VAMOS A.... CAMBOYA
Monjes caminando en Angkor Wat, Camboya- MIGUEL A. MORENATTI |
Turistas visitando el memorial Choeung Ek, Camboya- AP |
Phnom Penh es una ciudad de paso para viajeros que van hacia Vietnam. Antiguo refugio de turistas vividores y hedonistas que durante los años 90 poblaban una ciudad ávida de placeres inmediatos y acelerones de adrenalina, quien llega ahora a la capital de Camboya tiene, por curiosidad o accidente, la posibilidad de redescubrir una ciudad tranquila, apacible y sensorial, con múltiples rincones para relajarse y disfrutar de su folclore y cultura, que permanecen impermeables, para bien, a la injerencia occidental. La primera impresión del viajero es que Phnom Penh, que recibe su nombre de un imponente templo situado en una colina, no quiere convertirse en una postal para turistas. Su mayor patrimonio reside en el millón y medio de habitantes, camboyanos sonrientes y desprendidos con el recién llegado.
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La panza es lo primero
Comer es un placer en Camboya, aunque el matiz es necesario. La gastronomía camboyana, influida levemente por la presencia francesa durante el período de protectorado, comprende muchos manjares, incluidos las ubicuas y deliciosas sopas de tallarines acompañadas de pescado, cerdo, pollo o ternera. Pero la cocina camboyana se enriqueció en mayor medida de su contacto con Tailandia, China o la India. Los franceses les dejaron, básicamente, la baguette.
Para degustar de primera mano la comida jemer es preciso visitar uno de sus mercados. Los más grandes de Phnom Penh son el Psar Thmei (calle 63), situado en un zigurat de estilo art déco, y el llamado Russian Market (calle 155). Sopas de arroz, fideos, caracoles, cangrejos de río o camarones son solo algunas opciones. De postre, infinidad de frutas tropicales para elegir. Si se prefiere comida más sofisticada, el lugar indicado es Frizz Restaurant (www.frizz-restaurant.com). Se puede empezar con un plato popular camboyano como el amok, un pescado cocinado con leche de coco y presentado en una hoja de plátano. Otra comida típica es loc lac, un salteado de ternera con cebolla roja fresca con una salsa de lima y pimienta negra. Los aficionados a la cocina pueden aprender los trucos de estos platos jemeres en la escuela gastronómica del restaurante.
Pero también hay que pedir en los chiringuitos callejeros, con cazuelas de aceite hirviendo de las que brotan exóticos tentempiés, aptos igualmente para valientes o incautos. Son curruscantes arañas fritas, saltamontes negruzcos o enjambres de grillos. El coste es simbólico. Los súbitos retortijones tras la ingesta es, realmente, el precio que hay que pagar por esta incomparable experiencia. Eso sí, Naciones Unidas recomienda desde hace unos años el consumo responsable de insectos. No hay excusa para dejar de probar y un buen lugar para hacerlo es en alguno de los puestos situados a lo largo de la ribera.
Luces de colores y tallarines
Para llegar a la ribera (avenida Sisowath Quay) se puede ir andando o montarse en uno de los omnipresentes tuk tuk, motos (con chofer) que te llevan a cualquier parte de la ciudad por un dólar. Allí, junto a la confluencia de los ríos Mekong y Tonlé Sap, hay un enredado de bulliciosas calles me mezclan casas de arquitectura colonial francesa y restaurantes con mucha vida y buena comida de toda clase y procedencia. El veterano FCC (Foreign Correspondents's Club, www.fcccambodia.com) tiene magníficas vistas sobre el río. Un buen lugar para tomarse una copa mientras se recorre su particular galería fotográfica: imágenes que rememoran el genocidio de los jemeres rojos en los años 70 y la presencia de la prensa internacional. Para comprender mejor lo que significó la dictadura de inspiración maoísta que acabó con dos millones de camboyanos, se puede visitar el antiguo centro de tortura rehabilitado ahora como Museo Tuol Sleng (calle 113) o el Choeung Ek Memorial, un centro de exterminio a 17 kilómetros de la capital.
Desde el FCC también se divisa la espléndida fachada del Museo Nacional (www.cambodiamuseum.info), que conserva una amplia colección de vestigios de la civilización jemer y otras culturas precedentes. A su lado se halla el Palacio Real (calle 184), un complejo de monumentales edificios entre los que destaca la Pagoda de Plata. Otros lugares de interés son el Monumento de la Independencia (avenida Sihanouk) y Wat Phnom (calle 92), el templo budista del siglo XIV que da nombre a la ciudad.
'Dolce vita' a la camboyana
Por la noche, hasta que el cuerpo aguante, la oferta de entretenimiento es múltiple y diversa. Inagotable. Aunque los reclamos más populares siguen jugando con los excesos de testosterona, las actividades lúdicas y culturales a precios irrisorios crecen rápidamente. Un espectáculo interesante es la tradicional danza jemer, en la que se interpretan varios personajes. El más notable es la apsara, una ninfa de la mitología hindú. Las bailarinas se contorsionan con la música y hacen movimientos imposibles con sus manos. Una mezcla de sensualidad y exotismo con características similares al mimo, pues nunca se habla o canta. El Sovanna Phum Art Association (http://shadow-puppets.org) hace representaciones regularmente.
La ruta de la farra camboyana continúa pasada la medianoche en el mítico Heart of Darkness de la calle 51; antiguamente un peligroso tugurio sin ley, hoy en día un local de moda para locales y turistas que se mueven a ritmo de música electrónica y éxitos occidentales. Un buen motivo para pasar la noche en blanco. Phnom Penh cuenta también con una creciente escena gay, que tiene en el Pontoon Lounge (calle 108) uno de sus principales templos. Se trata de una discoteca alojada en un barco que encalla en el río Tonlé Sap, cuyo ambiente relajado atrae a locales, turistas y expatriados.
La playa de Camboya
En Camboya hace calor (en serio) y no es aconsejable esperar siempre a que caiga un buen y monzónico chaparrón sobre Phnom Penh para aliviarse. Resulta más agradecido retozar en calma bajo el sol en la playa de Sihanoukville, en el Golfo de Siam. A sólo cuatro horas en autobús de la ciudad, esta pequeña ciudad de la costa camboyana nacida en los años 50, recibe un turismo incipiente y en su mayoría local. No hay mucho más que hacer salvo descansar, ponerse a remojo en las aguas del mar de la China Meridional o practicar algún deporte acuático. Si se quiere intensificar el ejercicio de relax, una visita a la remota provincia costera de Kep puede resultar incluso peligrosa. No querrá volver a casa.
Fuente: EL PAÍS.com
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