UNA LUPA SOBRE LA HISTORIA
La famosa aseguradora marítima alberga en su sede londinense parte de la historia de una fragata, hundida con un gran tesoro, que continúa bajo el mar
La fragata HMS Lutine, en una pintura de la época. |
03.07.11 - 00:41 -JOSÉ MARÍA DEIRA COMISARIO Y ESCRITOR
Hace algún tiempo escribí un artículo dedicado a la campana que llevaba Cristóbal Colón en la Carabela Santa María que, tras hundirse, se colocó en un galeón llamado San Salvador que también acabó bajo las aguas, con una importante carga de oro, frente a las costas portuguesas. Posteriormente, la campana fue rescatada y, tras varias vicisitudes, regalada al Patrimonio Nacional, donde desapareció.
Pues bien, en esta ocasión, me propongo hablar de otra campana, quizás no tan cargada de historia, pero ya con una amplia tradición. Esta campana ha corrido mejor suerte que la de Colón y, a día de hoy, todavía suena para señalar el destino de algún barco.
En los astilleros de Tolón, en el sur de Francia, se botó en 1779 una fragata de la clase Magicienne a la que se bautizó como 'Lutine', que entró a prestar servicio en la marina francesa. Los de clase Magicienne eran unos barcos muy marineros con 32 cañones y unas 600 toneladas de desplazamiento.
Esta fragata, junto con otras más, fueron entregadas a la armada británica en 1793 como consecuencia de la guerra civil entre monárquicos y republicanos que se vivía en Francia y antes de que dichos buques cayeran en manos de los sublevados dirigidos por Robespierre. Desde entonces, la Lutine prestó servicio en la Armada Británica, donde conservó el mismo nombre pero anteponiéndosele las letras HMS, que identifica a todos los buques de la Marina de Guerra. Navegando con pabellón británico, se ha convertido en uno de los barcos naufragados más legendarios.
Al mando del capitán Lancelot Skynner, el HMS Lutine zarpó la mañana del día 9 de octubre de 1799 del puerto de Great Yarmouth, en el Mar del Norte, y relativamente cerca de las costas de la Europa Continental. Este puerto había sido de los más importantes en épocas pasadas, cuando allí se centralizaba la pesca del arenque del Mar del Norte y cuya conserva era fundamental para la supervivencia en las largas navegaciones. También se hizo célebre porque fue la primera ciudad del mundo en padecer un bombardeo aéreo. Fue durante la Primera Guerra Mundial, el 19 de enero de 1915, cuando, desde el dirigible denominado Zeppelín L-3, se arrojó gran cantidad de bombas.
El destino de la Lutine, aquella mañana, tenía que ver con que Napoleón había decretado un bloqueo a los puertos alemanes y daneses del Mar del Norte, lo que había asfixiado el comercio y convertido a Hamburgo en el más perjudicado, tanto que la ciudad se hallaba al borde de la ruina. Los comerciantes británicos decidieron hacer un préstamo a sus colegas hamburgueses, de un millón y medio de libras esterlinas, que se entregarían en lingotes de oro y plata, monedas de ambos metales y una buena cantidad de diamantes que ofrecía el Príncipe de Orange, Guillermo V.
La fragata se dirigía al puerto alemán de Cuxhaven, en la desembocadura del río Elba, en cuyo interior se halla el puerto de Hamburgo, uno de los más importantes del norte de Europa. Por la tarde, con fuerte vendaval del noroeste, se encontraba a escasas millas del cordón de islas que protegen la costa norte de Holanda, Dinamarca y parte de Alemania. Este archipiélago, que se conoce con el nombre de Islas Frisias, da lugar a un mar llamado Mar de Wadden que se extiende entre la costa continental y las islas.
Con un mar arbolado, la fragata trató de buscar refugio atravesando el canal entre las islas Terschelling y Vlieland, una zona de bajíos arenosos y de corrientes muy fuertes y que, con mar tempestuoso, se convierte en un lugar muy comprometido. La fragata se escoró fuertemente por efecto del viento y volcó arrastrando hasta el fondo a las más de 200 personas que componían su tripulación y las enormes riquezas que había asegurado la poderosa compañía Lloyd's.
