Reportajes
El mayor «capo» de la prostitución
El traficante de blancas rumano Ioan Clamparu, que está siendo juzgado en Madrid, ha mostrado una crueldad sin límites: dejó a una mujer atada a un árbol hasta que se la comieron los perros
Le dieron un móvil; uno de los contactos rezaba: «Papá». Pronto sabría que era el jefe máximo del cotarro al que debería rendir cuentas diarias sobre sus ganancias en el club. Le había visto una vez, recién llegada de Rumanía. Escoltado por sus secuaces, escribía nombres en papeles que correspondían a las recién llegadas. Cada sujeto elegía uno al azar y, desde ese momento, controlaría los ingresos de la nueva prostituta forzada. Así lo refería Pepa, bajo su nueva identidad, con la que consta en el sumario judicial. Ella logró escaparse, tras ser obligada a prostituirse en clubs como el Flowers, en La Casa de Campo o en la Colonia Marconi.
La leyenda sobre las industrias de Ioan Clamparu, el gestor de sus cuerpos, era aterradora: había clavado un cuchillo en la cabeza a una joven, matado y descuartizado a otras dos, forzado y pegado a centenares. El mismo «Papá», acaso para amedrentarla, le refirió que si le daba problemas acabaría como ella... O tal vez como aquella otra que, en su casa de Mallorca, había sido atada a un árbol hasta ser devorada por sus perros. Así se las gastaba el «cabeza de cerdo» que traficó con miles de mujeres. Pepa ha vivido para contarlo.
El Padrino, Cabeza de Cerdo, Papá, El zorro, Clamparu, en definitiva, llegó a España en los noventa, cuando el mercado de la prostitución se abastecía de colombianas y dominicanas. Introdujo lo que denominó un nuevo producto: rumanas rubias y guapas. Para su suerte, nuestro país empezó a exigir visado a los ciudadanos de Colombia y República Dominicana, y la competencia mermaba al tiempo que él se enriquecía. Captaba a las jóvenes en su país, bajo promesa de un trabajo digno y, una vez aquí, les facilitaban pasaportes falsos, les retenían el verdadero y las colocaban en su nuevo trabajo: la venta de su propio cuerpo.
«Tiene una absoluta falta de empatía con las víctimas y revela un carácter autojustificativo, sin asunción del delito. Un sujeto que es consciente del mal que causa, pero actúa con indiferencia movido por la codicia, el sadismo y una total falta de respeto hacia sus semejantes», resume el jurista Gustavo Vidal, miembro del cuerpo superior de técnicos de Instituciones penitenciarias.
Durante los primeros meses entregaban toda la recaudación; en una segunda fase «sólo» la mitad hasta que prescindían de sus servicios. El dinero, según las testigos, viajaba a cuentas de Clamparu a través de Western Union. Si alguna no trabajaba lo suficiente, era vendida a los albaneses. Pero ellas sólo eran el motor de un engranaje perfectamente jerarquizado: por cada cuatro prostitutas había una «madame» que las controlaba. Cada pequeño grupo de «madames» rendía cuentas a un jefe de célula, quien a su vez tenía otro superior. En total, la «junta directiva» no llegaba a una veintena de personas adictas al lujo, que se reunían impunemente en céntricas cafeterías. En la cúspide del organigrama sólo figuraba él: «Cabeza de cerdo», a caballo entre Madrid y Rumanía, donde invertía en construcción, hípicas, automóviles de lujo o joyas...
Entrega voluntaria
A sus cuarenta y tres años, es sospechoso de haber creado un lucrativo imperio criminal, no sólo gracias a la prostitución, sino también con la clonación de tarjetas y diversos negocios ilegales. «A priori –dice el psiquiatra forense José Cabrera–, muestra una personalidad psicopática, antisocial. Si le psiquiatrizamos, corremos el riesgo de restarle responsabilidad moral y jurídica». Para este psiquiatra, no hay «razas frías», sino distintos elementos culturales vividos: «No olvidemos que nuestra última guerra fue hace 70 años. En centroeuropa y el Este, ha habido muchas contiendas y decenas de individuos han sido mercenarios. Lo que ha derivado en una personalidad inmune al dolor o la compasión».
Uno de los mayores traficantes de mujeres del mundo y de los fugitivos más buscados por Interpol vivía con su pareja en Boadilla del Monte. Acudía al gimnasio, se reunía con sus directivos y llevaba una vida tranquila. Cuando se dejaba caer por el inframundo, escogía a una de sus recién fichadas. La elegida temblaba como una hoja, porque además de sexo forzado, el saldo de la noche arrojaría una brutal paliza. Cuando se zafó de la policía en el 2004, viajó a París y luego vivió entre Portugal, Francia y Reino Unido. En septiembre del pasado año, se puso en contacto con la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta y se entregó. Alegaba estar afectado psicológicamente, tener peor fama de la que merecía, y estar cansado de que se imputaran delitos cometidos por la mafia rumana. Tras su detención alegaba inocencia y hablaba de religión: «Dios es grande, sabe que no soy malo y me dará una nueva oportunidad», ha dicho.
