lunes, 28 de noviembre de 2011
CULTURA> HERTA MüLLER Y VARGAS LLOSA CELEBRARON LOS 25 AñOS DE LA FERIA DEL LIBRO DE GUADALAJARA
Lo dijo la escritora rumano-alemana. Durante más de dos horas, ambos premios Nobel dialogaron con el español Juan Cruz. La autora de En tierras bajas y el novelista peruano manifestaron amables discrepancias durante la charla, referentes al rol de la literatura.
Por Silvina Friera
Desde Guadalajara
La infancia deja heridas de guerra, marcas imborrables, por más libros que se lean. Por más novelas o cuentos que se escriban. Dos potencias, dos premio Nobel, revisaron el humus de un sufrimiento que exorcizaron, cada uno, a su manera. Dos padres autoritarios volvieron al ruedo, como si la memoria confiara en que la única “justicia” posible es la literaria. Herta Müller y Mario Vargas Llosa celebraron los 25 años de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) dialogando durante más de dos horas con el periodista español Juan Cruz. No cabía un alfiler en la sala Juan Rulfo. Parecía que toda la ciudad estaba dispuesta a escuchar a la mujer que escapó de la opresión y censura del comunismo rumano, publicó sus libros y llegó a la cima del Olimpo literario. Müller pertenece a una subespecie de escritores bartlebianos, aquellos que escriben pero detestan la hoguera de las vanidades literarias. “A mí no me gusta estar en público, no todas las personas ni todos los Nobel somos iguales. Yo preferiría que la gente no supiera quién soy”, dijo la escritora rumano-alemana. Vargas Llosa, en su salsa ante tanto público, admitió que no es frecuente hablar ante 1500 personas, y se mostró sorprendido por la numerosa presencia de jóvenes. “Creo que es muy estimulante si uno cree, como yo, que la buena literatura enriquece la imaginación, la sensibilidad, el espíritu crítico, que es fundamental en el desarrollo de los ciudadanos en las sociedades democráticas.”
En la casa de la infancia de Müller –que pertenece al pueblo suabo, minoría étnica germano parlante– no había libros. Recién empezó a leer a los 15 años. “Creía que si leía libros podría entender mejor la vida. Desde la niñez, cuando cuidaba vacas, me sentía sola y no sabía qué hacer conmigo misma. Por eso quise leer; yo venía de un entorno donde no se hablaba mucho”. El padre de Herta integró las SS. Ella intentó comprender cómo una persona joven podía caer en las garras del nazismo. “Yo tenía 17 años y quería entender qué le pasaba a mi papá. ‘Cuidado: tú también estás en dictadura, tienes que ser consciente de que no puedes identificarte con la dictadura’”, repetía la adolescente que intentaba eclipsar la opresión de vivir bajo el totalitarismo de Nicolae Ceaucescu. “Leía para aprender a vivir, para aguantar la vida, que a veces era insoportable para mí”, reconoció la escritora.
Vargas Llosa, que aprendió a leer a los cinco años, recordó la “inmensa felicidad” con la que vivió las historias de Salgari, Verne y Dumas. “Me hicieron viajar en el espacio y en el tiempo y vivir experiencias que jamás podría vivir en la realidad. Me hacía soñar y desear cosas que no tenía”, subrayó el autor de Conversación en la catedral. Pero a los 11 años, cuando su padre volvió a juntarse con su madre, su vida cambiaría para siempre. “Con mi padre descubrí el miedo, la soledad; era una persona muy autoritaria y violenta –repasó el escritor–. Refugiarme en los libros era volver a recobrar mi libertad y mi dignidad, porque cuando salía de la literatura me parecía que vivía una vida indigna. La literatura no era sólo un gran placer, sino una defensa contra todo aquello que me agredía y me lastimaba en la vida.” En la escritura encontraría pronto otra trinchera que lo protegería de todos los percances e infortunios de la vida. “La literatura tiene muchos beneficios, pero uno de los más importantes es que nos hace vivir una vida más digna y más libre que la vida a la que estamos condenados a vivir en la realidad.”
