Asedio:
Figura ineludible de la literatura del siglo XX, Mario Vargas Llosa es el protagonista de la nueva revista del CEP: 31 de los principales escritores y críticos de Hispanoamérica entregan un retrato crítico de las múltiples facetas del narrador e intelectual Nobel 2010.
por Roberto Careaga C.
Cuatro meses después de que la Academia Sueca le entregara el Premio Nobel de Literatura, el escritor peruano Mario Vargas Llosa pasó por Chile. Las innumerables actividades motivadas por el galardón le habían impedido encontrar la calma necesaria para escribir pero, pese a sus 75 años, no estaba precisamente cansado. Temía una cosa: convertirse en una estatua. Un intocable. Puede que efectivamente suceda. Por ahora, hay noticias: una treintena de escritores y críticos hispanoamericanos diseccionan la obra y figura del autor de Conversación en La Catedral en la nueva revista del Centro de Estudios Públicos
Hay elogios, hasta vítores, pero también hay discrepancias y hasta acusaciones de machismo. De más de 600 páginas, el número de otoño de 2011 de la revista del CEP es un asedio general en 31 voces a Vargas Llosa. Rodrigo Fresán, Jorge Edwards, Javier Cercas, Oscar Hahn, Ignacio Echevarría, Jorge Volpi, Guadalupe Nettel, Horacio Castellanos Moya, Alberto Fuguet, Edmundo Paz Soldán, Juan Gabriel Vásquez, Carlos Peña, entre otros, entran y salen de las múltiples facetas del novelista. A saber: el hijo, el lector, el periodista, el escritor, el intelectual, el crítico, el político, el liberal, etc.
"Buscamos mostrar hasta qué punto había una presencia de Vargas Llosa en la literatura en español de hoy día. Y aparece un escritor que importa. Un escritor que ha dejado una marca en muchos autores de las generaciones posteriores. Para algunos fue decisivo", cuenta Arturo Fontaine, director del CEP y editor de la publicación, que antes sólo había dedicado dos números a temas literarios: a Pablo Neruda, cuando se cumplieron 100 años de su nacimiento, y a El Quijote, a 400 años de su creación.
Aunque lleno de testimonios personales, se trata de un volumen crítico que entrega uno de los perfiles más completos de Vargas Llosa: un lector incansable, que a punta de disciplina y voluntad transforma sus demonios personales en el impulso para crear una de las narrativas más sólidas e innovadoras del siglo XX en lengua española.
La vocación como motor
Lo que más me impresionó de mi lectura juvenil de Contra viento y marea (cualquier cosa menos un libro subalterno) es el modo en que Vargas Llosa plantea allí un tema esencial en su vida y en su obra: la vocación de escritor. Digo en su vida porque muy pocos novelistas se han consagrado a la escritura con la disciplina, la tenacidad y la energía con que lo ha hecho Vargas Llosa, desde los 26 años hasta los 75; una disciplina, una tenacidad y una energía que han producido una de las obras más ambiciosas y logradas en español. Y digo en su obra porque muy pocos autores han reflexionado tanto y tan lúcidamente como lo ha hecho Vargas Llosa sobre el origen, la naturaleza y las condiciones de la vocación literaria, y muy pocos también la han usado como tema y carburante de su creación literaria con la fuerza que lo ha hecho él. No creo que nadie albergue demasiadas dudas acerca del hecho de que Vargas Llosa es, quizás desde la muerte de Octavio Paz, el mayor crítico literario de nuestra lengua.
Dueño de la literatura
El joven Vargas Llosa (1962, París) era un lector extraordinario, de memoria extradordinaria. Ya había leído a Flaubert entero, a Honorato de Balzac, a Alejandro Dumas. También había leído con delirante entusiasmo, con exclamaciones que se repetían, las novelas principales de William Faulkner (...). Descubre escritores a cada rato y nos comunica la alegría, la extensión, la profundidad de su descubrimiento. Con lo cual nos contagia, nos obliga a seguirlo. A veces descubre con retraso, o redescubre, algo que uno había leído mucho antes. Un clásico de Thomas Mann, por ejemplo, o La divina comedia, o la Fábula de Polifemo y Galatea. En esos casos, sin proponérselo, nos hace sentir que la anterior lectura nuestra había sido superficial, insuficiente. Nos crea la repentina y hasta obsesiva obligación de releer a Dante, a Góngora, de buscar de nuevo una edición de La montaña mágica. Lo que ocurría es que Vargas Llosa, desde un ángulo particular, se sentía dueño de la literatura universal.
Mestizo, híbrido y vengativo
Entre tanto Bolaño y Diamela Eltit, la academia se olvida de que Vargas Llosa no sólo es una figura mediática-política-pop, sino también un autor de primer orden. De existir McOndo, Vargas Llosa claramente ya es uno de los padres fundadores. ¿Hay novelas más posmodernas y contemporáneas que La tía Julia y el escribidor o Pantaleón y las visitadoras? Su interés por la cultura pop, y digamos trash, es asombrosa y, quizás escondida dentro de novelas donde a veces la arquitectura termina robándose la película, sin duda nos habla de un artista que, por mucho que estaba obsesionado con Europa y su cultura, es y será el mejor americano en el mejor y peor de los sentidos (…). Vargas Llosa, como su país y su continente, es mestizo, híbrido, desordenado, incontrolable y vengativo. La misma persona lúcida y civilizada que sorprende a todo el mundo por su familiaridad con la civilización occidental se regocija en temas dignos de una república bananera y los salpica de una cultura pop del pueblo.
