BIOGRAFÍA
Quise ser periodista para viajar; pero
al final algo debió fallar y he acabado siendo una especie de
tecnócrata del periodismo económico. No me quejo. Ello me permite
aprender todos los días y contar lo que sucede. Sin apriorismos y sin
necesidad de echar mano de los célebres espejos deformantes que colgaban
del Callejón del Gato, y que tanto asombraban a Valle-Inclán. Nací en
Madrid en el mismo año en que Bardem estrenó Calle Mayor y soy
Licenciado en Ciencias de la Información. He escrito un par de libros
sobre el capitalismo español y trabajado en radio, televisión y prensa
escrita. Y al final he descubierto que Internet es todo eso y algo más.
Carlos Sánchez es subdirector de El Confidencial.
Carlos Sánchez.-
22/07/2012

Sostenía Stefan Zweig
que el espíritu es más fuerte que la materia, pues las fortalezas, los
baluartes y las ciudades amuralladas del imperio romano se derrumbaron,
pero el idioma, el latín, aún se cierne como el ave fénix sobre el incendio.
Los bienes materiales, decía Zweig, pueden perderse, pero hay que salvar al espíritu
de la catástrofe. Y ese es, probablemente, el mayor peligro que se
cierne sobre España, donde lo más grave no es la crisis económica, sino
la incapacidad de la nación para resolverla por ausencia de un
proyecto de país. Una incapacidad que a medida que pasa el tiempo se ha
transformado en un grito contra la clase política y contra el actual modelo de representación.
Es
curioso, por no decir dramático, que el último país que se incorporó a
la democracia en Europa occidental sea hoy un clamor contra un sistema
político prematuramente caduco por ausencia de renovación, incapaz de entender el tiempo que le ha tocado vivir. De ahí que lo más importante sea salvar el espíritu
de la democracia, zarandeado por una determinada forma de hacer
política que hacer recaer en las élites el futuro del país. Como si el
destino de un pueblo dependiera exclusivamente de sus gobernantes.
Y las masivas manifestaciones de este jueves en toda España descubren un país de cerebro reptiliano que se mueve a golpe de impulso primario, incapaz de articular un proyecto intelectual para salir de la crisis.
Por
supuesto que buena parte de esa responsabilidad tiene que ver con la
existencia de una clase política carente de argumentos para tejer una
nueva idea de España, y que, con su actuación, está poniendo en peligro
la esencia del propio sistema democrático.
La historia
ha demostrado que cuando los ciudadanos dejan de confiar en sus
políticos, la alternativa son regímenes autoritarios o modelos de
representación oligárquicos. Instrumentados a través de grupos de
presión que convierten a la democracia en una pantomima. En una filfa
irreconocible. Y hoy en España hay un peligro cierto de que la
recesión acabe derivando en una crisis política de envergadura por falta
de legitimación de los representantes políticos. Como se ha dicho hasta
la saciedad, la alternativa a Rajoy no es Rubalcaba, es algo muy distinto.
Los inversores quieren certidumbres y no sobreactuaciones para aliviar al electorado. Una foto como la de los Pactos de la Moncloa tendría hoy más fuerza que media docena de decretos-leyes. Lo que necesita este país es una hoja de ruta, no un camino hacia ninguna parte.![]()
Un hartazgo intenso
La clase dirigente en
su sentido más amplio -el jefe del Estado, los partidos, los
sindicatos, las organizaciones empresariales, la banca, la judicatura…-
está desprestigiada como nunca antes había sucedido; y para llegar a
esta conclusión sólo hay que salir a la calle o leer los comentarios que
se publican en Internet, donde rezuma un hartazgo intenso sobre el comportamiento de las élites políticas y sociales. Sin duda, justificado.
