Literatura
¿Qué es la cursilería? ¿Cómo definir a un cursi? ¿Por su atuendo, sus palabras o más bien por su actitud? ‘Arte de distinguir a los cursis’ un breve ensayo escrito en 1868 por Francisco Silvela hace posible "distinguir a los cursis de los que no lo son" simplemente con una mirada.
'Arte de distinguir a los cursis' de Francisco Silvela. Detalle de la portada de la edición de Trama Editorial: Robert de Montesquiou por Giovanni Boldini. |
¡Ese es un cursi! Esta mesa de centro es una cursilada. Hemos dicho u oído frases parecidas un millón de veces, pero sin centrarnos mucho en lo que significan estas palabras...y en la amenaza que supuestamente representan para la sinceridad, la autenticidad y el buen gusto. ¿Qué es la cursilería? ¿Cómo se reconoce a un cursi? ¿Por su atuendo, sus palabras o más bien por su actitud?
Arte de distinguir a los cursis es una breve ensayo escrito en 1868 por Francisco Silvela - editado en España por Trama Editorial seguido por el Reglamento Instructivo para la constitución del Club de los Filócalos, es decir de los amantes de la belleza, es decir de los enemigos de los cursis - que ayuda "a distinguir a los cursis de los que no lo son".
Lo primero que hay que saber sobre el epíteto de cursi es que siempre implica cierto grado de esnobismo: quien lo pronuncia, o más bien lo lanza como si fuera una bomba atómica contra su adversario, se siente generalmente superior a él y por supuesto inmune a cualquier cursilería. La gran dama se ríe de la chica de campo que se arregla para ir de paseo por las calles del centro de la ciudad y la duquesa se ríe de la gran dama que esconde su humilde pedigrí bajo un vestido de Prada.
“Creemos, pues, fijar de una manera positiva el ridículo que procede de lo cursi, diciendo de él que es una aspiración no satisfecha; una desproporción evidente entre la belleza que se quiere producir y los medios materiales que se tienen por lograrla” escribe Francisco Silvela. En otras palabras, el lema del cursi es “quiero, pero no puedo”.
La definición que ofrece la RAE da esta palabra va en el mismo sentido: cursi es aquel “artista” o aquel “escritor” o más bien las obras que “en vano pretenden mostrar refinamiento expresivo o sentimientos elevados". Siempre según la RAE, una persona cursi es una persona “que presume de fina y elegante sin serlo", mientras una cosa cursi es un objeto que “con apariencia de elegancia o riqueza, es ridícula y de mal gusto”.
Pero, concretamente, ¿cómo se reconoce a un cursi? El atuendo es un primer indicio - pues en el caso de los cursis siempre parece inadecuado a las circunstancias - pero hay más detalles, según Silvela, como por ejemplo construir un palacio grandioso y luego añadirle una garita para el perro que lo estropee, tener buenos cuadros y colgarlos con cordones ridículos o ponerles cristales.
Los discursos de los cursis están repletos de citas desgastadas como “El Estado soy yo” de Luis XIV o “eppur si muove” de Galileo Galilei, mientras los poetas y los escritores cursis insisten en comparar los dientes con las perlas y los labios de una mujer con el coral.
Siempre hubo cursis, sin embargo, escribe Francisco Silvela, se trata de un fenómeno sobre todo moderno: si el arte, la música, la cultura, la información, el dinero, la moda y sobre todo la belleza no se hubiesen hecho de repente populares y accesibles para todo el mundo, no habría ni un solo cursi por ahí.
“La facilidad de los medios de buscar y producir belleza ha hecho creer a todo el mundo que no había sino que echar mano de cualquiera para lograrlo”. Cachivaches como los libros impresos, los gramófonos, los periódicos y ahora, por qué no, Internet han ampliado el número de aquellos que aspiran a la cultura, a la belleza o simplemente a lo que más les gusta sin preocuparse de si están o no acostumbrados a ello. Pero si es así, ¿en serio los cursis son tan malos? Hace 150 años quizás sí, pero ahora y menos mal no. Somos todos cursis y a mucha honra.
Fuente: lainformacion.comArte de distinguir a los cursis es una breve ensayo escrito en 1868 por Francisco Silvela - editado en España por Trama Editorial seguido por el Reglamento Instructivo para la constitución del Club de los Filócalos, es decir de los amantes de la belleza, es decir de los enemigos de los cursis - que ayuda "a distinguir a los cursis de los que no lo son".
Lo primero que hay que saber sobre el epíteto de cursi es que siempre implica cierto grado de esnobismo: quien lo pronuncia, o más bien lo lanza como si fuera una bomba atómica contra su adversario, se siente generalmente superior a él y por supuesto inmune a cualquier cursilería. La gran dama se ríe de la chica de campo que se arregla para ir de paseo por las calles del centro de la ciudad y la duquesa se ríe de la gran dama que esconde su humilde pedigrí bajo un vestido de Prada.
“Creemos, pues, fijar de una manera positiva el ridículo que procede de lo cursi, diciendo de él que es una aspiración no satisfecha; una desproporción evidente entre la belleza que se quiere producir y los medios materiales que se tienen por lograrla” escribe Francisco Silvela. En otras palabras, el lema del cursi es “quiero, pero no puedo”.
La definición que ofrece la RAE da esta palabra va en el mismo sentido: cursi es aquel “artista” o aquel “escritor” o más bien las obras que “en vano pretenden mostrar refinamiento expresivo o sentimientos elevados". Siempre según la RAE, una persona cursi es una persona “que presume de fina y elegante sin serlo", mientras una cosa cursi es un objeto que “con apariencia de elegancia o riqueza, es ridícula y de mal gusto”.
Cursis y a mucha honra
Pero, concretamente, ¿cómo se reconoce a un cursi? El atuendo es un primer indicio - pues en el caso de los cursis siempre parece inadecuado a las circunstancias - pero hay más detalles, según Silvela, como por ejemplo construir un palacio grandioso y luego añadirle una garita para el perro que lo estropee, tener buenos cuadros y colgarlos con cordones ridículos o ponerles cristales.
Los discursos de los cursis están repletos de citas desgastadas como “El Estado soy yo” de Luis XIV o “eppur si muove” de Galileo Galilei, mientras los poetas y los escritores cursis insisten en comparar los dientes con las perlas y los labios de una mujer con el coral.
Siempre hubo cursis, sin embargo, escribe Francisco Silvela, se trata de un fenómeno sobre todo moderno: si el arte, la música, la cultura, la información, el dinero, la moda y sobre todo la belleza no se hubiesen hecho de repente populares y accesibles para todo el mundo, no habría ni un solo cursi por ahí.
“La facilidad de los medios de buscar y producir belleza ha hecho creer a todo el mundo que no había sino que echar mano de cualquiera para lograrlo”. Cachivaches como los libros impresos, los gramófonos, los periódicos y ahora, por qué no, Internet han ampliado el número de aquellos que aspiran a la cultura, a la belleza o simplemente a lo que más les gusta sin preocuparse de si están o no acostumbrados a ello. Pero si es así, ¿en serio los cursis son tan malos? Hace 150 años quizás sí, pero ahora y menos mal no. Somos todos cursis y a mucha honra.
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