Domingo, 14 de agosto de 2011
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Todo lo que tenía era un nombre y una edad: Arwa, seis años. No era mucho, pero esa niñita estaba atrapada en mi memoria y quería encontrarla.
La última vez que la vi estaba en una camilla en el hospital de Al Hikma, en Misrata, en el oeste de Libia. Su diminuto cuerpo había sido perforado por la metralla.
Era 14 de abril. La ciudad estaba siendo fuertemente bombardeada por las fuerzas del coronel Muamar Gadafi.
A las salas y los pasillos del centro hospitalario, llegaban heridos de forma constante. Arwa lloraba de dolor cuando el doctor Ahmed Radwan trataba de curar las heridas que le dejó un misil Grad.
En una improvisada sala de espera, con la luz yéndose y volviendo una y otra vez, el cirujano le sacaba los fragmentos metálicos que había en su hígado y le cosía una profunda herida en el cuello.
Encontrar a Arwa
Cuatro meses después quería saber si lo había conseguido. Pero, ¿cómo localizarla?
El hospital Al Hikma estaba ahora cerrado y el doctor Radwan, un voluntario egipcio, había vuelto a su país.
Visitamos otros hospitales de la ciudad, a la caza de noticias sobre Arwa y sus registros de admisión.
Una enfermera recordaba sus heridas, pero no su apellido. Otro médico recordaba a una niña llamada Arwa, pero de nueve años.
Era otra niña, con el mismo nombre y herida en esos mismos días. Y también supimos de otra tercera Arwa también herida antes de encontrar información de la nuestra: Arwa Mohammed Bawa.
Ahora que sabíamos su apellido podíamos encontrar a su familia. Las familias numerosas normalmente viven juntas en el mismo barrio.
Y los vecinos de Misrata saben donde encontrarlas. Fuimos al barrio de Bawa y preguntamos a un hombre de allí. Resultó que era un familiar de Arwa, que se metió en nuestro coche y nos llevó hasta la misma puerta de su casa.
Nuestro traductor, Abdallah, quedó impresionado con la rápida respuesta.
"Es uno de los cambios aquí", dijo. "Antes, la gente tenía miedo de dar información como esa o responder preguntas de desconocidos. Perferían no hablar. En la época de Gadafi no podías confiar ni en tu propio hermano".
En la casa familar, junto a un olivar, nos recibió un afable hombre de pelo blanco. Era Khalil Aktait, el abuelo de Arwa. En cuestión de minutos, la pequeña apareció, vino directa a saludarnos, una niñita con jeans, una camiseta rosa y el pelo negro recogido en dos coletas.
"Al pricincipio estaba en shock" -afirma- "pero después de un tiempo consiguió olvidar por lo que había pasado. Ahora vive una vida normal. Sólo quiere comer, jugar y divertirse".
Todavía asustada
Pero Arwa tiene recuerdos constantes del misil que podía haberla matatado. Entre ellos la brutal cicatriz en su cuello.
Khalil levanta su camisetita rosa para mostrarnos otra larga cicatriz que recorre su estómago como una cremallera.
La casa familiar tiene, como Arwa, cicatrices. Hay grandes agujeros en la pared frontal.
"Estaba contenta porque había vuelto la electricidad. Corrió para decírselo a su madre y a su abuela", explica su abuelo.
Ahora sus heridas se han curado, al menos las físicas, pero el conflicto aún está cerca. Cada día, ecos distantes de estallidos sordos llegan desde la primera línea del frente, y traen el miedo de vuelta.
Khalik nos cuenta que todos sus nietos hacen lo mismo.
"Cuando escuchan el 'bang' dicen 'guerra, guerra' y corren dentro. Están muy asustados porque ya alcanzaron la casa antes. Y es algo que me hace hervir la sangre", dice este conductor de camiones retirado y abuelo de 30 nietos.
Se sienta en el porche de atrás, con Arwa a su lado, mientras su hijo Sadiq repasa las últimas noticias que llegan del frente.
Mientras los adultos hablan de la guerra, Arwa dibuja círculos en la arena con el dedo. Ha aprendido algunas letras árabes en una mezquita local y está deseando ir al colegio.
"Cuando las escuelas estén abiertas otra vez, yo quiero ir para aprender a leer y escribir", dice ilusionada.
Una canción sobre Gadafi
Su abuelo dice que Gadafi está dando grandes lecciones estos días. "Está enseñándoles cosas nuevas: sobre la destructora y sanguinaria guerra. Es un gran maestro".
Arwa ya ha aprendido esas lecciones. Pero cuando responde, vacilante, a las nuestras preguntas, parece una niña normal de seis años. Le gusta jugar con sus primos y visitar la granja de su tío para dar de comer a las ovejas. Quiere una bicicleta y ya sabe lo que quiere ser cuando sea mayor: cantante.
"Gadafi ha caído, tiene un pelo gracioso con piojos. Dile a Gadafi y a sus hijos que hay hombres de verdad en Misrata. Vienen con tanques pero los venceremos con coches chinos", dice la letra.
Las fuerzas de Gadafi han sido expulsadas del barrio de Arwa, pero Misrata todavía está dentro del alcance de sus misiles. Y Arwa todavía corre peligro.
A sus 65 años, Khalil nos confiesa que está preocupado por el futuro de sus nietos, no por el suyo. "Espero que tengan una vida mejor de la que hemos tenido nosotros con Gadafi", señala.
Cree que la generación de Arwa se graduará de la guerra a la libertad cuando el 'gran maestro' sea expulsado.
"No sabemos cuánto tiempo llevará, puede ser mucho o poco, pero Gadafi está cayendo", sentencia.
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