Y
es en la Red por donde circulan, incluso, incendiarios y delirantes
estudios que de forma frívola y torticera afirman que existen en España
más de 450.000 políticos, el triple que en Alemania. Una solemne
tontería sin rigor alguno que envenena el debate social y pone de
relieve el peligroso caldo de cultivo que se ha creado en España
como consecuencia de un sistema político que no está a la altura de las
circunstancia. Y que entiende la cosa pública como un simple juego de
aritmética electoral. Como si el hecho de tener mayoría absoluta fuera suficiente para bendecir cualquier tipo de comportamientos.
La democracia es mucho más que eso. Tiene que ver con un proyecto de país,
y ese es, probablemente, el gran error del presidente del Gobierno
desde que ganó las elecciones. No haber construido un relato, como se
dice ahora, capaz de describir el sinuoso camino que tendrá que
recorrer España para salir de la crisis, y que nada tiene que ver con
aprobar cada viernes medidas de ajuste económico. Y mucho menos con
echar la culpa de nuestros problemas al BCE por no intervenir de forma
contundente, como de manera imprudente e irresponsable hace el ministro García-Margallo, todo un ejemplo de diplomacia moderna. ¿Por qué Rajoy no lo reclamó en el último Consejo Europeo?
Es evidente que a Rajoy no se le puede pedir lo que decía Carlyle
de los políticos británicos: “ningún inglés puede llegar a ser
estadista ni autoridad entre los obreros hasta que ha demostrado ser una
autoridad entre los oradores”. Pero sí que sea capaz de liderar
realmente una nación para salir de la crisis, para lo cual es condición
indispensable recuperar la cultura del diálogo, que, desgraciadamente, ha sucumbido ante tanto trampantojo.
Cuando este país habló entre sí, mejoró el bienestar de los españoles, pero cuando se impone la cultura del garrotazo. lo único que queda es el salvajismo.
Una cultura del diálogo
La historia ha demostrado hasta la saciedad que cuando los ciudadanos dejan de confiar en sus políticos, la alternativa son regímenes autoritarios o modelos de representación oligárquicos. Instrumentados a través de grupos de presión que convierten a la democracia en una pantomima. En una filfa irreconocible
Será
por casualidad, pero los países de Europa occidental que hoy tienen más
dificultades económicas son los últimos que se incorporaron a la democracia:
Grecia, Portugal y España; mientras que Italia, como se sabe, tiene el
arte de ganar las guerras que pierde. La democracia, como demuestran las
tablas estadísticas, es un factor de desarrollo económico y social. Enriquecido por la cultura del diálogo y de la negociación.
Eso
es hacer política, lo contrario es imposición. Pero diálogo a todos los
niveles, en el parlamento, en las fábricas, en las instituciones, en la
universidad…
Como alguien dijo una vez, los ciudadanos están
dispuestos al sacrificio, al esfuerzo más allá de lo razonable para
salvar una situación verdaderamente dramática. Incluso a soportar a
líderes más o menos autoritarios que socaven los cimientos de la
democracia, pero siempre que el esfuerzo no sea baldío. Y siempre que las medidas sean eficaces y respeten la cohesión social. Sin sectarismos.
Hoy, sin embargo, existen razones fundadas para pensar que se gobierna dando palos de ciego,
sin un relato de país. Improvisando sobre la marcha para calmar a los
mercados. Cuando los inversores lo que quieren son certidumbres y no
sobreactuaciones para aliviar al electorado. Una foto como la de los
Pactos de la Moncloa tendría hoy más fuerza que media docena de
decretos-leyes. Lo que necesita este país es una hoja de ruta, no un
camino hacia ninguna parte.
Y no es que las medidas aprobadas por el Gobierno sean todas disparatadas o carentes de una lógica económica. Sino porque gobernar a golpe de decreto sin consensos sociales previos aleja a la ciudadanía de la cosa pública.
Y está demostrado que cuando los ciudadanos interiorizan, hacen suyas,
las decisiones de gobierno, éstas son más eficaces. Seguir gobernando
sin la complicidad del complejo tejido social que compone la realidad de
un país es un error. Y alguien debe hacérselo llegar al presidente del Gobierno.
Fuente: El Confidencial
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