Nado a contracorriente
Vidas en paralelo, las de García Márquez y Vargas Llosa han concentrado tanta carga atmosférica que es difícil no concederle a Historia de un deicidio (1971, sobre Cien años de soledad) un estatuto y un prestigio semejante a aquella y entusiasta reseña que hizo Balzac de La cartuja de Parma, de Stendhal. Es sorprendente la disidencia de Historia de un deicidio frente a la dictadura teorética del campus sobre literatura, enjuiciada entonces por el estructuralismo en todas sus formas de mutación, los mil y un marxismos verdaderos, el psicoanálisis aplicado y las todopoderosas lingüísticas. Rodeado de asesinos de autor y de gramáticos prestísimos a fiscalizar nuevas ciencias, Vargas Llosa se adiestró en el nado a contracorriente que terminaría por convertirlo, en nuestros días, en el liberal de habla español (...). El paquete (la novela y el ensayo) ofrece una comunidad armoniosa y legítima entre la novela y su lectura, una intimidad entre el arte y la crítica que fue, a la vez, un espejismo y un oasis.
La sombra del padre
¿Cuál es el demonio personal al que Vargas Llosa debe exorcizar para vivir en libertad, afirmar su soberanía y vencer al poder superior que pretende imponerse sobre él de manera autoritaria? Es entonces que la sombra de su padre aparece como una proyección muy intensa y fuerte sobre sus primeras novelas. Y, mutando en un fantasma menos aterrador, aparece también en el resto de sus obras, donde la defensa de la libertad y la individualidad se convierten en un tema obsesivo (...). Más importante que los raptos autobiográficos presentes en sus novelas es la manera cómo Vargas Llosa utiliza el demonio personal de la mala relación con el padre y su imperiosa necesidad de ejercer soberanía, en todas sus obras. En Conversación en La Catedral, la figura del padre aparece en el dictador Odría, pero también en el mismo padre de Zavalita, un peón del régimen, autoritario con su hijo, pero que guarda un misterio: su apodo es Bolas de Oro, debido a que las tiene de adorno. El padre es homosexual.
Un liberal antes de saberlo
La ciudad y los perros, La casa verde, Conversación en La Catedral, esas tres primeras novelas podrán interpretarse de muchos modos, pero uno salta a la vista: no representan la ideología que su autor profesaba públicamente en los años 60, cuando las escribió y publicó. En esa década, Vargas Llosa se definía como marxista y sartreano. Esas novelas discrepan con su autor. Si bien nos alertan ante las injusticias representadas, evitan ofrecer interpretaciones unívocas acerca de sus causas, soluciones o salidas. La cruda descripción de las injusticias y alienaciones en la vida social y política de Perú, y por extensión de Latinoamérica, podría ser tomada por denuncia política. Pero la forma coral de estas ficciones contraviene ese tipo de compromiso, subordinándolo a una poética de libertad individual (...). Antes de que postulara una política de la libertad, Vargas Llosa practicó una poética de la libertad.
Transgresores y soñadores
Si el poder, la rebelión y el sueño pueblan las novelas de Vargas Llosa, se debe a que el impulso de sus personajes es la insatisfacción. Si algo que iguala al Esclavo y al Jaguar (La ciudad y los perros), a Trujillo y a Urania (La fiesta del chivo), a Flora y a Gauguin (El paraíso en la otra esquina), es su necesidad de traspasar los límites que los confinan. Lo mismo puede decirse de todos sus personajes hasta el caso ejemplar de Roger Casement. Vargas Llosa concibe a los seres humanos como voluntades inquebrantables, apuntando siempre a una nueva dimensión, que se pone a prueba en la incandescencia de la lucha por y contra el poder. Pero si Vargas Llosa ve la realidad como una permanente lucha, su corazón siempre estará al lado de los rebeldes, de los transgresores. Ellos hacen que la vida tenga un sentido. El fuego de la transgresión es inseparable del de la novela. Es el antiguo alimento de los héroes.
El político indócil
Vargas Llosa, que suele ser aplaudido por la derecha, ha adoptado posiciones que, sin embargo, a la derecha latinoamericana le provocan escozor. Es partidario del reconocimiento pleno de los gays; de la despenalización de la droga; no vacila a la hora de distribuir la píldora del día después; considera al nacionalismo una variante de la barbarie y es partidario de la democracia y los derechos humanos (...). ¿Un creyente libertario, un true believer liberal, un hombre de derechas como a veces se le presenta? En absoluto. Un indócil, que una vez que pasan los primeros entusiasmos vuelve a ser fiel a ese joven bigotudo, con aspecto de galán de fotonovelas, que en 1966, y con dos espléndidos libros a sus espaldas, leía una conferencia en el Paraninfo de la Universidad de la República (en 1965). Un inútil que para lo único que sirve -como le regañó su mujer, según recordó al recibir el Nobel- es para escribir.
Un peruano llega al Sol
Metido en YSCL (la abreviación para "ya saben cuál libro", que ocupa Fresán para referirse a Conversación en La Catedral), la intriga porque, aquí y ahora, se considere a YSCL como automática puerta de entrada a la obra de Vargas Llosa. De acuerdo: YSCL es muy peruano, y localista y folk, histórico, social, libro de voces, corte longitudinal de un mundo vertical, novela importante con vocación de importancia desde el vamos. Pero por qué no invitar a los desconocidos a iniciarse con La tía Julia y el escribidor o La fiesta del chivo. La respuesta al enigma está en que YSCL se leyó y se sigue leyendo ahora como un gran libro de alguien a quien todavía (se publicó en 1969) se entendía como un escritor in progress, pero que, a la altura de la última página, ya aparece total y completamente formado. El año en que el hombre llega a la Luna, un peruano alcanza su sol. YSCL como prueba incontestable de fantasía realizada.
Fuente: LA TERCERA
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