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viernes, 24 de febrero de 2012

Cultura y autogestión

ARTÍCULOS DE OPINIÓN

24.02.12 - 04:33 - SANTIAGO ERASO
El filósofo Slavoj Zizek habla de la paradoja capitalista cuando se refiere a la crisis económica actual: mientras se asusta a los ciudadanos diciendo que no hay recursos para mantener la seguridad social, la educación o la cultura, cualquiera con mucho dinero puede viajar hoy al espacio.
 
Vivimos en una época que promueve los sueños tecnológicos más delirantes, pero no puede mantener los servicios públicos más necesarios, ni preservar los bienes comunes. 
 
Tras este contrasentido se oculta la verdadera cara de un sistema cuya principal razón de ser consiste en aplicar las políticas más adecuadas para permitir que el principio de acumulación capitalista no tenga ningún impedimento. Se trata de reducir la sociedad del bienestar a mínimos, expulsando al Estado de los ámbitos económicos y sociales que le competen para dejarlos a plena disposición de la iniciativa privada. Nada que pueda ser susceptible de convertirse en negocio puede quedar fuera del control del mercado. 
 
En este camino hacia el desmantelamiento de los bienes públicos, mientras el Estado se quita de encima la responsabilidad de mantener nuestros derechos sociales, se ponen de moda palabras como empoderamiento, emprendizaje y liderazgo, vinculados casi siempre a implicación, capacidad de gestión y responsabilidad social corporativa. Es decir, cualidades de los nuevos emprendedores que tienen que estar dispuestos a todo para sacar adelante la sociedad. 
 
Ahora es fácil escuchar que la implicación de las personas es absolutamente necesaria para salvar la nave del naufragio. De hecho, algún líder político ya ha insinuado que, frente a la dejación de responsabilidad de la administración pública, debemos ser los propios ciudadanos quienes asumamos la gestión de determinados servicios públicos. 
 
Sorprende este repentino llamamiento a la participación y a la autogestión, ahora que los recursos se escapan por el agujero negro de la recesión. Es una pena que las transformaciones necesarias para modernizar y actualizar las relaciones entre la administración pública y la sociedad civil no se iniciaran antes de que estallara el fantasma de la crisis actual. 
 
En la tradición libertaria, la autogestión supone una forma radicalmente autónoma de organización de la producción, sin ninguna mediación del Estado. Sin embargo, otras acepciones cercanas al pensamiento comunitarista señalan que conlleva la cesión de los medios y recursos públicos para que un determinado colectivo social los gestione con vocación pública y comunitaria. 
 
Esta segunda manera de entender la autogestión se refiere a un modelo de organización social que implica la corresponsabilidad entre el interés público por seguir manteniendo los servicios y prestaciones, con sus correspondientes recursos económicos, y la posibilidad de sumar la eficacia y las ventajas de la gestión privada de los bienes comunes. 
 
Por tanto, en las circunstancias que estamos atravesando, es absolutamente necesario distinguir entre determinadas estrategias que, bajo el argumento de la autogestión, pretenden camuflar la precarización o la privatización de los servicios, de aquellas que apuestan por una sociedad civil organizada gestionando democráticamente los recursos económicos que la administración destina a los servicios públicos y a sus programas y actividades.

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