Análisis
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En mayo del 2008 comenzó en Roma una sutil estrategia de moderación de la línea eclesiástica en España | Desde el 2009, la Santa Sede ha viajado a España cada seis meses, mientras Zapatero, en crisis, iba reculando
Artículos | 21/08/2011 - 00:00h
Madrid
Ciudad del Vaticano, lunes 19 de mayo del 2008. Benedicto XVI recibe en audiencia al comité ejecutivo de la Conferencia Episcopal Española (CEE). El cardenal arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, acaba de ser elegido por tercera vez presidente, evitando un segundo mandato del obispo de Bilbao, Ricardo Blázquez, prelado de perfil pactista. La costumbre es que el Papa reciba a los presidentes y vicepresidentes de los colegios episcopales tras la renovación de los mismos, pero en esta ocasión se ha cursado invitación a todos los miembros del ejecutivo. El cardenal Rouco comienza a hablar en alemán, en señal de complicidad con su antiguo compañero de estudios de Teología en Munich. Joseph Ratzinger le escucha y le responde: "Será mejor que hablemos en italiano". Y en el idioma de Dante –que comprenden todos–, Benedicto XVI les transmite un consejo. Un encarecido consejo.
Les pide que afinen los mensajes ante la política laicista del Gobierno socialista. Que eviten el lenguaje agresivo, sin perder la firmeza, y busquen más complicidad social ante el laboratorio ideológico que pretende laminar la identidad católica de España.
Al concluir la audiencia, los prelados almuerzan con el embajador ante la Santa Sede, Francisco Vázquez, socialista católico y ex alcalde coruñés. Sentados en el comedor de la más vieja legación diplomática en Roma, el ecónomo de la conferencia episcopal, Fernando Giménez Barriocanal, recibe un mensaje en su móvil. "Me informan desde Madrid que la Cope acaba de renovar el contrato a Federico Jiménez Losantos", dice en voz alta. Se produce un silencio y el cardenal valenciano Antonio Cañizares, todavía molesto por cómo se ha producido la renovación de la cúpula episcopal, mira a Rouco y le dice: "No es esto en lo que habíamos quedado".
Madrid, junio del 2008. Mariano Rajoy asiste a una cena en casa de la periodista Cristina López Schlichting, directora del programa de las tardes de la Cope. Una cena en lugar discreto con el cardenal Rouco Varela. El líder de la oposición acaba de perder por segunda vez ante Rodríguez Zapatero (en marzo) y un sector de su partido pretende defenestrarle en el congreso que el Partido Popular tiene previsto celebrar el mes de julio en Valencia. Lidera la maniobra Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid, con el activo apoyo del diario El Mundo y la emisora Cope, propiedad del episcopado. Rajoy pide al cardenal que la Iglesia sea neutral en el delicado momento del PP. Ambos son gallegos, pero no se entienden. Rouco, que considera que Rajoy es un tibio, no se compromete a nada. Pese a la campaña en su contra, el de Pontevedra resiste y logra vencer el congreso. Entre el 2008 y el 2009, mientras la crisis económica va tomando cuerpo, el PP recupera Galicia, reemerge en el País Vasco y gana los comicios europeos. Rajoy se consolida. Aún hoy, cuando le nombran al cardenal Rouco Varela, frunce el ceño.
Martes, 3 de febrero del 2009. El secretario de Estado de la Santa Sede, cardenal Tarcisio Bertone, llega a Madrid en visita oficial. Se entrevista con el rey Juan Carlos y con el presidente del Gobierno, pronuncia una conferencia en la sede del episcopado y toma nota de la información que le transmite el nuncio del Vaticano en España, el prelado portugués Manuel Monteiro de Castro, insólitamente hostigado desde la Cope, que le acusa de blandengue. Al cabo de unos meses, la emisora da por finalizado el contrato con Jiménez Losantos. La Moncloa se queda sin una voz amiga. El equipo de comunicación de Zapatero, pilotado en sus inicios por Miguel Barroso –un buen estratega medíático–, siempre consideró que el radiofonista turolense era un regalo del cielo. "Si aún dudas, escucha la Cope", llegó a escribir el PSC en sus carteles electorales.
En Roma, el cardenal Bertone sabe que la crisis pondrá en dificultades a Zapatero y dibuja un cronograma: el Vaticano estará más presente en España. En abril del 2010, él mismo oficiará en Barcelona la beatificación del capuchino Josep Tous. Seis meses después, el Papa viajará a Barcelona para consagrar el templo de la Sagrada Família. Rouco tiene conocimiento del viaje de Benedicto XVI a Catalunya cuando ya está decidido. El embajador Vázquez mueve Roma con Santiago y consigue incluir el año jacobeo en la agenda. La liturgia de la Sagrada Família, en la que el catalán y el castellano comparten rango, deja estupefactos a los duros del episcopado español. Bertone envía un sutil mensaje a Rouco, el Papa de España, según la coalición mediática que quería echar a Rajoy. El mensaje –implícito, por supuesto– dice lo siguiente: la línea la marca Roma.
Y con una visita vaticana a España cada seis o siete meses, logra interceptar la agenda legislativa del Gobierno, a su vez atenazado por la crisis. De la legislación sobre la eutanasia –anunciada en septiembre del 2008 por el ministro Bernat Soria al diario El País– nunca más se supo. Y la nueva ley de libertad religiosa, que prometía abrir un gran debate sobre los símbolos religiosos en el espacio público, queda bloqueada. El cardenal Bertone gana por goleada cuando Zapatero remodela el Gobierno en octubre del 2010 y encarga los asuntos religiosos a Ramón Jáuregui, el socialista vasco que en el 2004 ya le advirtió que se estaba equivocando con la Iglesia (y la Moncloa le reprendió por manifestarlo en La Vanguardia).
El cronograma sigue su curso y el Papa viaja a Madrid en agosto del 2011 para presidir la Jornada Mundial de la Juventud, que el cardenal Rouco ha organizado con gran tenacidad. La organización –pilotada por Yago de la Cierva– funciona como un reloj y no se priva de nada en el plano simbólico. Los legionarios acompañan al Cristo de la Buena Muerte en el vía crucis de Recoletos. Más de un millón de personas en Cuatro Vientos. Una marea humana. Benedicto XVI habla a los jóvenes y evita referencias explícitas a la política española. La línea de Roma. El Gobierno tiene dificultades para controlar la Puerta del Sol y Alfredo Pérez Rubalcaba se sumerge como un submarino. No habla desde hace tres días.
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