Escritor
Si quisiera, Alfonso Ussía seguramente podría hablar de la elegancia, del saber estar, de la etiqueta y el decoro con absoluta y solemne autoridad. Aunque es muy probable que todo eso le resulte un soberano coñazo, que podría decir su estimado Marqués de Sotoancho.
Al margen de la hipótesis, una cosa es cierta: Ussía borda aquello de retratar lo que le rodea con el vuelo ligero, tan difícil, del humor. Maestro del periodismo, el columnista de LA RAZÓN retoma aquel «Tratado de las buenas maneras» de hace años en una nueva serie de artículos, «Las buenas maneras del verano», que desde mañana ocuparán la contraportada del periódico durante el mes de agosto, ilustradas, cómo no, por su compañero en tantas aventuras editoriales, Barca.
-¿Las buenas maneras son las mismas ahora que cuando escribió aquel primer «tratado»?
-Hombre, las buenas maneras siempre son las mismas. Lo que pasa es que como están tratadas desde el prisma del humor, son tan insensatas aquéllas como éstas: son parciales, subjetivas, no tienen nada que ver con el protocolo. Tienen mucho menos que ver todavía con las buenas maneras. Son un desahogo: después de un año metido en política, en comentarios, tristezas y preocupaciones, me sirven para hacer sonreír.
-¿Por qué no le preocupa tanto el hortera de paella y gorrilla en chiringuito, como el que tiene un yate sólo para enseñarlo?
-No me preocupan: los considero unos personajes fundamentales. Están inmersos en nuestra sociedad. Pero así como el de paella no tiene nada que deba ser criticado, el ostentoso, el pretencioso, el nuevo rico, el prepotente, ése sí se merece un repaso. Del mismo modo que se lo merece el marrano, el poco aseado, el que va con chancletas y pantalones cortos a todas partes, incluso por Madrid.
-¿El hortera veraniego nace, crece y, sobre todo, se multiplica?
-Hay más ahora. Lógicamente, dado que hay más gente que hace veinte años, y más gente que veranea. Pero no es algo exclusivamente español: está en todo el mundo. El verano es mucho más ordinario que el invierno: en invierno, todo se cubre por el frío.
-¿Qué le es más doloroso a la vista, unas chanclas en un restaurante o un «guiri», o autóctono, sin camiseta por las calles de Madrid o Barcelona?
-Los dos se me antojan repugnantes. No tengo capacidad para decir cuál me repugna más.
-El hortera se recicla en lo tecnológico: habla en su serie de los que se van con el portátil a la playa o con el iPhone a la piscina.
-Más que en el ámbito de la horterada, el lenguaje cibernético, de los ordenadores, de los iPads, las tabletas y esas cosas, entra en el dominio de la cursilería. Y por supuesto, lo voy a tratar, porque es invencible e insoportable.
-El nuevo rico era sinónimo de mal gusto. En tiempos de bonanza florecieron. ¿Ahora que somos todos un poco más pobres con la crisis, se ha reducido su número?
-No, los nuevos ricos siempre emergen. Se ve mejor desde la perspectiva de un nuevo pobre. Yo lo soy: mi familia fue rica hasta mi generación. El nuevo rico necesita dos generaciones para contagiarse un poco. La riqueza bien llevada es elegante; mal llevada, es insoportable. Pero hablo de armonía, de naturalidad, no de buen gusto, que es una cosa muy subjetiva. Yo no tengo por qué ser el que reparte las licencias del buen gusto.
-Pongamos que quiero disfrutar de mis vacaciones, pero no pasar el verano trajeado. ¿Qué me propone para no atentar contra su tratado?
-Te diría que veranearas libremente y que, en caso de leer «Las buenas maneras del verano», lo interpretes como un mero ejercicio humorístico. Hay siempre un trasfondo, una moralina oculta, pero no hay que hacerle ni caso. Los libros más estúpidos que se han escrito en la literatura española y que proliferaron en el siglo XIX y hasta los años 60 del siglo XX son los de las buenas maneras.
-¿Hay un retrato robot del dominguero estival?
-Sí, se podrían hacer dos: el estival cutre y el hortera. También incluso el estival cursi: esa propietaria del barco o amiga de la propietaria que va con una pamela, como si estuviera en las carreras de caballos... Se ve mucho por el Mediterráneo. Muy poco por el Cantábrico porque la pamela le dura un segundo, hasta el primer golpe de viento.
-¿Cómo hace para evitar al hortera estival en Comillas? Quizá no se cruza con muchos allí...
-No, no, no... Están en todos los litorales. Lo que pasa es que el hortera estival norteño, como el tiempo, es diferente, a veces no tienen más remedio que vestirse de invierno.
-Usted que tan anglófilo es, admirador de escritores como Wodehouse, ¿cree que el inglés sigue siendo paradigma del dandy?
-Yo creo que sí, es algo que está muy anclado en la tradición. Un ejemplo práctico: no tiene nada que ver un partido de Wimbledon con uno de Roland Garros o de Australia. Ni una carrera de caballos en Ascot con una en Longchamp.