Infancias diferentes. Libros en una casa, ausencia en la otra. Y sin embargo, cicatrices, llagas y miradas opuestas. “La literatura también duele; los libros me enseñan que el mundo no es un lugar feliz. La literatura me reconforta sin engañarme, me dice ‘así es’, me ayuda a soportar mejor la realidad y me confirma lo que me desespera. Pero igual me consuela. La literatura no miente; la iglesia miente: me dice dios y no lo veo y no está cuando lo necesito. Yo quiero que la literatura me duela”, aseguró Müller. El “milagro” de la buena literatura para Vargas Llosa reside en que “todo es bello”, también lo horrible. Un ejemplo de esa belleza es el momento en que se suicida Madame Bovary, cuando toma el arsénico. “Todavía se me llenan los ojos de lágrimas con esa contorsión horrible que hace que ella saque la lengua. Sufro, lloro por la muerte de esa mujer maravillosa de la que estuve enamorado toda mi vida”, confesó el escritor peruano. El autor de La casa verde refutó el planteo de la escritora rumano-alemana. “La literatura dice mentiras, no la verdad. Leemos para entrar a otra vida, diferente de la nuestra. La literatura, que está llena de mentiras, es una manera de decir verdades que no pueden decirse más que a través de ficciones, que no se presentan como otra cosa que lo que son: mentiras –subrayó el escritor peruano–. La vida no está hecha sólo de palabras e imaginación, pero la ficción tiene la virtud extraordinaria de hacernos entender mejor la vida que vivimos. Por eso la literatura ha sido considerada sospechosa y peligrosa para los autoritarios que han querido controlar la vida desde la cuna hasta la tumba. La literatura crea en nosotros un desasosiego menos manipulable al engaño de esos regímenes totalizadores. La literatura es uno de los grandes instrumentos de defensa de la libertad humana.”
Müller evocó el miedo que producía la literatura en mucha gente durante la dictadura de Ceaucescu. “Mi madre me decía que no leyera tanto porque leer hace daño a los nervios. Aun en estos días me llama para decirme que no escriba demasiado, que me voy a enfermar.” La escritora que ha dado cuenta en sus libros de los problemas que tuvo con el servicio secreto rumano se preguntó si era posible y legítimo escribir cuando muchos amigos estaban en la cárcel o eran asesinados. “A veces sentía que no tenía derecho a leer libros cuando había gente que se moría de frío y de hambre. Me preguntaba si la literatura no tranquiliza demasiado. Yo quería que la gente saliera a la calle a hacer la revolución y no siempre sentía que estuviera legitimada ni al leer ni al escribir.” Vargas Llosa cuestionó las dudas e interrogantes que acecharon a la autora de En tierras bajas durante la dictadura comunista rumana. El comodín que usó para refutarla fue un planteo de Jean-Paul Sartre, quien a mediados de los años ’60 le dijo a una periodista de Le Monde que él elogiaba a los escritores africanos que dejaban la literatura para hacer la revolución. La decepción del joven Vargas Llosa lo distanció definitivamente de Sartre, “alguien que nos había enseñado que la literatura era un modo de influir en la historia porque las palabras eran actos y dejaban una huella en las conciencias”. “Esa sensación de que la literatura es prescindible, que es un lujo, es una grandísima equivocación. La literatura no es una actividad de lujo ni prescindible si creemos en la justicia y el progreso.”
¿Es posible recuperarse de las heridas que dejan dictaduras tan crueles como la que padeció Müller? ¿Sirven las palabras? “Muchas veces cuando me interrogaba el servicio secreto yo recitaba poemas como si alguien me estuviera cuidando. Durante el interrogatorio mentalmente iba recitando poemas de otros autores; ‘esto es mío’, el interrogatorio no puede entrar ahí; no saben lo que estoy pensando. Escribir no me libera pero entiendo mejor lo que sucedió; las palabras mismas entienden cosas que yo no alcanzaba a entender. No me hace más libre escribir pero es algo que hice para mi mundo privado cuando el régimen quería confiscar lo privado. Cuando leía obras de otros o cuando yo escribía, entendía mejor mi propia vida. Pero tengo amigos que se enfermaron de los nervios, que no soportaron la presión hasta el suicidio. ¿Por qué yo sí aguanté? ¿Fue tal vez la literatura? No lo sé, pero quiero pensar que la literatura me ayudó a seguir adelante, que sin ella no hubiera seguido.”
