Columnistas
La semana pasada, vivimos de nuevo la jornada en la que la sociedad española recuerda su compromiso y empeño con la erradicación de la violencia de género y también de la violencia familiar, aquella que se produce en el seno y como consecuencia de cualquier relación de familiaridad. Éste es un empeño que no puede dividirnos, debe fortalecer nuestra unión y decidida voluntad para erradicar esta lacra. Ahora bien, es de esperar que nadie caiga en el error, ya conocido, de ideologizar esta lucha, distinguiendo soluciones de izquierdas y de derechas. En estos momentos, el número de víctimas mortales es muy similar al de la década de los noventa y comienzos del siglo XXI. Es más, en algunos de estos últimos años, se ha superado la media de aquella época, y ante ello alguien podría caer en la tentación de considerar que la reforma operada en 2004 no está teniendo éxito. No sería justo. Pero tampoco considerar que esta reforma haya tenido efectos taumatúrgicos, más allá de satisfacer buenas aspiraciones en su mayor parte, y alguna algo más interesada. Conviene no volver a momentos anteriores al año 2004, en los que cuando se producía un asesinato, la calle se llenaba de manifestantes que acusaban directamente a jueces, al gobierno de turno, y a la Policía de tales hechos, no podía caber mayor despropósito. Con el advenimiento de la nueva ley, algunos creyeron que el problema ya estaba solucionado, y que por supuesto el responsable de la muerte era, el que siempre ha sido, el asesino. La realidad es contumaz y nos sigue enfrentando a esta lacra día a día. Es de esperar que el estado de las cosas siga así y no se vuelva a aquella penosa situación en la que se responsabilizaba al sistema de las muertes, porque en esto, no hay opción política. Pero ello no es óbice para caer en el error de pensar que en el 2004 se alcanzó el culmen de la perfección en la respuesta legal; muy al contrario, las leyes son perfectibles, y transcurridos más de siete años es el momento de analizar con sosiego y sin apasionamiento, y sobre todo con carácter técnico, las soluciones legales, para avanzar y mejorar nuestro modelo. En primer lugar, se puede comparar con el de otros países, puesto que nuestro modelo no tiene por qué ser forzosamente el mejor, hay otras soluciones y se deben explorar. Es justo destacar que el instrumento que realmente ha servido a esta causa, y se ha convertido en una solución ejemplar, ha sido la orden de protección, aprobada en el año 2003. Se puede abrir el debate de si es conveniente enmarcar este tipo de delincuencia, en una más amplia conceptualmente entendida, tal cual es la violencia familiar, porque el fin que ha justificado esta legislación específica, es de igual naturaleza en toda relación familiar, la situación de desigualdad que puede generarse en tales relaciones, y como consecuencia de ello el abuso de las mismas, y esto ocurre en el maltrato de la pareja, de los hijos, de los padres y, en general, de aquel con quien se convive. La convivencia basada en vínculos familiares y sentimentales de cualquier tipo, genera una situación de la que se puede abusar, y esto ocurre especialmente con niños y con ancianos, y por ello, la actual legislación ya introduce el término «persona especialmente vulnerable que conviva con el autor», creo que no pasa nada por calificar este genérico concepto y ponerle nombres, y abrirle las puertas de la respuesta judicial especializada, si realmente es tan eficaz, ello no limita la lucha contra la violencia de género, sino al revés, la fortalece. En definitiva, estamos ante una oportunidad para el sosegado análisis, y para proponer cambios que vayan en una dirección eficaz; esto no nos puede dividir, no podemos regresar a momentos tan ideologizados en que los asesinatos machistas eran utilizados para hacer lucha política, porque esto podría generar una lucha de cifras, en la que por fortuna no se ha caído. Por último, creo que la respuesta penal no es la solución por sí misma, creer esto es sencillamente no estar en la realidad; estamos ante una delincuencia previsible, y la solución preventiva está en la educación en el valor del respeto y de la igualdad, y para ello es bueno no confundir las desigualdades con las diferencias. Tenemos que avanzar en una tolerancia cero ante la agresión física y moral, en cualquier ámbito y especialmente en la familiar, sea cual sea el vínculo sentimental, porque al fin y al cabo, las relaciones familiares generan amor y cariño entre quienes las viven, cónyuges, parejas padres e hijos, hermanos, y tenemos que luchar para que éstas no se conviertan en espacios de abuso e impunidad; ante situaciones análogas no se debe discriminar en negativo, es injusto y además carece de justificación.
Fuente: LA RAZÓN.es
Fuente: LA RAZÓN.es
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