, el que reciba el regalo envenenado de los cinco millones de parados en enero debe propiciar una reforma laboral integral, que flexibilice la contratación, adaptación a la empresa y despido, y que relaje todos los costes que determinan el factor trabajo (salario, cotizaciones, seguro de paro, despido y retenciones fiscales) para acabar más pronto que tarde con esta anomalía que asfixia a España.
Fuente: Cinco Días.com
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