Buscador Google

Búsqueda personalizada

domingo, 13 de noviembre de 2011

La cuarta vida de la gran María Jesús Valdés


OBITUARIO

La excepcional actriz falleció ayer en Madrid, donde nació, y fue incinerada en la más estricta intimidad 


María Jesús Valdés
La actriz María Jesús Valdés, en una foto del año 2000.-
ROSANA TORRES - Madrid - 13/11/2011
Toda la profesión escénica sabe cómo la actriz María Jesús Valdés, una de las más inmensas que ha dado el teatro español contemporáneo, repetía una y otra vez en las últimas décadas que ella había tenido tres vidas. Ayer, esta mujer menuda, bellísima, coqueta, grande entre las grandes, misteriosa, seductora y humilde, pasó a lo que quería que fuera su cuarta y última vida, ya que era creyente, tras fallecer en su domicilio de Raimundo Fernandez Villaverde, en Madrid, a una edad que ella quiso ocultar toda su vida.

Por deseo expreso de la actriz fue incinerada en Getafe antes de darse a conocer su fallecimiento, producido a causa de un fallo cardiaco provocado por su hipertensión crónica. En vida siempre mantuvo una gran discreción y en más de una ocasión decía: "Los homenajes me dan miedo, soy una persona temerosa, siempre tiemblo cuando salgo al escenario". Ha hecho todo lo posible para que su última despedida no se convirtiera en un homenaje y lo ha conseguido.

La primera vida de esta actriz se desarrolló entre los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo, cuando se convirtió, tras pasar por el Teatro español Universitario, en la gran intérprete del teatro clásico (Shakespeare, Lope, Calderón, Sófocles...) y de otros muchos títulos de autores contemporáneos que interpretó en escena como Emlyn Williams, Graham Greene, J. B. Priestley, Jaime Salom, Alfredo Mañas, Jean Anouilh, Anna Bonnacci y Peter Ustinov, entre otros.

Trabajó en los primeros años de su carrera bajo las órdenes de directores como Cayetano Luca de Tena (que la convierte en primera actriz del Teatro Español) y donde autores como Buero Vallejo se rinden ante su gran oficio hasta el punto de escribir La tejedora de sueños para ella. Es un momento de gran éxito para la Valdés (como se la empieza a llamar en el oficio) que también termina siendo reclamada para el doblaje y para el cine, en Catalina de Inglaterra y La laguna negra, ambas de Arturo Ruiz Castillo.

Hace ahora 58 años que se incorpora, también como primera actriz a la Compañía del Teatro María Guerrero, pero meses después logra su gran sueño, que es crear su propia compañía con el inolvidable director escénico José Luis Alonso y con compañeros como Jesús Puente, Alicia Hermida, María Luisa Ponte, Julieta Serrano, Agustín González y Francisco Valladares, quienes ponen en pie siempre con éxito obras de clásicos y modernos dramaturgos.

Pero a finales de los años cincuenta su segunda vida la llama irresistiblemente. Se casa y deja drásticamente el teatro cuando había logrado llegar a la cima a la que aspira todo intérprete. Lo hizo por amor. De ideas liberales e incluso en aquella época consideradas casi de izquierdas, se casó con Vicente Gil, el médico personal de Francisco Franco, con quien vivió más de 30 años, hasta que él falleció. Una etapa de su vida de la que no hablaba nunca, aunque un día comentó que estando en el domicilio privado de los Franco, en el Palacio del Pardo, había una pequeña cerámica en la que había un texto impreso de un autor clásico. La Valdés lo cogió e instintivamente lo leyó en alto. Se hizo un silencio y Carmen Polo, la mujer de Franco, comentó que era impresionante lo bien que leía y preguntaba qué dónde había aprendido. "Hubo unos segundos de tensión y Vicente cambió de tema, aunque seguro que ellos conocían perfectamente mi pasado", dijo Valdés por los años noventa, en una de las pocas ocasiones que hablaba de esa etapa de su vida, en la que tuvo cuatro hijos, María Jesús, Vicente, María Elena y Avelina (que han terminado dándole siete nietos), y de la que sólo hablaba para confesar que mientras la vivió nunca echó de menos la escena. Lo dejó todo por él, pero tras la muerte de Vicente Gil volvió a por todo. Y lo insólito es que inmediatamente se volvió a situar en la cima y a ser considerada una de las grandes primeras actrices del teatro español.

