Antonio Salgado Barahona
10:00 - 27/02/2012
Las últimas estadísticas publicadas por el Banco de España, referidas al tercer trimestre del año pasado, muestran que el valor de los activos financieros en manos de las familias ha vuelto a disminuir.
La riqueza de las familias en España, su ahorro neto acumulado -activos menos deudas-, se ha visto reducida a lo largo de los últimos años en un proceso que comenzó en 2008 y que aún hoy no parece que haya terminado. Un hecho que no es sorprendente si lo enmarcamos en la situación económica que vive nuestro país.
Por un lado, los activos que forman parte del patrimonio familiar, especialmente los inmobiliarios, han disminuido su valor. Por otro, la capacidad de ahorro, entendida por la diferencia entre los ingresos de la familia y su consumo de bienes duraderos y no duraderos, se ha visto inevitablemente mermada en un buen número de ellas. Mientras tanto, los pasivos, las deudas familiares, se han mantenido.
Precisamente ahora, cuando crece el temor de que el sistema público de pensiones no alcance a cubrir las necesidades de la población española en un futuro cercano, a que el Estado del Bienestar quiebre, es cuando nos tranquilizaría poder contar con suficiente cobertura privada. Por el contrario, esa cobertura, el ahorro de las familias, nuestro ahorro, en lugar de permitirnos dormir tranquilos se convierte en una nueva fuente de preocupación para muchos, que ven disminuir el valor de su patrimonio.
La vivienda, a debate
En España, el principal destino del ahorro es la vivienda habitual. Y también la principal razón de nuestro endeudamiento. Contar con una vivienda en la que poder cobijarnos nos aporta tranquilidad. Tanta que, a poco que se facilite el acceso al crédito, la tendencia es lanzarse a la adquisición de la misma sin reflexionar detenidamente sobre los riesgos del endeudamiento.
Una vez cubierta esta necesidad, con el excedente después de pagar la hipoteca, si lo hay, podemos ir construyendo un patrimonio financiero. Pero a diferencia de la adquisición de la vivienda, el contar con un ahorro financiero que nos permita afrontar necesidades como la educación de los hijos o simplemente mantener un nivel de vida razonable tras la jubilación no constituyen objetivos prioritarios. Incluso podemos decir que, en muchos casos, no son o no eran siquiera una preocupación.
Ahora muchas familias se encuentran con que tienen una vivienda, sí, pero comprada en un momento de precios elevados y con un excesivo endeudamiento. Ven que no pueden llegar a final de mes o que la cuota de la hipoteca representa la mayor parte de sus ingresos mensuales. En este contexto, no les va a ser fácil ahorrar. Y los que ya tienen algo ahorrado empiezan a pensar que quizás no sea suficiente para cubrir sus necesidades futuras.
En muchos casos, se dan cuenta que ni siquiera pensaron alguna vez si sería suficiente. De esta situación podemos sacar algunas lecciones y aprovechar la reflexión para encontrar soluciones, en lugar de lamentarnos. Podemos buscar oportunidades en momentos tan complicados como el que estamos viviendo. Ésta puede ser una de ellas: intentar adoptar medidas firmes y definitivas para fomentar el ahorro financiero a largo plazo.
Lo que hay que cambiar
Las medidas firmes podrían ser adoptadas en el ámbito fiscal. En éste ya se contemplan beneficios para fomentar el ahorro a largo plazo en algunos productos financieros: instituciones de inversión colectiva, fondos de pensiones y seguros de vida.
Sin embargo, el volumen invertido por las familias en todos estos productos es todavía inferior al 20 por 100 del total de sus activos financieros. Especialmente significativa es la cifra destinada a fondos de pensiones, que apenas supera el 5 por 100. Parece evidente que algo debemos mejorar para incrementar su popularidad entre las familias.
La adopción de medidas que permitan la libre disposición de los importes invertidos en fondos de pensiones por su propietario eliminaría la sensación de cautividad que en ocasiones tiene este producto: ¿por qué no permitir que el titular pueda disponer de esos fondos si lo desea, a cambio de pagar los impuestos (deducciones) que en su momento se ahorró?
También podría ayudar conceder los beneficios fiscales al objetivo y no al producto. ¿O es que no es posible ahorrar para la jubilación invirtiendo en instituciones de inversión colectiva o incluso en acciones o renta fija? Si lo consideramos posible, podríamos crear cuentas de valores ahorro jubilación al estilo de las cuentas ahorro vivienda.
Por último, podríamos mirar hacia Suiza y copiar su sistema de tres pilares para la jubilación, completando los actuales sistemas privados y públicos de previsión con un tercero sustentado por empresas y trabajadores. Un sistema que plantea una aportación obligatoria de ambas partes a un fondo de pensiones propiedad del trabajador y por lo tanto movilizable por éste.
El proceso educativo
Pero cualquiera de las ideas citadas anteriormente, u otras que pudieran implementarse en un marco amplio de reforma de la fiscalidad del ahorro a largo plazo, deberían complementarse con un proceso educativo.
A diferencia de una gran parte de los países anglosajones y del norte de Europa, en España las familias no planifican sus necesidades futuras. No es que no sepamos hacerlo, simplemente no suele ser una preocupación. Formando a las familias en la necesidad de ahorrar convertiríamos unas firmes medidas fiscales en definitivas. No ahorraríamos en planes de pensiones por el beneficio fiscal, sino que tendríamos un beneficio fiscal que nos ayudaría en nuestro objetivo de ahorro para la jubilación.
Quizás hayamos confiado demasiado en el Estado y sea ahora el momento de pensar en qué podemos hacer nosotros. No es tan difícil, bastaría con imitar a otras generaciones anteriores. Se trata de reeducarnos y de educar a nuestros hijos en el esfuerzo del ahorro, en definitiva, de educar para el ahorro.
Antonio Salgado Barahona, director general de Banque Privée Edmond de Rothschild Europe.
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