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domingo, 22 de julio de 2012

Que alguien se lo diga a Rajoy

BIOGRAFÍA

Quise ser periodista para viajar; pero al final algo debió fallar y he acabado siendo una especie de tecnócrata del periodismo económico. No me quejo. Ello me permite aprender todos los días y contar lo que sucede. Sin apriorismos y sin necesidad de echar mano de los célebres espejos deformantes que colgaban del Callejón del Gato, y que tanto asombraban a Valle-Inclán. Nací en Madrid en el mismo año en que Bardem estrenó Calle Mayor y soy Licenciado en Ciencias de la Información. He escrito un par de libros sobre el capitalismo español y trabajado en radio, televisión y prensa escrita. Y al final he descubierto que Internet es todo eso y algo más. Carlos Sánchez es subdirector de El Confidencial.

Carlos Sánchez.-  22/07/2012 


Sostenía Stefan Zweig que el espíritu es más fuerte que la materia, pues las fortalezas, los baluartes y las ciudades amuralladas del imperio romano se derrumbaron, pero el idioma, el latín, aún se cierne como el ave fénix sobre el incendio.

Los bienes materiales, decía Zweig, pueden perderse, pero hay que salvar al espíritu de la catástrofe. Y ese es, probablemente, el mayor peligro que se cierne sobre España, donde lo más grave no es la crisis económica, sino la incapacidad de la nación para resolverla por ausencia de un proyecto de país. Una incapacidad que a medida que pasa el tiempo se ha transformado en un grito contra la clase política y contra el actual modelo de representación

Es curioso, por no decir dramático, que el último país que se incorporó a la democracia en Europa occidental sea hoy un clamor contra un sistema político prematuramente caduco por ausencia de renovación, incapaz de entender el tiempo que le ha tocado vivir. De ahí que lo más importante sea salvar el espíritu de la democracia, zarandeado por una determinada forma de hacer política que hacer recaer en las élites el futuro del país. Como si el destino de un pueblo dependiera exclusivamente de sus gobernantes. 

Y las masivas manifestaciones de este jueves en toda España descubren un país de cerebro reptiliano que se mueve a golpe de impulso primario, incapaz de articular un proyecto intelectual para salir de la crisis. 

Por supuesto que buena parte de esa responsabilidad tiene que ver con la existencia de una clase política carente de argumentos para tejer una nueva idea de España, y que, con su actuación, está poniendo en peligro la esencia del propio sistema democrático.  

La historia ha demostrado que cuando los ciudadanos dejan de confiar en sus políticos, la alternativa son regímenes autoritarios o modelos de representación oligárquicos. Instrumentados a través de grupos de presión que convierten a la democracia en una pantomima. En una filfa irreconocible. Y hoy en España hay un peligro cierto de que la recesión acabe derivando en una crisis política de envergadura por falta de legitimación de los representantes políticos. Como se ha dicho hasta la saciedad, la alternativa a Rajoy no es Rubalcaba, es algo muy distinto.
Los inversores quieren certidumbres y no sobreactuaciones para aliviar al electorado. Una foto como la de los Pactos de la Moncloa tendría hoy más fuerza que media docena de decretos-leyes. Lo que necesita este país es una hoja de ruta, no un camino hacia ninguna parte.
Un hartazgo intenso

La clase dirigente en su sentido más amplio -el jefe del Estado, los partidos, los sindicatos, las organizaciones empresariales, la banca, la judicatura…- está desprestigiada como nunca antes había sucedido; y para llegar a esta conclusión sólo hay que salir a la calle o leer los comentarios que se publican en Internet, donde rezuma un hartazgo intenso sobre el comportamiento de las élites políticas y sociales. Sin duda, justificado.