Cinco casos entre miles de mujeres
A pesar de que se cree que ha podido traficar con centenares, o incluso miles de mujeres, en Madrid, se le juzgará sólo por cinco casos de prostitución forzosa ocurridos en 2000 y con un escrito de acusación de la fiscalía que data de julio de 2002. Se trata, probablemente, de un capítulo muy pequeño de su historial criminal. En la imagen, una prostituta en el colonia Marconi, en Madrid.
La leyenda sobre las industrias de Ioan Clamparu, el gestor de sus cuerpos, era aterradora: había clavado un cuchillo en la cabeza a una joven, matado y descuartizado a otras dos, forzado y pegado a centenares. El mismo «Papá», acaso para amedrentarla, le refirió que si le daba problemas acabaría como ella... O tal vez como aquella otra que, en su casa de Mallorca, había sido atada a un árbol hasta ser devorada por sus perros. Así se las gastaba el «cabeza de cerdo» que traficó con miles de mujeres. Pepa ha vivido para contarlo.
El Padrino, Cabeza de Cerdo, Papá, El zorro, Clamparu, en definitiva, llegó a España en los noventa, cuando el mercado de la prostitución se abastecía de colombianas y dominicanas. Introdujo lo que denominó un nuevo producto: rumanas rubias y guapas. Para su suerte, nuestro país empezó a exigir visado a los ciudadanos de Colombia y República Dominicana, y la competencia mermaba al tiempo que él se enriquecía. Captaba a las jóvenes en su país, bajo promesa de un trabajo digno y, una vez aquí, les facilitaban pasaportes falsos, les retenían el verdadero y las colocaban en su nuevo trabajo: la venta de su propio cuerpo.
«Tiene una absoluta falta de empatía con las víctimas y revela un carácter autojustificativo, sin asunción del delito. Un sujeto que es consciente del mal que causa, pero actúa con indiferencia movido por la codicia, el sadismo y una total falta de respeto hacia sus semejantes», resume el jurista Gustavo Vidal, miembro del cuerpo superior de técnicos de Instituciones penitenciarias.
Durante los primeros meses entregaban toda la recaudación; en una segunda fase «sólo» la mitad hasta que prescindían de sus servicios. El dinero, según las testigos, viajaba a cuentas de Clamparu a través de Western Union. Si alguna no trabajaba lo suficiente, era vendida a los albaneses. Pero ellas sólo eran el motor de un engranaje perfectamente jerarquizado: por cada cuatro prostitutas había una «madame» que las controlaba. Cada pequeño grupo de «madames» rendía cuentas a un jefe de célula, quien a su vez tenía otro superior. En total, la «junta directiva» no llegaba a una veintena de personas adictas al lujo, que se reunían impunemente en céntricas cafeterías. En la cúspide del organigrama sólo figuraba él: «Cabeza de cerdo», a caballo entre Madrid y Rumanía, donde invertía en construcción, hípicas, automóviles de lujo o joyas...
Entrega voluntaria
A sus cuarenta y tres años, es sospechoso de haber creado un lucrativo imperio criminal, no sólo gracias a la prostitución, sino también con la clonación de tarjetas y diversos negocios ilegales. «A priori –dice el psiquiatra forense José Cabrera–, muestra una personalidad psicopática, antisocial. Si le psiquiatrizamos, corremos el riesgo de restarle responsabilidad moral y jurídica». Para este psiquiatra, no hay «razas frías», sino distintos elementos culturales vividos: «No olvidemos que nuestra última guerra fue hace 70 años. En centroeuropa y el Este, ha habido muchas contiendas y decenas de individuos han sido mercenarios. Lo que ha derivado en una personalidad inmune al dolor o la compasión».
Uno de los mayores traficantes de mujeres del mundo y de los fugitivos más buscados por Interpol vivía con su pareja en Boadilla del Monte. Acudía al gimnasio, se reunía con sus directivos y llevaba una vida tranquila. Cuando se dejaba caer por el inframundo, escogía a una de sus recién fichadas. La elegida temblaba como una hoja, porque además de sexo forzado, el saldo de la noche arrojaría una brutal paliza. Cuando se zafó de la policía en el 2004, viajó a París y luego vivió entre Portugal, Francia y Reino Unido. En septiembre del pasado año, se puso en contacto con la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta y se entregó. Alegaba estar afectado psicológicamente, tener peor fama de la que merecía, y estar cansado de que se imputaran delitos cometidos por la mafia rumana. Tras su detención alegaba inocencia y hablaba de religión: «Dios es grande, sabe que no soy malo y me dará una nueva oportunidad», ha dicho.
Cinco casos entre miles de mujeres
A pesar de que se cree que ha podido traficar con centenares, o incluso miles de mujeres, en Madrid, se le juzgará sólo por cinco casos de prostitución forzosa ocurridos en 2000 y con un escrito de acusación de la fiscalía que data de julio de 2002. Se trata, probablemente, de un capítulo muy pequeño de su historial criminal. En la imagen, una prostituta en el colonia Marconi, en Madrid.
Fuente: LA RAZÓN.es
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