REPORTAJE
Pau Pons lleva más de dos décadas viviendo en el faro de Santa Pola con su mujer y sus dos hijos. Se presentó a las oposiciones de farero porque fueron las primeras que encontró. Procedente de la huerta, «no sabía nada de los faros», reconoce
30.07.11 - 22:59 -
En extinción
A Pau Pons no le gusta que se indague demasiado en su vida privada, pero nos acoge en su casa: en el Faro de Santa Pola. Una torre de 1858 que a los ojos de los de fuera -y como ocurre con todos estos inmuebles- esconde un halo novelesco o de misterio, que él se encarga rápidamente de echar abajo. No hay tal enigma, aunque sí mucha historia detrás. «A mí me podéis llamar farero; a algunos puede que no les guste, pero yo empecé como tal», responde en referencia a si se siente molesto con el nombre, ya que oficialmente es un técnico en señales marítimas.
Pau es el último de esta estirpe en la provincia. Es el más joven de los cinco que quedan -tiene 49 años- y uno de los tres que siguen viviendo en los faros. Según la Autoridad Portuaria, institución a la que pertenecen, en realidad hay tres técnicos, un coordinador y un jefe de Unidad de Señales Marítimas encargados de los seis faros: el de la Punta de L'Albir en L'Alfàs del Pi, el de Tabarca, la Nao y San Antonio en Jávea, Cabo de las Huertas de Alicante y el de Santa Pola. Estos tres últimos son los que están habitados. «Al vivir aquí cuidas mucho más su mantenimiento; estoy seguro que cuando me vaya, la primera semana se producirán actos vandálicos, saldrán goteras y se irá deteriorando», afirma.
Así ha ocurrido con otros faros. Uno de ellos es el de L'Albir. Afortunadamente, y con el objetivo de recuperarlo, el Ayuntamiento de L'Alfàs del Pi planteó un proyecto de rehabilitación integral del edificio que estuvo habitado hasta los años 60. Pero la idea va más allá. Y es que éste será el primero de uso compartido de la Comunitat, convirtiéndose en octubre en un Centro de Interpretación de la Naturaleza, que albergará una sala de exposiciones de arte con colecciones vinculadas a la cultura marinera o al medio ambiente.
La arqueóloga municipal, Carolina Frías, lleva años inmersa en la documentación que existe de los antiguos torreros para descubrir cuál era su modo de vida. Los faros, que reemplazaron a las antiguas torres vigías contra piratas, eran la luz de guía de aquellos barcos que surcaban los mares, y los trabajadores eran funcionarios que accedían al puesto por medio de oposiciones. Cuando tenían un destino, se trasladaban con sus familias.
Aislados por las dificultades de acceso de los caminos, estaban sometidos a las inclemencias climatológicas y a la esclavitud de mantener un sistema de vigilancia activo las 24 horas del día a base de carburantes y aparatos manuales. Su vida diaria transcurría sobre esas cuadro paredes y existe documentación de que en el faro de L'Alfàs los habitantes contaron con un horno con el que hacer el pan, alimento básico durante muchas décadas, por la dificultad de acudir a las tiendas todos los días. No se descarta, por tanto, que una de sus fuentes de abastecimiento fuera la pesca.
Los edificios albergaban dos fareros que se encargaban en turnos de las tareas de vigilancia marítima y del mantenimiento de la estructura y de los aparatos hasta que llegó la energía fotovoltaica y solo hacía falta una persona. En los últimos años, la mecanización de los sistemas de alumbrado y el control de la vigilancia desde Alicante hicieron que los últimos fareros empezaran a abandonarlos, lo que llevó a actos vandálicos y a desperfectos por el tiempo.
Pau reside desde hace más de dos décadas en el de Santa Pola con su mujer y sus dos hijos (de 19 y 28 años). El edificio es de una sola planta, de forma rectangular y sobre la vivienda se instaló la torre. Nacido en Alcántara de Xúquer, La Ribera Alta, provincia de Valencia, nada hacía presagiar que Pau -de la huerta valenciana- pudiera acabar viviendo del mar alicantino. «Cuando ocurrió la riada en el 82 había poco trabajo y decidí prepararme unas oposiciones». ¿Por qué farero? «Porque fue las que encontré; buscaba unas oposiciones, y salieron éstas. La vedad es que no sabía nada del tema; yo vengo de la huerta», reconoce. Se metió a estudiar «a saco». Día y noche. Desde dibujo técnico hasta electricidad.
Y nos invita a subir. La vistas desde el faro son espectaculares aunque hasta llegar a lo alto se suda la gota gorda. El interior es un auténtico horno. No está abierto al público, aunque más de una vez se han acercado curiosos preguntando si podían visitarlo.
En 1985, Pau aprobó las oposiciones y se 'curtió' en Vigo y en Asturias hasta que cuatro años después salió la plaza de Santa Pola. Con lo puesto se trasladó con la familia, como hacían los antepasados fareros, hasta que en 1992 cambió la ley y pasó a depender de la Autoridad Portuaria. Dice que nunca se han sentido aislados ya que el pueblo está 'a dos pasos' en coche, ni han sido víctimas de robos y asaltos. Encargado de la reparación e inspección de todas las señales marítimas de Santa Pola a San Pedro del Pinatar; de la boya automatizada de Tabarca -isla la que también se desplaza- y del mareógrafo de la bahía de Alicante, entre otras actividades, nos presenta el corazón del faro, nos lo destripa, y nos permite ver la panorámica. «Cuanta más modernización, mejor», afirma el técnico, quien recuerda que cuando los GPS para la navegación fallan siempre se cuenta con el faro como guía. ¿Y cuándo se jubile? «Pues nos tendremos que ir porque ésta no es nuestra casa; tampoco lo he pensado». Aún le queda. Mucho más que a otros compañeros. De hecho, según apunta, dos fareros están cerca de la jubilación, y «no van a sustituirlos; en Españasomos entre 130 y 140». El fin de las oposiciones está llevando a la profesión a su extinción. Y Pau será el último de la provincia que hará las maletas. Esta es su historia. Porque lo dicho: a este farero no le gusta que se incida demasiado en su vida privada.
Fuente: lasprovincias.es
Fuente: lasprovincias.es
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