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viernes, 17 de junio de 2011

Cóctel cultural: Jorge Semprún. Despedida

¿Jorge o Federico?


Foto: Ricardo Cases
por FERNANDO SÁNCHEZ DRAGÓ
No le seré desleal. La noticia de su muerte me pilla a contrapié. No la esperaba. Coincidimos por última vez, hace de eso dos años, en el anfiteatro y coso taurino de Nimes. Vimos juntos la corrida, que era matinal y dio buen juego. Estaba como siempre: atractivo, culto, bien educado, inteligente, muy francés, algo español, amistoso, irónico y con la cabeza en su sitio. Unos meses antes había muerto su mujer, tan repentinamente como él acaba de hacerlo.
Curioso caso, el suyo, de desdoblamiento vital. Cuando lo conocí, en el verano del 54, al arrimo de una horchatería del Retiro, se llamaba Federico Sánchez, y durante mucho tiempo, pese a la intensa relación que en los años del antifranquismo nos unió y, a la vez, nos separó, siguió sin ser Jorge Semprún. Aquel día, por su mediación y con su bendición, entré en el Partido Comunista.
No tuvo que convencerme. Estaba ya convencido. Pero, si hubiese sido necesario, lo habría hecho, porque su poder de seducción era de los que no admiten réplica. De hecho, nos sedujo a todos: a Enrique Múgica, a Julián Marcos, a Javier Pradera, a Julio Diamante, a Emilio Sanz Hurtado, a Alberto Saoner, a Ramón Tamames, a Jaime Maestro, a Manolo Moya, a Ángel González, a Pepe Esteban, a Javier Muguerza. A 'nosotros, los de entonces'.
No creo que ninguno de ellos, entre los que siguen vivos, me lleve la contra si sostengo que sin él, sin Federico Sánchez, que luego, misteriosamente, pasó a llamarse Agustín, no se habría producido la gran algarada antifranquista de febrero del 56 ni habría alzado el vuelo en la universidad de Madrid la oposición al Régimen a la sazón vigente. Su papel en el lento, muy lento, deterioro de éste fue determinante y su actividad y capacidad de conspiración y agitación digna de una película de espías o de una novela de María Dueñas. Suministró, de hecho, material suficiente para un montón de libros, propios y ajenos, que andan por ahí y sin los cuales no cabe entender lo que a partir, grosso modo, de 1955 y en los diez años sucesivos sucedió entre los bastidores de la clandestinidad política.
Valgan unas cuantas muestras: Conversaciones Cinematográficas de Salamanca, Congreso Universitario de Escritores Jóvenes, entierros de Ortega y Baroja, películas de Bardem, fundación de la productora UNINCI (¡ah de Domingo Dominguín y Ricardo Muñoz Suay!), aldabonazo de 'Viridiana' en Cannes, nacimiento de la NIU o Nueva Izquierda Universitaria, capitaneada por Julio Cerón y transformada luego en el celebérrimo Felipe (no lo confundan con González), aparición de la editorial (y revista) Ruedo Ibérico, premios Formentor e Internacional de los Editores y aparatosa salida del Partido Comunista mangoneado por Carrillo, en la que lo acompañaron Claudín y Pradera.
Es posible que mucho de lo mencionado en el párrafo anterior diga poco a quienes, por edad, no lo vivieron, pero sin todos y cada uno de esos mimbres habría sido muy distinto el cesto que otras manos trenzaron tras la muerte del dictador.
Fue a comienzos de los sesenta -en el 63, me parece- cuando dejó de existir Federico Sánchez y salió a escena Jorge Semprún. Mi sorpresa fue morrocotuda. Estaba yo desayunando en el mostrador de un café de Padua. Desplegué L'Unitá, leí en su primera página la noticia de que Carlos Barral, Gallimard, Einaudi y otros editores de prestigio habían concedido en Mallorca el premio Formentor a un tal Jorge Semprún, bajé los ojos, los posé sobre la foto que servía de soporte al titular y se me cayó la taza de café al suelo y el alma a los pies al comprobar que era Federico Sánchez, Agustín, mi amigo, mi enlace con el Partido y mi superior en él, quien había conseguido ese premio con una novela titulada 'El largo viaje'.
Lo demás es de todos conocido. Que si nieto de Antonio Maura, que si Buchenwald, que si eterno resistente, que si guionista de Alain Resnais y Costa-Gavras (entre otros), que si escritor de hondo fuelle y vasto repertorio, que si niño mimado de la cultura francesa y europea, que si mediocre ministro de Cultura del gobierno de González, que si...
En fin: su largo viaje.
Que nos quiten, Jorge, lo bailado. A ti ya no te lo quitarán.
Fuente: El Mundo

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