-Entre otras cosas porque en Roland Garros le silban a un campeón español, cosa que no ocurre en Wimbledon.
-Nunca. En Roland Garros sí, pero claro, el público no es el del tenis. Los tratados de las buenas maneras o los escritos de urbanidad ingleses están repletos de sentido del humor. Los nuestros están saturados de estupidez, muy dominados por la moral imperante de cada época. Yo, que soy del siglo pasado, pero no del XVII, tuve que estudiar en el Colegio del Pilar un libro que se llamaba «El muchacho bien educado» que guardo como una joya. No te puedes imaginar las cosas que se dicen ahí. Todo esto se sostiene únicamente por el sentido del humor. En el momento en que las buenas maneras intenten ser dogmáticas se convierten en una intención ridícula.
-¿Qué sería de Alfonso Ussía sin el humor?
-Ah claro. Pero, sobre todo, ¿qué sería del mundo sin el humor? Es lo único que nos distingue de los animales, que podemos sonreír. Otra cosa es la carcajada. A mi me gusta más la sonrisa.
-Pero ser un dandy no implica tener dinero.
-¡Por favor, ha habido dandys arruinados! Empezando por Chateubrieand, por Oscar Wilde... Aunque el mayor que ha habido nunca ha sido español: Mariano Téllez Girón, el Duque de Osuna. Elevó hasta tal punto el dandysmo que por dejar bien a España, como embajador de Isabel II en Rusia, se arruinó.
-¿Cómo andan de horteras nuestros políticos este verano?
-Los veo bastante escondidos, por aquí me topo con algunos de vez en cuando y no están en los apartados peores. Ni los uno ni los otros.
-Confiese: ¿qué es lo peor que ha hecho que vaya contra sus tratados?
-(baja un poco la voz, casi avergonzado) He ido a la playa de vez en cuando, me suelo poner un sombrero y unas gafas para que no me reconozcan. Y hace unos años me compré con dos amigos una zodiac. Coincidió con la llegada a Santander del «Juan Sebastián El Cano», y la llamamos la «Jonathán el Cano». Es el barco menos amortizado que ha habido: lo usamos un día, naufragamos, y ahí está, en el garaje de mi casa.
«No soy nada partidario del veraneo con maletas, es otra de las cosas que voy a tratar en estos artículos», cuenta Ussía. «Es terrible eso de pasarse tres días en un sitio, cuatro en otro, ir al Caribe y volver... Yo soy de veraneo sentado. Me encanta llegar a un sitio y no moverme». Pero no desconecta en sus vacaciones: «Llevo 25 años sin dejar de trabajar ni un sólo día. Uso cuatro o cinco horas diarias en escribir», explica. Y cita a un célebre pianista para explicar este «vicio obligado»: «Rubinstein decía que si no tocaba un día, lo notaba sólo él; si dejaba de tocar dos, lo notaban los entendidos; y, si eran tres, lo notaba el público. La literatura es como el piano: no puedes dejar de escribir».
Fuente: LA RAZÓN.es
-¿Las buenas maneras son las mismas ahora que cuando escribió aquel primer «tratado»?
-Hombre, las buenas maneras siempre son las mismas. Lo que pasa es que como están tratadas desde el prisma del humor, son tan insensatas aquéllas como éstas: son parciales, subjetivas, no tienen nada que ver con el protocolo. Tienen mucho menos que ver todavía con las buenas maneras. Son un desahogo: después de un año metido en política, en comentarios, tristezas y preocupaciones, me sirven para hacer sonreír.
-¿Por qué no le preocupa tanto el hortera de paella y gorrilla en chiringuito, como el que tiene un yate sólo para enseñarlo?
-No me preocupan: los considero unos personajes fundamentales. Están inmersos en nuestra sociedad. Pero así como el de paella no tiene nada que deba ser criticado, el ostentoso, el pretencioso, el nuevo rico, el prepotente, ése sí se merece un repaso. Del mismo modo que se lo merece el marrano, el poco aseado, el que va con chancletas y pantalones cortos a todas partes, incluso por Madrid.
-¿El hortera veraniego nace, crece y, sobre todo, se multiplica?
-Hay más ahora. Lógicamente, dado que hay más gente que hace veinte años, y más gente que veranea. Pero no es algo exclusivamente español: está en todo el mundo. El verano es mucho más ordinario que el invierno: en invierno, todo se cubre por el frío.
-¿Qué le es más doloroso a la vista, unas chanclas en un restaurante o un «guiri», o autóctono, sin camiseta por las calles de Madrid o Barcelona?
-Los dos se me antojan repugnantes. No tengo capacidad para decir cuál me repugna más.
-El hortera se recicla en lo tecnológico: habla en su serie de los que se van con el portátil a la playa o con el iPhone a la piscina.
-Más que en el ámbito de la horterada, el lenguaje cibernético, de los ordenadores, de los iPads, las tabletas y esas cosas, entra en el dominio de la cursilería. Y por supuesto, lo voy a tratar, porque es invencible e insoportable.
-El nuevo rico era sinónimo de mal gusto. En tiempos de bonanza florecieron. ¿Ahora que somos todos un poco más pobres con la crisis, se ha reducido su número?
