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miércoles, 31 de agosto de 2011

La Isla del Lector: La escritora Coral Bracho gana premio de Poesía del Fondo de Cultura Económica

La autora se adjudicó hoy el IX Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines-Gatien Lapointe, reconocimiento entregado por la prestigiosa editorial mexicana.

La escritora Coral Bracho gana premio de Poesía del Fondo de Cultura Económica
Foto: El Mercurio

CIUDAD DE MÉXICO.- La escritora mexicana Coral Bracho, ganó hoy el IX Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines-Gatien Lapointe 2011, que entregan cada año la editorial mexicana Fondo de Cultura Económica (FCE) y la quebequense Écrits des Forges.


En un comunicado, la editorial mexicana destacó que la obra de Bracho "vincula el plano de la metáfora con la transfiguración erótica y para ello se sirve del tránsito y la mezcla de los reinos mineral, vegetal, animal y humano".

La escritora y traductora es profesora de Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Ha trabajado en la elaboración de un diccionario de español y formó parte del consejo de redacción de la revista La Mesa Llena.

Algunos poetas como Néstor Perlongher consideran su obra "un claro ejemplo de poesía neobarroca latinoamericana", según el comunicado del FCE.

El premio, que se otorga desde 2003 un año a un poeta mexicano y otro, a uno de Quebec, "tiene como objetivo consolidar y enriquecer las relaciones bilaterales" entre México y esa provincia francófona canadiense, y cuenta con una dotación económica de 50 mil pesos (cuatro mil dólares).

En esta edición el jurado estuvo integrado por Jean Marc Desgent, Stephane Despatie y Gaston Bellemare.

La poetisa ha publicado la mayor parte de su obra en la editorial Era y ha sido traducida al inglés, portugués y francés.

Entre sus libros destacan "Peces de piel fugaz" (1977), "Tierra de entraña ardiente" (1992), "Jardín del mar; Los amigos primero" (1994), "La voluntad del ámbar" (1998), "Cuarto de hotel" (2007), y "¿Adónde fue el Ciempiés?" (2007), este último una obra en verso para niños.

En 1981 Bracho obtuvo el Premio de Poesía de la Casa de la Cultura de Aguascalientes con el libro "El ser que va a morir".

Hasta el momento por México han ganado el galardón Alí Chumacero, Eduardo Lizalde, Elsa Cross y Juan Bañuelos, y por Quebec Claude Beausoleil, Jean-Marc Desgent, Yolande Villemaire y Emile Martel, esta última en 2010. 
Fuente: emol.
***
Peces de piel fugaz

               El borde es una boca finísima, una escisión aguda y deslumbrante
—el negro como una forma de luz que marca orillas, espacios entor-
pecidos, fuegos limítrofes—. A medida que avanzo el agua cambia.

La fiesta estaba impregnada de pequeños monos inabordables. Alguien

incrustó sobre el lodo una estructura cuadriculada de ramas huecas
y fue como abrir un espejo a las ansias de nado.

Todo se esparce en amarillos. Los monos saltan.


Antes, cuando miraba el tiempo como se palpa suavemente una seda,

como se engullen peces pequeños. El sol desgajaba del aire haces de
polvo.

Es un espacio abrupto pero preciso; a partir de entonces los árboles.

Hacia abajo las ganas irrefrenables.

Los monos, como dijeron todos, eran salvajes; cuerpecillos tirantes

y amarillentos. El juego era portentoso, desarraigado; las manos llenas
de lodo.

El agua brilla, pez lento y adormecido; en sus ojos la noche es un

impulso vago y oscilatorio, una tajada oscura, borde brevísimo, lo
delinea.

Pero empezar aquí con el consuelo de ver a todos enardecidos, y

mirar de improviso sus dedos híbridos, infantiles.

Vocecitas hirvientes que revientan desiertas.


Al margen hay un abismo de tonos, de nitidez, de formas. Habría que

entrar levemente, oscuramente en ese instante de danza.

Hay una grieta aquí, en este lapso. En la cueva las raíces se adhieren

con fanática astucia, las ramas se desdoblan con gracia.

Es en vez de morder la espesura reciente, o separar las sombras

—espumosas y leves— con un esguince de fauno. De cerca, llueve.

Atrás los paraguas se extienden sobre las olas. Los hay de colores

lentos y de formas hirientes. Las horas se arremolinan. Y tengo fe,
porque así como dicen de los estanques.

Pequeños peces de hiedra tornasolados.


Había gatos, insectos, tigres; y cuando quisieron abrir las puertas, y

todo, desde el templo de entrada estaba concentrado en dos líneas;
dos fragmentos de feria.

Bailan en las orillas.


Y retroceden, porque asomarse es la atracción sin muelles. Donde

apoyar la calma de mirar desde lejos sin arriesgar el tacto.

Son alusivos los desenlaces. Las sombras se abren a veces lentamente.

Región umbral de nostalgias reblandecidas, de palabras limpias y secas.

Pero es la tierra de sal. Nadie que vuelva o que mida. Agua que

drena en la certidumbre y en el olvido remansos breves de mar.

Queda entonces tan lejos. Y sus manitas flacas y frías como una

aguda destreza emergida de espacios inexpugnables.

De aquí, los troncos y la maleza brillan su nitidez intacta Virgen que

exhala una cadencia tibia y ensimismada. Los peces saltan.

Los monos saltan. En el fondo la luz se angosta y los cuerpos em-

pequeñecen. Entonces se desprende la asfixia; una sed amplia y
albuminosa.

Beben pausados sorbos de té.


Y       si uno hunde la cara para ver más de cerca.


También rastrearon las carpas. El circo; toda la orilla era como un

incendio, los animales se escurrieron en zanjas y plataformas.

Para sostenerse, tal vez. Lo difícil. A veces sus irrupciones abren un

espacio naranja.

Es hermoso palpar entonces las aguas. El cielo se reconcentra en

azules profundos. Los verdes crecen hasta tocarlas.

Estira sus bracitos elásticos en un giro aliviante.


Las raíces inhalan. Basta deslizar poco a poco los dedos sobre las

rocas para saberlas lisas y despobladas. Árboles de cristal.

Y       es el instante de inusitar la lancha por la quilla y deslindar el filo.

Los dedos largos y finos.

Sus ojos límpidos.


Este estupor de seda que se derrama. Pero empezar aquí.


La fiesta —sombra finísima— lenta. De la cueva se desprenden sus

voces como suaves racimos. Piedras jugosas. Desde el zumo del circo.
Y       es el instante; pero empezar aquí. Sus ojos ávidos, insondables.
En sus bordes escuetos, las voces, las aguas cambian. Peces de piel

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