La editorial Bartleby reúne en dos volúmenes
de su poesía completa, una publicación que hace justicia al
gran poeta granadino.
José Abad | Actualizado 06.02.2013 - 07:53
En el prólogo a la Poesía completa de
Javier Egea, Manuel Rico metió el dedo en una llaga aún sangrante.
¿Cómo había sido posible ese silencio de años en torno a la obra del
malogrado poeta granadino? A modo de ejemplo, Rico citaba el noveno
volumen de la Historia y crítica de la literatura española
dedicado a los autores que aparecieron o se consolidaron entre 1975 y
1990. En este periodo, Egea dio a la imprenta tres obras de enjundia: Paseo de los tristes (1982), Troppo mare (1984) y Raro de luna (1990), y no obstante en el capítulo consagrado a la poesía en la susodicha Historia y crítica
se citaban ampliamente a Luis García Montero y Álvaro Salvador, no así a
él. El nombre de Egea quedó reducido "a mera referencia bibliográfica"
-señalaba Rico- como firmante, junto a los dos escritores citados, del
manifiesto La otra sentimentalidad.
Podría hablarse de olvido o quizás descuido; en este caso, sentenciaba Rico, fue una "injusticia literaria de proporciones incalculables que, además, habla de serias carencias en nuestro sistema crítico y académico, siempre condicionado por el peso de la actualidad reflejada en los medios de comunicación". Podría hablarse asimismo de ninguneo; Rico, que lo sospecha, se pregunta si hubo una "conspiración de silencio", y ciertos rumores afirman que así fue... Aquí y ahora, sin embargo, nos basta con lo que sabemos. Y lo que sabemos es que Egea no comulgaba con ese haz el amor y no la guerra de tantos bardos bienintencionados de hogaño; prefería un imperativo distinto -"haz el amor, haz la guerra"- que acabaron por convertirlo en un paria. No era pan al gusto de todos, sino hueso duro de roer, y a la larga esto se paga. Egea militó y coqueteó con los movimientos antifranquistas durante la dictadura y frecuentó, ya en democracia, los garitos contrarios al star-system oficial.
La "injusticia literaria de proporciones incalculables" que lamentaba Rico se ha subsanado, tarde pero bien, con la edición de su poesía completa: dos espléndidos volúmenes a cargo de José Luis Alcántara y Juan Antonio Hernández García. El primero reúne toda la obra publicada previamente -incluidos los póstumos Sonetos del diente de oro-, un periplo admirable desde un radical compromiso poético a un no menos radical compromiso político. Egea empezó cultivando una poesía de regusto clásico, con una intensa (e inevitable) influencia de Federico García Lorca, para descubrir luego lo que la literatura tiene de "arma política", lo que tiene de "instrumento para la militancia", tal como escribió Jairo García Jaramillo en La poesía de Javier Egea (Zumaya, 2011).
En García Jaramillo recae precisamente la tarea de prologar el segundo volumen de la Poesía completa, el dedicado a la obra dispersa e inédita; un volumen que confirma que Egea nunca dejó de escribir, que fue siempre aquel "poeta permanente y arrebatado" que dijera Alberti. Forzosamente, los temas son muchos, variados los registros, y numerosos los moldes, pero se impone una voluntad de estilo, una voz templada y un gusto contagioso por colocar la palabra justa donde le corresponde. Para Egea, no es que la poesía esté en todo, según el dictamen romántico, sino que todo puede pasar por el cedazo del poeta. En este sentido son especialmente ilustrativos las piezas reunidas bajo el epígrafe Poemas de circunstancias.
En 1984, el autor se ocupó de una sección semanal en la revista Granada en mano en la cual, sirviéndose del romance, iba haciendo repaso (y dándole un buen repaso) a la crónica política nacional. Egea sacaba la poesía a la calle, a las calles, demostrando una soltura y una agudeza crítica fuera de lo común a la hora de tratar las cuestiones más dispares: el fallido golpe de estado de Tejero, la entrada de España en la OTAN o la denuncia de las acciones represivas del entonces ministro del interior, José Barrionuevo... Estos romances, hoy, devienen una crónica temprana del desengaño de un hombre de izquierdas que nunca aceptó el drástico viraje a estribor del PSOE. Hoy, asimismo, cuando las musas vuelven a estar peligrosamente ocupadas del ombligo del poeta en vez de lo que acontece en la rúa, nos preguntamos quién ha ocupado el lugar vacío, quién cantará el desmantelamiento del Estado del Bienestar, quién devolverá la poesía a la calle, a las calles.