-No, los nuevos ricos siempre emergen. Se ve mejor desde la perspectiva de un nuevo pobre. Yo lo soy: mi familia fue rica hasta mi generación. El nuevo rico necesita dos generaciones para contagiarse un poco. La riqueza bien llevada es elegante; mal llevada, es insoportable. Pero hablo de armonía, de naturalidad, no de buen gusto, que es una cosa muy subjetiva. Yo no tengo por qué ser el que reparte las licencias del buen gusto.
-Pongamos que quiero disfrutar de mis vacaciones, pero no pasar el verano trajeado. ¿Qué me propone para no atentar contra su tratado?
-Te diría que veranearas libremente y que, en caso de leer «Las buenas maneras del verano», lo interpretes como un mero ejercicio humorístico. Hay siempre un trasfondo, una moralina oculta, pero no hay que hacerle ni caso. Los libros más estúpidos que se han escrito en la literatura española y que proliferaron en el siglo XIX y hasta los años 60 del siglo XX son los de las buenas maneras.
-¿Hay un retrato robot del dominguero estival?
-Sí, se podrían hacer dos: el estival cutre y el hortera. También incluso el estival cursi: esa propietaria del barco o amiga de la propietaria que va con una pamela, como si estuviera en las carreras de caballos... Se ve mucho por el Mediterráneo. Muy poco por el Cantábrico porque la pamela le dura un segundo, hasta el primer golpe de viento.
-¿Cómo hace para evitar al hortera estival en Comillas? Quizá no se cruza con muchos allí...
-No, no, no... Están en todos los litorales. Lo que pasa es que el hortera estival norteño, como el tiempo, es diferente, a veces no tienen más remedio que vestirse de invierno.
-Usted que tan anglófilo es, admirador de escritores como Wodehouse, ¿cree que el inglés sigue siendo paradigma del dandy?
-Yo creo que sí, es algo que está muy anclado en la tradición. Un ejemplo práctico: no tiene nada que ver un partido de Wimbledon con uno de Roland Garros o de Australia. Ni una carrera de caballos en Ascot con una en Longchamp.
-Entre otras cosas porque en Roland Garros le silban a un campeón español, cosa que no ocurre en Wimbledon.
-Nunca. En Roland Garros sí, pero claro, el público no es el del tenis. Los tratados de las buenas maneras o los escritos de urbanidad ingleses están repletos de sentido del humor. Los nuestros están saturados de estupidez, muy dominados por la moral imperante de cada época. Yo, que soy del siglo pasado, pero no del XVII, tuve que estudiar en el Colegio del Pilar un libro que se llamaba «El muchacho bien educado» que guardo como una joya. No te puedes imaginar las cosas que se dicen ahí. Todo esto se sostiene únicamente por el sentido del humor. En el momento en que las buenas maneras intenten ser dogmáticas se convierten en una intención ridícula.
-¿Qué sería de Alfonso Ussía sin el humor?
-Ah claro. Pero, sobre todo, ¿qué sería del mundo sin el humor? Es lo único que nos distingue de los animales, que podemos sonreír. Otra cosa es la carcajada. A mi me gusta más la sonrisa.
-Pero ser un dandy no implica tener dinero.
-¡Por favor, ha habido dandys arruinados! Empezando por Chateubrieand, por Oscar Wilde... Aunque el mayor que ha habido nunca ha sido español: Mariano Téllez Girón, el Duque de Osuna. Elevó hasta tal punto el dandysmo que por dejar bien a España, como embajador de Isabel II en Rusia, se arruinó.
-¿Cómo andan de horteras nuestros políticos este verano?
-Los veo bastante escondidos, por aquí me topo con algunos de vez en cuando y no están en los apartados peores. Ni los uno ni los otros.
-Confiese: ¿qué es lo peor que ha hecho que vaya contra sus tratados?
-(baja un poco la voz, casi avergonzado) He ido a la playa de vez en cuando, me suelo poner un sombrero y unas gafas para que no me reconozcan. Y hace unos años me compré con dos amigos una zodiac. Coincidió con la llegada a Santander del «Juan Sebastián El Cano», y la llamamos la «Jonathán el Cano». Es el barco menos amortizado que ha habido: lo usamos un día, naufragamos, y ahí está, en el garaje de mi casa.
«No soy nada partidario del veraneo con maletas, es otra de las cosas que voy a tratar en estos artículos», cuenta Ussía. «Es terrible eso de pasarse tres días en un sitio, cuatro en otro, ir al Caribe y volver... Yo soy de veraneo sentado. Me encanta llegar a un sitio y no moverme». Pero no desconecta en sus vacaciones: «Llevo 25 años sin dejar de trabajar ni un sólo día. Uso cuatro o cinco horas diarias en escribir», explica. Y cita a un célebre pianista para explicar este «vicio obligado»: «Rubinstein decía que si no tocaba un día, lo notaba sólo él; si dejaba de tocar dos, lo notaban los entendidos; y, si eran tres, lo notaba el público. La literatura es como el piano: no puedes dejar de escribir».
Fuente: LA RAZÓN.es
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