CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
{ a bordo }
EL CASO de Millán Astray demuestra que la historia no puede ser tratada como esas películas de vaqueros en las que el bueno lo es desde el principio hasta el final, y el malo nace y muere con su estigma. Lo histórico es complejo, contradictorio, enrevesado, como lo evidencia esta última peripecia del general coruñés, al que quisieron despojar de su condición de hijo predilecto.
Una vez que la Justicia ha recordado la obviedad de que no se puede considerar franquista un acto administrativo de 1922, los adversarios del legionario buscan como pueden excusas que justifiquen su degradación. Una de las más curiosas es considerarlo "golpista". Es obvio que en ese año no había perpetrado ningún golpe, pero aunque nos fijemos en la época republicana, la acusación pone a los acusadores en un aprieto que cualquier historiador objetivo podría explicar.
Porque antes del 18 de julio de 1936, hubo dos golpes contra la legalidad republicana: uno incruento, protagonizado por el general Sanjurjo, y otro sangriento encabezado por el Partido Socialista y otras formaciones de izquierda. La revolución de Asturias y la insurrección de Cataluña se producen contra la República y tienen como objetivo derrocarla. Para defender las instituciones republicanas amenazadas, el Gobierno legítimo llama al general Franco. Así pues, en 1934 es Franco quien salva la República y el PSOE el que quiere acabar con ella.
Millán Astray se levantó contra el régimen republicano, pero tampoco se salvan de la acusación de golpismo los socialistas de entonces que instigaron el levantamiento asturiano o el catalanismo que proclamó la República catalana. Son las jugarretas que gasta la historia a quienes se empeñan en retorcerla. En consecuencia, sería más honesto basar la revocación del título de hijo adoptivo en razones que no invoquen la memoria o la legalidad, sino la pura, simple y real gana.
Claro que este tipo de excursiones por los vericuetos de la historia interesa poco al antifranquismo profesional que nace alentado por los que se han quedado sin causas a las que agarrarse. Los huérfanos de presente y de futuro se convierten en espeleólogos para encontrar en el pasado armas arrojadizas. Por si alguna duda quedaba, los mismos que remueven los restos de Millán Astray daban a conocer un vibrante manifiesto durante la campaña electoral, en el que aconsejaban fervientemente no votar a quien ahora es alcalde.
Resumiendo, la proclama venía a decir que las reticencias del entonces candidato a la Alcaldía coruñesa a la aplicación de la (amnésica) memoria histórica eran la prueba de que tras él se agazapaba el franquismo. Es decir, que no se quería reivindicar nada, sino colocarle al contrincante un distintivo infame. Ahora se trata de prolongar la artimaña a cuenta del general legionario. ¿Golpista? Busquen otro motivo porque, como se ve, hay algunos argumentos que carga el diablo.
Fuente: elCorreoGallego.es
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