Podría hablarse de olvido o quizás descuido; en este caso, sentenciaba Rico, fue una "injusticia literaria de proporciones incalculables que, además, habla de serias carencias en nuestro sistema crítico y académico, siempre condicionado por el peso de la actualidad reflejada en los medios de comunicación". Podría hablarse asimismo de ninguneo; Rico, que lo sospecha, se pregunta si hubo una "conspiración de silencio", y ciertos rumores afirman que así fue... Aquí y ahora, sin embargo, nos basta con lo que sabemos. Y lo que sabemos es que Egea no comulgaba con ese haz el amor y no la guerra de tantos bardos bienintencionados de hogaño; prefería un imperativo distinto -"haz el amor, haz la guerra"- que acabaron por convertirlo en un paria. No era pan al gusto de todos, sino hueso duro de roer, y a la larga esto se paga. Egea militó y coqueteó con los movimientos antifranquistas durante la dictadura y frecuentó, ya en democracia, los garitos contrarios al star-system oficial.
La "injusticia literaria de proporciones incalculables" que lamentaba Rico se ha subsanado, tarde pero bien, con la edición de su poesía completa: dos espléndidos volúmenes a cargo de José Luis Alcántara y Juan Antonio Hernández García. El primero reúne toda la obra publicada previamente -incluidos los póstumos Sonetos del diente de oro-, un periplo admirable desde un radical compromiso poético a un no menos radical compromiso político. Egea empezó cultivando una poesía de regusto clásico, con una intensa (e inevitable) influencia de Federico García Lorca, para descubrir luego lo que la literatura tiene de "arma política", lo que tiene de "instrumento para la militancia", tal como escribió Jairo García Jaramillo en La poesía de Javier Egea (Zumaya, 2011).
En García Jaramillo recae precisamente la tarea de prologar el segundo volumen de la Poesía completa, el dedicado a la obra dispersa e inédita; un volumen que confirma que Egea nunca dejó de escribir, que fue siempre aquel "poeta permanente y arrebatado" que dijera Alberti. Forzosamente, los temas son muchos, variados los registros, y numerosos los moldes, pero se impone una voluntad de estilo, una voz templada y un gusto contagioso por colocar la palabra justa donde le corresponde. Para Egea, no es que la poesía esté en todo, según el dictamen romántico, sino que todo puede pasar por el cedazo del poeta. En este sentido son especialmente ilustrativos las piezas reunidas bajo el epígrafe Poemas de circunstancias.
En 1984, el autor se ocupó de una sección semanal en la revista Granada en mano en la cual, sirviéndose del romance, iba haciendo repaso (y dándole un buen repaso) a la crónica política nacional. Egea sacaba la poesía a la calle, a las calles, demostrando una soltura y una agudeza crítica fuera de lo común a la hora de tratar las cuestiones más dispares: el fallido golpe de estado de Tejero, la entrada de España en la OTAN o la denuncia de las acciones represivas del entonces ministro del interior, José Barrionuevo... Estos romances, hoy, devienen una crónica temprana del desengaño de un hombre de izquierdas que nunca aceptó el drástico viraje a estribor del PSOE. Hoy, asimismo, cuando las musas vuelven a estar peligrosamente ocupadas del ombligo del poeta en vez de lo que acontece en la rúa, nos preguntamos quién ha ocupado el lugar vacío, quién cantará el desmantelamiento del Estado del Bienestar, quién devolverá la poesía a la calle, a las calles.
Fuente: dirariodesevilla.es
***
Quizá me
confundí de calle y de aventura...
Quizá me confundí de calle y de aventura
pero ya me conocen sus farolas y el alba,
ya conocen mi sombra, mi canción, mi tristeza
y esta costumbre vieja de andar erguido y solo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario