Galicia / a contracorriente
Vivimos tiempos que obligan a medidas audaces. Aquí seguimos prefiriendo, como en todo, apaños y retoques que dudo mucho engañen al inversor
Día 30/08/2011
EL debate en curso sobre la reforma administrativa de España ha traído a mi cabeza —el cerebro, ya saben, crea curiosas sinapsis— el cartel que, en el balcón del ayuntamiento de Mos, proclama orgulloso que «Mos existe». Un mensaje desesperado por parte del concello que apenas engaña a nadie: Mos no existe; existe, sí, la parroquia de Mos, existe, sí, el municipio de Mos. Pero tal municipio no deja de ser una asamblea artificiosa de parroquias autónomas entre sí, capitalizadas por Mos sin más razón que la de que por ahí pasaba la tradicional carretera entre Vigo y Madrid.
Muchos otros concellos gallegos responden a esta misma lógica de Procusto: trasladar a Galicia moldes administrativos adecuados para los concejos castellanos y las agrociudades andaluzas, pero no para nuestras dispersas y atomizadas aldeas. El lugar, la parroquia y la comarca siguen siendo formas vivas en Galicia. Siglo y medio de derecho administrativo ha enmarañado pero no derruido esta forma de habitar la tierra.
Sorprende que esta obviedad, otrora tan señalada desde el galleguismo, apenas haya entrado en el debate político gallego ahora que se discute la pertinencia de tanta entidad administrativa. Acaso no sorprenda si recordamos el alicorto nivel político de nuestra España, así como el poder casi imbatible de la alianza entre inercia y costumbre.
Permítanme otro ejemplo de esta carencia de debate, ya fuera de Galicia: Nadie ha propuesto la unificación de municipios y autonomías para desarrollar el Gran Madrid, siguiendo el modelo de ciudades-autónomas tan habitual en el norte de Europa (p.ej. la ciudad libre de Hamburgo). El único problema de tal demarcación, además de los muchos burócratas y políticos que quedarían sin empleo, es la envidia que provocaría esta estructura en una Barcelona que todavía no ha decidido si aspira a metrópolis europea o a provinciana capital de Cataluña.
Vivimos tiempos difíciles, tiempos que obligan a medidas audaces. Aquí seguimos prefiriendo, en esto como en todo, apaños y retoques que dudo mucho engañen al inversor extranjero preocupado por nuestra solvencia. Por eso, es hora de echar cuentas y preguntar si es posible vertebrar el territorio gallego de otro modo, atendiendo por fin a sus especificidades.
Ello obligaría, por supuesto, a una segunda descentralización del estado, dirigido esta vez a fortalecer las unidades administrativas más cercanas y pequeñas, siguiendo el principio de subsidiaridad. Quizás sea eso lo que preocupe a nuestro stablishment político y cultural; están encantados todos con los diecisiete estaditos llamados autonomías, degradadas hoy a parodias de estado nación decimonónico y centralista.
Mos no existe, por mucho que insista el cartel en el balcón. Y con Mos, otros muchísimos ayuntamientos gallegos comparten su artificiosidad. Acaso sea hora de reconocer este hecho en los mapas.
Fuente: ABC GALICIA
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