"Ella siempre dijo que había tenido tres vidas, en la última cumplió perfectamente aquella máxima de Fray Luis de León, quien después de estar años en la cárceles de la Inquisición, cuando volvió a la cátedra empezó la lección magistral diciendo: 'como decíamos ayer', como si no hubiera pasado el tiempo. Ella, después de 40 años regresó igual, no se había notado para nada el tiempo que había estado fuera del escenario, se fue como una primera actriz y regresó exactamente igual", comentó ayer Andrés Peláez, director del Museo Nacional del Teatro y profundo conocedor de la trayectoria de la Valdés.

Una vez se quedó viuda la rescató Adolfo Marsillach para dar clases en la escuela de teatro clásico que en los años 80 montó el actor y director. Pero eso sólo fue un timidísimo inicio, al igual que su participación en unas desapercibidas representaciones en La dama del alba, de Alejandro Casona en 1991.

Ella consideraba que su vuelta real fue con El cerco de Leningrado, de José Sanchis Sinisterra, junto a la que terminó siendo su gran amiga Nuria Espert, en marzo de 1994: "Anoche sentí como si el tiempo se hubiera detenido 35 años y yo nunca hubiera dejado de trabajar", comentó la actriz al terminar la representación.

"Estaba absolutamente genial y fue para mí un placer y una sorpresa porque a ella no la había visto cuando tuvo su compañía e hizo cosas importantísimas en el teatro español, cuando la vi de verdad fue en El Cerco y era excepcional, con el humor más moderno, inteligente y loco que he visto nunca en un escenario, era una lección la que daba cada función que teníamos", señala Nuria Espert quien ayer comentaba con profunda tristeza, por la desaparición de su íntima amiga, que era una de las principales figuras del teatro español: "Lo fue siendo muy joven, desapareciendo durante muchos años y volviendo a serlo, cuando decidió regresar después de un paréntesis que dejó un enorme vacío en el teatro español; pero cuando volvió encontró su silla vacía porque nadie se había sentado en ella en todos esos años", comentó Espert quien calificó a la Valdés de "dulce, divertida, con grandes secretos y misterios que nunca desvelaba y con los que yo hacía bromas permanentemente, pero a fin de cuentas cuando desapareció en los cincuenta fue por voluntad propia, como lo ha hecho hace un tiempo, que volvió a repetir la hazaña por distintas razones; hasta el punto de que tuvimos que dejar de preguntarnos dónde estaba, y no servía de nada dejar mensajes en el contestador, porque su voluntad era desparecer de nuevo".

Desde su vuelta en 1994 mantuvo una presencia constante en los escenarios españoles con papales destacados en La visita de la vieja dama, La muerte de un viajante o Carta de amor de Fernando Arrabal e intervino en media docena de películas entre las que destaca Juana la Loca (2001), de Vicente Aranda. Sin olvidar trabajos como La Bernarda que hizo con Calixto Bieito, donde el personaje lorquiano por primera era una Bernarda femenina y sensual, distinta a las vistas hasta ese momento.

También hizo una firme amistad con la joven actriz Silvia Marsó en Tres mujeres altas, poco antes de participar en Una noche con los clásicos, con Marsillach y Amparo Rivelles, con quienes se escapaba con frecuencia en los últimos años de vida del director y actor, para rememorar las juergas que se pasaron durante los dos años de gira. La visita de la vieja dama, de Friedrich Dürrenmatt y otros trabajos la llevaros a afirmar: "A veces pienso que no me merezco tanto, pero otras vivo todo esto como un premio por las cosas a las que he tenido que renunciar. Pero las cosas siempre hay que hacerlas sin esperar recompensas".

Por sus trabajos en "su tercera vida" recibió el Premio de la Unión de Actores, el Premio nacional de Teatro, el Premio Max de las Artes Escénica a la mejor actriz, y el Premio Mayte de Teatro. Tras unos ensayos con Juan Carlos Pérez de la Fuente, con quien trabajó en varias ocasiones, de Óscar, o la felicidad de existir, de Eric Emmanuel Smith, que tuvo que abandonar por problemas de salud, sus últimas representaciones fueron junto a Manuel Galiana con el que ofrecía unos recitales de poesía sacra, acompañados en más de una ocasión por el Trío Mompou.
Fuente: EL PAÍS.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Forges