Foto: Archivo Particular |
Se ve difícil que el Presidente logre enderezar el rumbo errático de su Gobierno.
Si Barack Obama tuviera que escoger cuál ha sido el peor momento de su presidencia, tendría que considerar, sin dudarlo, estas últimas dos semanas. Han sido 14 días de horror que bien podrían costarle su segundo período en la Casa Blanca.El diluvio de malas noticias arrancó el martes de la semana pasada, cuando republicanos y demócratas por fin lograron un acuerdo para elevar el techo de la deuda del país, pero que dejó un mal sabor en el público. Tres de cada cuatro estadounidenses rechazaron los términos del mismo y la palabra "irresponsables" fue la que se usó para describir a los políticos, incluido el Presidente.
Aunque el llamado plan para elevar el endeudamiento y reducir el déficit hizo abortar la debacle que se veía venir si EE. UU. incumplía con sus obligaciones financieras, dejó a Washington más fracturado -si eso es posible- y no previó el estallido de los mercados, que han comenzado a dudar, muy en serio, de la solidez de la principal economía del mundo.
Los demócratas se le fueron encima a Obama, pues, a su juicio, cedió ante todas las pretensiones republicanas: se recortó el gasto, pero no se elevaron, en compensación, los impuestos a los más ricos. Y la oposición lo golpeó por igual, alegando que el recorte no había sido suficiente para poner en cintura al déficit.
El viernes, citando el caos y la disfuncionalidad de ese proceso, Standard & Poor's rebajó la calificación de la deuda estadounidense por primera vez en la historia. Una humillación que Obama tendrá que cargar sobre sus hombros por el resto de sus días, pues sucedió bajo su vigilancia.
Ese mismo día, el Presidente encajó un tercer golpe consecutivo. De acuerdo con el Departamento del Trabajo, la cifra de desempleo de julio se mantuvo virtualmente idéntica a la de los meses pasados. Si bien bajó una décima (de 9,2 a 9,1), el dato fue irrisorio ante los más 15 billones de dólares que ha invertido en el Gobierno tratando de reactivar una anémica economía, que no levanta cabeza desde octubre del 2008.
No había acabado el día cuando Obama recibió un nuevo sacudón inesperado. Los talibanes derribaron un helicóptero en Afganistán, lo que causó la muerte de 30 soldados de EE. UU., la cifra más alta de decesos en un solo día desde que comenzó la guerra, hace casi 10 años. Una guerra, por cierto, que se ha vuelto impopular entre el público y cuyo costo -en vidas y en dólares- volvió a ser cuestionado tras el atentado.
El lunes pasado, la tormenta se tornó en huracán cuando abrieron las bolsas en el mundo con estrepitosas caídas y por una nueva decisión de Standard & Poor's, que degradó a los gigantes del crédito inmobiliario Fanny Mae y Freddy Mac por su dependencia del Gobierno.
Obama, en un inusual y desesperado esfuerzo por parar el desangre, tomó el micrófono para asegurar que EE. UU. saldría del atolladero. Pero los críticos se le fueron encima, pues no ofreció ideas nuevas para enfrentar el vendaval.
La cereza del postre fueron los nuevos datos que publicó el Departamento de Comercio ayer, en los que confirma que el déficit comercial sigue creciendo y que está en su peor momento desde agosto del 2008.Un panorama oscuro que, por supuesto, se está reflejando en sus índices de popularidad. Según las últimas encuestas, Obama obtiene cerca de un 40 por ciento de aprobación, la cifra más baja registrada desde que asumió la Oficina Oval. Y sus números son peores en cuanto al manejo de la economía (solo el 35 por ciento cree que hace un buen trabajo). Grave, pues ningún presidente ha logrado la reelección cuando la economía está por el piso.
Y ya hasta sus amigos han comenzado a torpedearlo. En un artículo de ayer, titulado "Demócratas, nerviosos, dicen que Obama debe ser más intrépido con la economía", figuras del partido lo cuestionan por la falta de una estrategia coherente. "El Presidente no se compromete con una posición. Dice que se la juega por la generación de empleo, que es el adulto del grupo, pero, fuera de eso, no estoy seguro de cuál es su estrategia", decía en el artículo Dee Myers, portavoz del ex presidente Bill Clinton.
En otro artículo de opinión en The New York Times, el profesor Drew Westen se preguntaba: "¿Qué le pasó a Obama?", alegando que el Presidente juega a dos bandas en todos los temas estructurales.
La mayoría de analistas cree que Obama solo tiene una salida de su túnel: que de aquí a los comicios de noviembre del año entrante mejoren los indicadores económicos.
Pero eso no será fácil. El país está muy cerca de entrar en una segunda recesión, que sería fatal, pues echaría por la borda lo poco avanzado desde la del 2008.
Además, el Gobierno cuenta con pocas herramientas para revivir al herido. Los ajustes fiscales que se aprobaron en el plan y los nuevos que están por venir -en total 2,4 billones de dólares- reducirán la capacidad de gasto del Estado y, por lo tanto, su rol como motor de la economía.
De allí que la estrategia del Presidente se enfoque ahora en iniciativas legislativas que prometen generar más empleo. Y por allí sale ganando Colombia. Según palabras de Obama, una de ellas es la aprobación de los tratados de libre comercio que están pendientes con nuestro país, con Corea del Sur y con Panamá.
El Presidente, que antes se oponía por razones electorales a estos TLC, ahora los necesita con urgencia por esas mismas razones. La promesa es que será uno de los primeros temas que tratará el Congreso tan pronto regrese del receso, en septiembre.
Obama, por lo pronto, tiene una ventaja a su favor. En las toldas republicanas aún no aparece un rival claro para enfrentarlo. Pero eso podría cambiar en enero, cuando arranquen las primarias del partido y empiece a despejarse el panorama.
Por supuesto, también está la teoría de que Obama fue el receptor de una crisis económica creada durante los 8 años de George W. Bush, que se enfrascó en dos costosas guerras y permitió, a través de la desrregulación, que se inflara una burbuja inmobiliaria que acabó por estallar.
Pero eso parece hoy un consuelo de tontos. Aunque sea cierto, el público suele no reparar en esos razonamientos cuando la billetera está vacía. Y juzgará al mandatario por la tarea que se le encomendó, que era, precisamente, rescatar al país de la peor crisis económica que ha vivido esta generación.
Sergio Gómez Maseri
Corresponsal de EL TIEMPO
Washington.
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