Fuente: Página/12
CULTURA> HERTA MüLLER Y VARGAS LLOSA CELEBRARON LOS 25 AñOS DE LA FERIA DEL LIBRO DE GUADALAJARA
Lo dijo la escritora rumano-alemana. Durante más de dos horas, ambos premios Nobel dialogaron con el español Juan Cruz. La autora de En tierras bajas y el novelista peruano manifestaron amables discrepancias durante la charla, referentes al rol de la literatura.
Por Silvina Friera
Müller escapó de la censura del régimen de Ceausescu. Vargas Llosa también habló de sus sufrimientos. |
La infancia deja heridas de guerra, marcas imborrables, por más libros que se lean. Por más novelas o cuentos que se escriban. Dos potencias, dos premio Nobel, revisaron el humus de un sufrimiento que exorcizaron, cada uno, a su manera. Dos padres autoritarios volvieron al ruedo, como si la memoria confiara en que la única “justicia” posible es la literaria. Herta Müller y Mario Vargas Llosa celebraron los 25 años de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) dialogando durante más de dos horas con el periodista español Juan Cruz. No cabía un alfiler en la sala Juan Rulfo. Parecía que toda la ciudad estaba dispuesta a escuchar a la mujer que escapó de la opresión y censura del comunismo rumano, publicó sus libros y llegó a la cima del Olimpo literario. Müller pertenece a una subespecie de escritores bartlebianos, aquellos que escriben pero detestan la hoguera de las vanidades literarias. “A mí no me gusta estar en público, no todas las personas ni todos los Nobel somos iguales. Yo preferiría que la gente no supiera quién soy”, dijo la escritora rumano-alemana. Vargas Llosa, en su salsa ante tanto público, admitió que no es frecuente hablar ante 1500 personas, y se mostró sorprendido por la numerosa presencia de jóvenes. “Creo que es muy estimulante si uno cree, como yo, que la buena literatura enriquece la imaginación, la sensibilidad, el espíritu crítico, que es fundamental en el desarrollo de los ciudadanos en las sociedades democráticas.”
En la casa de la infancia de Müller –que pertenece al pueblo suabo, minoría étnica germano parlante– no había libros. Recién empezó a leer a los 15 años. “Creía que si leía libros podría entender mejor la vida. Desde la niñez, cuando cuidaba vacas, me sentía sola y no sabía qué hacer conmigo misma. Por eso quise leer; yo venía de un entorno donde no se hablaba mucho”. El padre de Herta integró las SS. Ella intentó comprender cómo una persona joven podía caer en las garras del nazismo. “Yo tenía 17 años y quería entender qué le pasaba a mi papá. ‘Cuidado: tú también estás en dictadura, tienes que ser consciente de que no puedes identificarte con la dictadura’”, repetía la adolescente que intentaba eclipsar la opresión de vivir bajo el totalitarismo de Nicolae Ceaucescu. “Leía para aprender a vivir, para aguantar la vida, que a veces era insoportable para mí”, reconoció la escritora.
Vargas Llosa, que aprendió a leer a los cinco años, recordó la “inmensa felicidad” con la que vivió las historias de Salgari, Verne y Dumas. “Me hicieron viajar en el espacio y en el tiempo y vivir experiencias que jamás podría vivir en la realidad. Me hacía soñar y desear cosas que no tenía”, subrayó el autor de Conversación en la catedral. Pero a los 11 años, cuando su padre volvió a juntarse con su madre, su vida cambiaría para siempre. “Con mi padre descubrí el miedo, la soledad; era una persona muy autoritaria y violenta –repasó el escritor–. Refugiarme en los libros era volver a recobrar mi libertad y mi dignidad, porque cuando salía de la literatura me parecía que vivía una vida indigna. La literatura no era sólo un gran placer, sino una defensa contra todo aquello que me agredía y me lastimaba en la vida.” En la escritura encontraría pronto otra trinchera que lo protegería de todos los percances e infortunios de la vida. “La literatura tiene muchos beneficios, pero uno de los más importantes es que nos hace vivir una vida más digna y más libre que la vida a la que estamos condenados a vivir en la realidad.”
