Opinión
Mujeres somalìes esperan la ayuda humanitaria en un campo de refugiados de Mogadisio el pasado viernes. / Abdi Hajji Hussein (Efe) |
Las fotografías y el relato de la hambruna del cuerno de África de estos días conduce a los años setenta cuando no había telediario en el que no apareciera un niño pequeño barrigudo y con los ojos hundidos en sus cuencas, esperando ya no un poco de tapioca sino sencillamente la muerte. Ser un niño de Biafra era el colmo de la miseria y la mala suerte.
Cuarenta años después, se publican otra vez esas fotos que, en realidad, no nos han dejado nunca por más que los medios de comunicación se olviden de mostrarlas: alarma de muerte masiva en África: niños y mujeres primero. Las ayudas con que Occidente se lava la conciencia llegan tarde por problemas burocráticos (aunque llegan tarde siempre, cuando llegan, porque los problemas burocráticos son sólo parte del problema) o porque –dicen- andan a la gresca las facciones tribales en Mogadiscio.
Gustavo Matías explica detalladamente en cuartopoder, las razones de la sinrazón del progreso regresivo que vivimos. Lo hace extensamente, con la paciencia de un profesor que quiere que nos enteremos del tema. Habla de que ha habido un repunte imparable del precio de alimentos (mientras en Occidente se tiran los tomates, las frutas y las patatas por “feos” y no dar la talla) y de materias primas demandadas por los emergentes: China, India, Brasil, ya que el modelo de estos países emergentes es el modo de vida despilfarrador de lo que llamamos Occidente. Sólo que ese modo de vida lleva haciendo agua desde hace unos años, alentado por una conducta suicida de avaricia extrema que parece irracional.
La primera ministra islandesa, nuestra vieja amiga Johanna Sigurdardóttir, ha hecho unas curiosas declaraciones a El País, sobre las actuaciones de los causantes de la crisis en el mundo desde los años 80 y que nos han traído la ruina y la desgracia: “Era una cultura de jóvenes varones que giraba en torno a la exaltación de las nociones más estereotipadas de masculinidad” y añade que “podemos hablar de un crash de los valores masculinos”.
Habla en pasado pero la congoja me impide alegrarme de que quizá sea ya pasado toda esta pesadilla. Sobre todo, cuando se nos cuenta que andan vendiendo en los EEUU los mismos productos tóxicos que nos han traído a este infierno.
Tal vez conviniera recordar un libro llamado El sexo oculto del dinero, de Clara Coria (Paidós, 1997), en el que se estudia y explica la relación que varones y mujeres mantienen con el dinero. Resumiendo mucho, el dinero es masculino y el altruismo, femenino. Consolidados los papeles de traer dinero a casa y de cuidar, respectivamente. Muy interesante. No es que las mujeres no busquen ganar dinero como los varones, es que, quizás no lo buscan tanto ni a cualquier precio. Naturalmente, muchas mujeres han ascendido en la escala social y se manejan casi a la perfección con esos valores masculinos. Y viceversa, por cierto.
Volviendo a la ministra islandesa, insiste ella en que la protección del sistema de bienestar ha estado siempre en el centro de su actuación, porque es –asegura- defendiendo los servicios públicos como se puede contrarrestar el impacto de la crisis. Ojala alguien en España lo tuviera igual de claro. Y ¿dónde hay más mujeres empleadas tanto islandesas como españolas? En el sector público precisamente. Pero no nos desviemos del tema.
No creo que la señora Segurdardóttir sea andrófoba, en absoluto. Y no está sola en este pensamiento. Pierre Bourdieu ya tiene largas páginas escritas al respecto (La dominación masculina, Anagrama 2000), en las que analiza, sin contaminación sentimental de ninguna clase, cómo se produce y se enrosca esa dominación y qué elementos contribuyen a ella. Un hombre fuerte y joven, armado, dispara a matar sobre adolescentes acampados, empezando por una joven muy guapa: ¿se trata de una conducta masculina? ¿Cabe la posibilidad de que Breivik, el noruego, hubiera sido mujer? Why not? Sólo que es varón.
Elisabeth Badinter también ha escrito de manera muy sugerente sobre estos asuntos, en XY La identidad masculina (Alianza Tres, 1993), por ejemplo, donde se muestra compasiva y adalid de la defensa de los varones. Pero no se trata de recomendar libros sobre la condición masculina sino de reflexionar sobre qué cualidades masculinas no nos convienen y cuáles sí sería conveniente que brillaran ahora.
Seguridad y determinación en el control político de los mercados, por ejemplo. Autoridad y capacidad de imposición de los valores democráticos sobre el relativismo suicida de un cierto laissez faire que conduce a lo que Zygmunt Bauman ha llamado modernidad líquida: figura de la transitoriedad, de la desregulación de los mercados, de la precariedad de las relaciones humanas en una sociedad individualista y despiadada por su indiferencia (Tiempos líquidos, Tusquets, 2007).
Si esos son valores masculinos o femeninos, lo desconozco; pero quisiera que pudiéramos despertarlos. Quizás es lo que el 15M va haciendo, poco a poco, con gran esfuerzo y si eliminamos los ruidos y las rémoras que se adhieren al buen tronco de este admirable movimiento.
Fuente: cuartopoder
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