La Lutine quedó a 20 metros de profundidad sobre un fondo de arena y lodo, de tal manera que al conocerse la tragedia y la carga que llevaba, muchos pescadores de aquella zona decidieron probar suerte y echaron sus redes para tratar de capturar parte de los tesoros que transportaba. Algunos fueron afortunados y en sus redes atraparon una parte de aquellas inmensas riquezas, pero al final, una vez contado todo lo rescatado, solamente se recuperaron 58 lingotes de oro, 99 de plata y 41.698 monedas de plata, todas españolas.
Y no fue porque no se localizaran más piezas sino porque una nueva tormenta provocó unas fuertes corrientes que sepultaron el casco del barco bajo una gruesa capa de arena y lodo.
La escasez de medios para intentar un rescate, hizo que la Lutine y su carga se fueran olvidando. Pero en 1821, una nueva empresa empezó a usar campanas de buceo con las que se podía descender para buscar el pecio hundido y así comenzar la labores de recuperación del tesoro. Los trabajos duraron hasta el año 1857, con un éxito más que discreto, pues en tantos años solo se recuperaron 44 monedas de oro, 64 lingotes de plata y 15.028 monedas de plata aunque, como es natural, las tareas solamente se podían llevar a cabo en las temporadas de calma, que son muy escasas en aquel mar.
Luego pasó un poco al olvido, hasta que varios años después, una nueva búsqueda consiguió rescatar la campana de la fragata.
Esta campana lleva grabada en relieve un nombre y una fecha: ST Jean 1799; y se recuperó el 17 de julio de 1858, con un largo trozo de la cadena que la hacía sonar.
La aseguradora Lloyd's, que había satisfecho la cantidad asegurada y era por tanto propietaria de cuanto se extrajera de los restos de aquel naufragio, se quedó con la campana que actualmente se encuentra en la tribuna del hall de su edificio, ubicado, desde 1986, en Lime Street, Londres.
Pesa la campana casi 49 kilos y tiene un diámetro de algo más de 43 centímetros. Su uso consistía en hacerla sonar dos veces cuando se tenían noticias de que un buque asegurado en la compañía había llegado felizmente a puerto y una vez, cuando se le consideraba naufragado o desaparecido.
La compañía Lloyd's es la aseguradora más fuerte del mundo y tanto su nombre como su historia son extremadamente curiosas.
Lloyd era el nombre del propietario de una cafetería que, a finales del siglo XVII, era el lugar de reunión de todas las personas relacionadas con el negocio marítimo. A orillas del Támesis y muy cerca del atraque de los barcos, Edward Lloyd regentaba aquel mesón, en el que los comerciantes, asentadores, aseguradores y en general cualquier persona que tuviera un negocio relacionado con la actividad marítima, pasaban largas horas de espera.
El propietario estableció un sistema para tener informados a sus clientes de las entradas y salidas de los barcos, de manera que éstos no tenían que abandonar su local y así consumían más. En 1720 el mesón es declarado centro oficial de seguros marítimos por el Parlamento y, medio siglo más tarde, en 1769, un grupo de 79 clientes de la famosa cafetería se constituyeron en sociedad aseguradora. Había nacido el Lloyd's que, un siglo después, es reconocido como una de las más importantes empresas dedicada a los seguros.
Volviendo a la fragata hundida, resulta extraño que a tan escasa profundidad y con los medios actuales, no se haya conseguido sacar todo el tesoro que aún guarda la Lutine en sus bodegas, pero lo cierto es que así ha sido.
A principios del siglo pasado, una empresa, dedicada al dragado de puertos y canales, puso a trabajar una potente draga llamada Karimata para desenterrar el pecio y extraer su contenido. Se recuperaron unos cañones, parte del casco, monedas y lingotes, pero las fortísimas corrientes de la zona y los enormes desplazamientos de arena y lodo volvieron a mover el pecio y a ocultarlo.
Después de aquella experiencia, parecía que el tema se había olvidado, hasta que, hacia 1990, una empresa Neozelandesa de recuperaciones marítimas se empleó en rescatar el tesoro. Desde entonces, al mando de un arqueólogo, se hacen continuas prospecciones, incluso se pensó en desviar las corrientes del canal en el que está el pecio de la Lutine, pero, aparte de pequeñas recuperaciones, no se ha conseguido nada significativo. El enorme tesoro, que a día de hoy supondrían esos lingotes de oro y plata y los diamantes del Príncipe de Orange, reposan aún en el fondo de un mar que, a solo veinte metros de profundidad, defiende a la presa que siglos atrás se cobró con un celo que causa pavor.
Fuente: lavozdigital.es
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