Infancias diferentes. Libros en una casa, ausencia en la otra. Y sin embargo, cicatrices, llagas y miradas opuestas. “La literatura también duele; los libros me enseñan que el mundo no es un lugar feliz. La literatura me reconforta sin engañarme, me dice ‘así es’, me ayuda a soportar mejor la realidad y me confirma lo que me desespera. Pero igual me consuela. La literatura no miente; la iglesia miente: me dice dios y no lo veo y no está cuando lo necesito. Yo quiero que la literatura me duela”, aseguró Müller. El “milagro” de la buena literatura para Vargas Llosa reside en que “todo es bello”, también lo horrible. Un ejemplo de esa belleza es el momento en que se suicida Madame Bovary, cuando toma el arsénico. “Todavía se me llenan los ojos de lágrimas con esa contorsión horrible que hace que ella saque la lengua. Sufro, lloro por la muerte de esa mujer maravillosa de la que estuve enamorado toda mi vida”, confesó el escritor peruano. El autor de La casa verde refutó el planteo de la escritora rumano-alemana. “La literatura dice mentiras, no la verdad. Leemos para entrar a otra vida, diferente de la nuestra. La literatura, que está llena de mentiras, es una manera de decir verdades que no pueden decirse más que a través de ficciones, que no se presentan como otra cosa que lo que son: mentiras –subrayó el escritor peruano–. La vida no está hecha sólo de palabras e imaginación, pero la ficción tiene la virtud extraordinaria de hacernos entender mejor la vida que vivimos. Por eso la literatura ha sido considerada sospechosa y peligrosa para los autoritarios que han querido controlar la vida desde la cuna hasta la tumba. La literatura crea en nosotros un desasosiego menos manipulable al engaño de esos regímenes totalizadores. La literatura es uno de los grandes instrumentos de defensa de la libertad humana.”
Müller evocó el miedo que producía la literatura en mucha gente durante la dictadura de Ceaucescu. “Mi madre me decía que no leyera tanto porque leer hace daño a los nervios. Aun en estos días me llama para decirme que no escriba demasiado, que me voy a enfermar.” La escritora que ha dado cuenta en sus libros de los problemas que tuvo con el servicio secreto rumano se preguntó si era posible y legítimo escribir cuando muchos amigos estaban en la cárcel o eran asesinados. “A veces sentía que no tenía derecho a leer libros cuando había gente que se moría de frío y de hambre. Me preguntaba si la literatura no tranquiliza demasiado. Yo quería que la gente saliera a la calle a hacer la revolución y no siempre sentía que estuviera legitimada ni al leer ni al escribir.” Vargas Llosa cuestionó las dudas e interrogantes que acecharon a la autora de En tierras bajas durante la dictadura comunista rumana. El comodín que usó para refutarla fue un planteo de Jean-Paul Sartre, quien a mediados de los años ’60 le dijo a una periodista de Le Monde que él elogiaba a los escritores africanos que dejaban la literatura para hacer la revolución. La decepción del joven Vargas Llosa lo distanció definitivamente de Sartre, “alguien que nos había enseñado que la literatura era un modo de influir en la historia porque las palabras eran actos y dejaban una huella en las conciencias”. “Esa sensación de que la literatura es prescindible, que es un lujo, es una grandísima equivocación. La literatura no es una actividad de lujo ni prescindible si creemos en la justicia y el progreso.”
¿Es posible recuperarse de las heridas que dejan dictaduras tan crueles como la que padeció Müller? ¿Sirven las palabras? “Muchas veces cuando me interrogaba el servicio secreto yo recitaba poemas como si alguien me estuviera cuidando. Durante el interrogatorio mentalmente iba recitando poemas de otros autores; ‘esto es mío’, el interrogatorio no puede entrar ahí; no saben lo que estoy pensando. Escribir no me libera pero entiendo mejor lo que sucedió; las palabras mismas entienden cosas que yo no alcanzaba a entender. No me hace más libre escribir pero es algo que hice para mi mundo privado cuando el régimen quería confiscar lo privado. Cuando leía obras de otros o cuando yo escribía, entendía mejor mi propia vida. Pero tengo amigos que se enfermaron de los nervios, que no soportaron la presión hasta el suicidio. ¿Por qué yo sí aguanté? ¿Fue tal vez la literatura? No lo sé, pero quiero pensar que la literatura me ayudó a seguir adelante, que sin ella no hubiera seguido.”
Fuente: Página/12
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