Y es en la Red por donde circulan, incluso,  incendiarios y delirantes estudios que de forma frívola y torticera afirman que existen en España más de 450.000 políticos, el triple que en Alemania. Una solemne tontería sin rigor alguno que envenena el debate social y pone de relieve el peligroso caldo de cultivo que se ha creado en España como consecuencia de un sistema político que no está a la altura de las circunstancia. Y que entiende la cosa pública como un simple juego de aritmética electoral. Como si el hecho de tener mayoría absoluta fuera suficiente para bendecir cualquier tipo de comportamientos.

La democracia es mucho más que eso. Tiene que ver con un proyecto de país, y ese es, probablemente, el gran error del presidente del Gobierno desde que ganó las elecciones. No haber construido un relato, como se dice ahora, capaz de describir el sinuoso camino que tendrá que recorrer España para salir de la crisis, y que nada tiene que ver con aprobar cada viernes medidas de ajuste económico. Y mucho menos con echar la culpa de nuestros problemas al BCE por no intervenir de forma contundente, como de manera imprudente e irresponsable hace el ministro García-Margallo, todo un ejemplo de diplomacia moderna. ¿Por qué Rajoy no lo reclamó en el último Consejo Europeo?

Es evidente que a Rajoy no se le puede pedir lo que decía Carlyle de los políticos británicos: “ningún inglés puede llegar a ser estadista ni autoridad entre los obreros hasta que ha demostrado ser una autoridad entre los oradores”. Pero sí que sea capaz de liderar realmente una nación para salir de la crisis, para lo cual es condición indispensable recuperar la cultura del diálogo, que, desgraciadamente, ha sucumbido ante tanto trampantojo. 

Cuando este país habló entre sí, mejoró el bienestar de los españoles, pero cuando se impone la cultura del garrotazo. lo único que queda es el salvajismo.

Una cultura del diálogo  
La historia ha demostrado hasta la saciedad que cuando los ciudadanos dejan de confiar en sus políticos, la alternativa son regímenes autoritarios o modelos de representación oligárquicos. Instrumentados a través de grupos de presión que convierten a la democracia en una pantomima. En una filfa irreconocible
Será por casualidad, pero los países de Europa occidental que hoy tienen más dificultades económicas son los últimos que se incorporaron a la democracia: Grecia, Portugal y España; mientras que Italia, como se sabe, tiene el arte de ganar las guerras que pierde. La democracia, como demuestran las tablas estadísticas, es un factor de desarrollo económico y social. Enriquecido por la cultura del diálogo y de la negociación

Eso es hacer política, lo contrario es imposición. Pero diálogo a todos los niveles, en el parlamento, en las fábricas, en las instituciones, en la universidad…

Como alguien dijo una vez, los ciudadanos están dispuestos al sacrificio, al esfuerzo más allá de lo razonable para salvar una situación verdaderamente dramática. Incluso a soportar a líderes más o menos autoritarios que socaven los cimientos de la democracia, pero siempre que el esfuerzo no sea baldío. Y siempre que las medidas sean eficaces y respeten la cohesión social. Sin sectarismos. 

Hoy, sin embargo, existen razones fundadas para pensar que se gobierna dando palos de ciego, sin un relato de país. Improvisando sobre la marcha para calmar a los mercados. Cuando los inversores lo que quieren son certidumbres y no sobreactuaciones para aliviar al electorado. Una foto como la de los Pactos de la Moncloa tendría hoy más fuerza que media docena de decretos-leyes. Lo que necesita este país es una hoja de ruta, no un camino hacia ninguna parte.

Y no es que las medidas aprobadas por el Gobierno sean todas disparatadas o carentes de una lógica económica. Sino porque gobernar a golpe de decreto sin consensos sociales previos aleja a la ciudadanía de la cosa pública. Y está demostrado que cuando los ciudadanos interiorizan, hacen suyas, las decisiones de gobierno, éstas son más eficaces. Seguir gobernando sin la complicidad del complejo tejido social que compone la realidad de un país es un error. Y alguien debe hacérselo llegar al presidente del Gobierno.

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