Radiografía de la operación de los carteles de Colombia en España
Por: Daniel Borasteros y Guillermo Abril / Especial de El País de España
Desde 2009 cada grupo narcotraficante suramericano envía un “delegado” a territorio español. Tienen la misión de crear toda la infraestructura para montar una vía de entrada a la droga.
Foto: EFE La policía española incautó recientemente 600 kilos de cocaína, presuntamente embarcadas desde Suramérica, en un velero en el puerto de Cádiz. |
El Enano no desembarcó en Madrid para hacer turismo. Tenía una misión. Tareas encomendadas como empleado calificado de una multinacional. Bajito y de rostro arrugado, Héctor Manuel Torres Silva, El Enano (Líbano, Tolima, Colombia, 1966) era el presunto representante en España de uno de los narcos más poderosos de Suramérica, cuyo nombre, sugiere la policía, no es conveniente citar. Su hombre de confianza. Un tipo discreto pero efectivo. Capaz de patear cualquier piedra en su camino.
Asuntos del negocio: a un sujeto apodado El Checheno lo contrató la organización para que asesinara a Nicolás Rivera. El sicario se lo confesaba a un policía en la cafetería de El Corte Inglés de Vigo. “Una puñalada basta”, decía. Lo peor de su oficio, confesaba con asco, es cortar el cadáver y meterlo en bolsas: “Acuchillar sí, trocear no”. El matón ruso sigue libre. Nicolás Rivera Gámez (Guadalajara, México, 1961) está vivo, pero preso en la cárcel de León desde septiembre de 2010, acusado de intentar introducir en España desde Suramérica 3.000 kilos de cocaína. Sus socios estaban hartos de él. Se consultó con Colombia. Y el capo de nombre proscrito dijo “no” desde la selva.
El cariño entre Torres Silva y Rivera Gámez era mutuo. “Aki estan del enano hasta los cojones”, se lamentaba en un SMS uno de los socios de Rivera. “Eran enemigos íntimos”, apunta uno de los investigadores de la trama. Ambos pretendían una misma ruta “casi perfecta, lo indetectable”. Un negocio de importación de fruta que colocaba en España “6.000 kilos de cocaína antes del verano y dejaba de funcionar hasta el año siguiente”. El bisnes lo había montado El Enano, al servicio del cartel.
Luego quiso sumarse Rivera, un tipo emprendedor. Intocable. Con una vida a todo trapo. Era vecino del futbolista Cristiano Ronaldo en la urbanización La Finca de Pozuelo de Alarcón (Madrid), usuario de 12 coches de lujo y propietario de varios Rolex de colección. Cuando la policía lo detuvo en su chalé, acababa de contratar a un chofer para que condujera su Rolls Royce hasta Mónaco. Pretendía pasar una temporada de vacaciones. Algo le olía raro.
El mismo día y a la misma hora, los agentes de la Unidad de Drogas y Crimen Organizado (Udyco) tumbaban la puerta de un piso modesto junto al Ikea de San Sebastián de los Reyes (Madrid): la casa de El Enano. Nada de lujos. Fajos aparte, sólo encontraron las llaves de un Volkswagen. Con ellos cayeron “dos organizaciones en una”, según el inspector que dirigió ‘Guadaña’, “la operación más espectacular de contenedores hasta el momento”. Nico y El Enano tenían dos formas de ver el negocio. Uno, ostentoso. El otro, según la investigación, cumplía órdenes de Colombia. El Enano era el delegado comercial del clan. Un tipo gris con una tarea. La pieza clave del puzzle. La foto en el centro del organigrama.
“Si la operación es importante, hay colombiano. Siempre. Desde 2009, cada banda tiene a su hombre en España. Nadie se fía ya de los de aquí”, zanja el inspector jefe de la unidad policial Greco en Alicante. Cada familia mafiosa colombiana, atomizadas desde los 90, tiene un hombre en Madrid. “¡Qué coño pintaría un suramericano en Pontevedra o en Amberes!”, exclama un miembro de Análisis Criminal de la Guardia Civil. El delegado cambia de identidad y de nacionalidad. Se vuelve venezolano o mexicano. Y no sólo porque su pasaporte es sospechoso: a los colombianos se les exige visado para entrar en la Unión Europea desde 2001.
Viene a España a montar un negocio o a calibrar sobre el terreno una propuesta: “Te mando a uno de mis hombres y se lo contás a él”. Así despachan los narcos colombianos a los aventureros. La misión consiste en trasladar, por mar o por aire, la droga desde Suramérica hasta Europa. Su función es “redistribuir la riqueza desde la selva hasta Europa”, resume con sorna un agente. No maneja dinero. Ofrece participaciones sobre la mercancía.
Dinero y droga no se juntan
“Es un señor que tiene contactos”, simplifica un teórico de la Policía Judicial. Necesita hombres de confianza en los puertos, empresas de importación creíbles, naves industriales de almacenaje y transportistas de la mercancía. Cada uno se quedará con su porcentaje. Un pago que se hace en especie, hasta el 30% si la misión es importante, o “por puntos” (cada punto son 1.000 euros) si es subalterna. La oficina del cartel en España precisa tiempo. A veces hasta dos años. “Oficina pura y dura”, sentencia un comandante de la Guardia Civil.
Casi nunca se encarga de hacer los cobros y conseguir que el dinero cruce el océano hasta la casa del jefe. Hay otra oficina paralela que se encarga de eso. Al representante, en una fugaz cita en alguna ciudad europea, le dan dinero para sus gastos o mercancía para que se costee su estancia vendiéndola. La red de cobros controla la oficina de sicarios. “El dinero y la droga nunca se juntan. Eso es ley”. El dinero se entrega en un sitio y la merca en otro. Las respectivas entregas se hacen con rehenes y contra vigilancias.
Los cuerpos policiales manejan un retrato robot de este embajador de la coca: es un tipo de confianza, de más de 40 años y que ha desempeñado otros cargos en la organización. Vive en un piso de las afueras y conduce un coche de gama media, como un Citroën C5. El Tío Charlie, enviado por la banda de Los Comba, llevaba la norma al extremo: viajaba a sus citas en cafeterías de hotel en el metro. El observador no usa mucho el teléfono, aunque puede llegar a almacenar hasta 500 móviles. Lo normal es que tenga cuatro o cinco. Las marcas que más le gustan son Nokia y Blackberry. Los subordinados llevan LG.
Quizá emplee un HTC, como El Enano. Pero no suele apostar por los Vertu, una marca de lujo cuyas artesanías alcanzan los 30.000 euros —se encontraron cuatro en casa de su enemigo Nicolás Rivera—. Pero prefiere dar los mensajes y órdenes en persona. Si no puede, su medio de comunicación es “la secretaria”, como llama al correo electrónico.
“He visto a uno estar siete horas dando vueltas”, ejemplifica un agente especializado en seguimientos, que encuentra una razón muy simple: “A todos les han hecho putadas y a veces esa putada son dos tiros”. A esas “conferencias” llega camuflado. Puede hacerse pasar por el chofer, el traductor o un recadero. Le gusta observar las caras. Teme a la policía, pero también a los estafadores. Y, si se acuerda, rompe en trocitos los papeles en los que escribe sus planes. Este fue uno de los errores que cometió la organización en una cafetería de Vigo. “Es fundamental tras las reuniones pasarse a ver qué queda en la mesa”, dice quien recogió aquel rompecabezas de contenedores, puertos y toneladas escrito sobre una servilleta.
El negocio
El delegado también quiere conocer a los familiares de la gente con la que va a hacer negocios. Una comida en el domicilio del nuevo socio, a la que el representante va solo o con una acompañante pagada. La fiesta es con toda la familia sentada a la mesa; quiere conocerlos a todos y que sepan que los conoce “por si los tiene que matar”. Incluidos los niños. Si no hay comida, no hay negocio. Además, los socios preferentes están obligados a mandar un hombre de confianza a Colombia para que responda por la mercancía. Los colombianos son “serios”, no estafan y esperan no ser estafados.
La empresa empieza a rodar y para la logística de la operación necesita empleados: choferes, recaderos, matones, gente dedicada al pitufeo o blanqueo de dinero a través de locutorios. Los encuentra entre sus compatriotas en España o los trae de Colombia. Es gente muy humilde que cobra, según su misión, entre 2.000 y 30.000 euros al mes. A lo largo de 2011, 7.649 personas han sido detenidas por tráfico de cocaína.
El notario certifica que la mercancía salió de su punto de origen y llegó al de destino. Sus ojos son los ojos del jefe. Los transportistas rezan para que las autoridades den una nota de prensa cuando les aprehenden la merca. Si hay tele, están a salvo. Si no, están perdidos: el distribuidor creerá que la han robado y se vengará.
Una vez que la cocaína entra en España, primero adelgaza: hay muchos comisionistas y casi todos cobran en especie. Pero una vez que ha menguado, tiene que engordar. De eso se encarga el cocinero, experto en el proceso químico del clorhidrato cocaína. No se trata de un “renegado de la Bayer”, sino que es un sujeto de extracción humilde, a veces casi analfabeto, que ha crecido en las plantaciones de coca y tiene un talento especial para multiplicarla o rescatarla de la sustancia en la que venga camuflada. Su trabajo cuesta mucho; se traslada en avión privado y a veces tiene un representante que lo alquila por días. El riesgo es que al estar en contacto con distintas organizaciones, puede “tener rabo”. O sea, venir contaminado por alguna investigación policial. En el proceso de venta hay otro personaje muy valorado: el probón, una especie de catador.
Nono y Pumuki se pasaron todo el verano de 2010 esnifando cocaína en el pub Edén y paseando en sus BMW. Eran los chicos de confianza de Jacobo Portabales, El Gordo, que a su vez era, presuntamente, el escogido por El Enano para montar la vía de la entrada de droga desde Argentina hasta los puertos de Barcelona y Alicante. El delegado nunca habla con la gente de los puertos. No usa dinero. No corrompe directamente. Observa y pide garantías.
Los colombianos también contactaron a David Temes, un empresario de la fruta de Vigo, jugador de padel y asiduo del club náutico, que aportaba a la organización su compañía, con una larga vida dedicada a la importación de fruta, y las naves industriales donde se guardaría la mercancía hasta que la trasladaran a la caleta o piso de seguridad. Allí vigila el caletero, cuya única función consiste en “no mover el culo de la mercancía” hasta nueva orden.
Una vez la coca “ha reposado”, los comerciales se van llevando paquetes de 10 a 15 kilos. Las nacionalidades son variadas y el lugar donde se venderá, también. El episodio final, poco glamoroso, lo resume un agente: “Vienen unos negros y se llevan sus kilos a un primo de Dusseldorf”. Ahí concluye la tarea del delegado.
El Enano tenía sus tiquetes de avión para Bogotá guardados en un pequeño baúl cuando la policía irrumpió en su casa. El hombre que lo metió entre rejas gira el volante con suavidad y comenta cómo los narcos gallegos, que antes no necesitaban intermediarios para tratar con Colombia, ahora venden supuestos contactos por un café y un poco de gasolina. “Podría haber muertos a montones si a los colombianos se les acabara la paciencia”. Al otro lado del Atlántico, dice, se están cansando de la falta de seriedad.
“¡Toca que haya muertos!”, sentencia después de una pausa el jefe de los Greco en Galicia. Un abogado penalista lo había dicho una semana antes: “Toca que haya muertos”. El jefe asiente con la cabeza: “El abogado sabe. Toca”.
Sobre la producción y el consumo
Líderes en sobredosis
Durante los últimos años, en promedio, 7.000 personas mueren por sobredosis de droga en Europa, principalmente por heroína. La suma de los casos de Ucrania, Rusia, Reino Unido, España y Alemania, los más consumidores del continente, llega casi al 80% del total de estas muertes.
Toneladas de cocaína
Según la Oficina de Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito, en 2009 entraron a Europa unas 217 toneladas métricas (tm) de cocaína pura producida en los Países Andinos, en Colombia principalmente. De este total, las autoridades lograron incautar alrededor de 100 tm.
Colombia-Venezuela
Según el centro de pensamiento International Crisis Group, con sede en Bélgica, el 40% de los cargamentos de cocaína colombiana incautados en mar europeo, entre 2004 y 2010, zarparon de puertos venezolanos. Durante 2010, el 90% de los vuelos no comerciales que transportaban cocaína colombiana despegaron del país vecino.
Leonidas Vargas: de Caquetá a Madrid
El 8 de enero de 2009 un hombre entró a la sala 537 del Hospital 12 de Octubre, en Madrid, y con cuatro tiros acabó con la vida del hombre que se recuperaba en la cama de un problema de hipertensión.
Así terminó Leonidas Vargas, principal socio del narcotraficante Gonzalo Rodríguez Gacha, después de tres décadas de relación con el narcotráfico.
Nacido en el Caquetá, en 1949, Vargas fue carnicero, luego sicario y, finalmente, responsable de importantes rutas para exportar cocaína a EE. UU. y Europa y que comenzaron a operar a principios de los ochenta.
Fue socio de Rodríguez Gacha y tras su muerte asumió muchas de sus operaciones, hasta que fue capturado en un casino de Cartagena en 1993. Cumplió su pena en prisión y, tiempo después de salir de la cárcel de Itagüí, en 2001, viajó a Madrid, donde nuevamente fue capturado, sospechoso de tráfico de cocaína.
El juicio en su contra estuvo entorpecido por sus achaques de salud, que finalmente lo llevaron al hospital donde fue acribillado.
Daniel Borasteros y Guillermo Abril / Especial de El País de España | Elespectador.com
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