Opinión
El calor no descansa en un lunes festivo en Bilbao. Sin embargo Alfredo Retortillo acude a la cita con americana. “Vengo de la tele”, dice. A este profesor de Política de la Universidad del País Vasco le gusta hablar de lo suyo. Tras hacerlo en la tertulia en la que participa, lo hace durante una charla distendida en un restaurante en el Casco Antiguo de la capital vizcaína. Después se coloca el micrófono de solapa y sigue hablando mientras camina. Da igual pasar por locales con carteles de presos, o tomar algo en un café rodeado de gente: él sigue hablando sin pudor. Dice “ETA” y no baja la voz. Él dice que eso es síntoma de que algo ha cambiado.
FOTO: Alfredo Retortillo, profesor de Política de la Universidad del País Vasco |
- Especial: En territorio Bildu
“Ésta es una sociedad extraña”, dice mirando al suelo mientras camina. “Ha vivido durante décadas con un grupo de gente matando y no ha pasado nada. Luego una parte importante de la sociedad ha estado sin representación política y tampoco ha pasado nada. Es una sociedad enferma, acostumbrada a vivir amputada, capaz de funcionar al margen del sufrimiento que tenga una parte de ella. Basta con dejar a esas partes que tengan problemas al margen, el resto van tirando y no pasa nada”, concluye. Alfredo Retortillo, que conjuga sus clases de Política en la Universidad del País Vasco con su tertulia en Euskal Telebista y su participación en el Euskobarómetro, confiesa que no esperaba “un éxito tan rápido” de Bildu. El resultado demuestra que la izquierda abertzale “ha recuperado todo lo suyo y ha sumado lo de otros”.
Retortillo anda rápido, con grandes zancadas. Es de complexión fina, con rasgos marcados y ojos vivarachos bajo unas cejas ‘a lo Ibarretxe’. Si fuera periodista parecería uno de esos reporteros de guerra de las películas. Pero no es periodista, es politólogo en uno de los lugares donde más gusta la política y más difícil ha sido poder practicarla. Fuma tabaco negro, aunque poco, y se presenta a la entrevista armado con un teléfono móvil y un eBook. Describe lo que ha pasado en los últimos años en Euskadi con el símil de la cena de Navidad en casa de la abuela. “Es una reunión en la que nadie habla de política por miedo a que otra parte de la familia se levante de la mesa y la abuela se disguste. Euskadi es una familia que no se soporta”.
Tiene, a diferencia de muchos de los demás entrevistados, una visión poco optimista de lo que sucede. Según dice “parte de la pelea es la de imponer su relato de cómo se llega a un sitio u otro” y hay quien peleará hasta el final. Su pesimismo no va tanto por el final de la violencia, que da por hecho, sino por “la normalización política”. “Sí creo que ésta sea la buena para la desaparición de ETA, pero el reflejo político y social no será tan a corto plazo como algunos plantean. Las divisiones que se han generado en 30 años no se arreglan de la noche a la mañana. Y eso sin tocar el tema de víctimas y presos”, dice. Y usa como ejemplo lo que ve como un error histórico: “Arreglar las cosas sin mirar a los demonios a la cara sólo sirve para aparentar normalidad. Pasó hace treinta años y pasa ahora. Es dejar los rescoldos para que se levanten cuando se toquen ciertos temas, como sucede cuando se toma como un sacrilegio que alguien proponga demoler el Valle de los Caídos”.
Esa “tentación de cerrar periodos históricos en falso” tiene su traducción en la vida social de Euskadi. “Yo he visto a gente evitar el contacto con gente que lleva escoltas en la universidad, y eso es síntoma de una sociedad enferma: aunque tú te hagas el tonto, el problema está ahí”, asegura. Los cambios van poco a poco, dice, “porque hay resistencia al cambio”. Quizá sean las últimas sacudidas de una violencia moribunda. Pero por el camino quedan un montón de víctimas, y no todas ellas evidentes. “Hay una violencia obvia, la del muerto, la del escoltado, la de la mujer del agente que no puede tender la ropa en su casa”, cuenta. “Pero hay otra menos obvia que también existe”. Habla de migración interior, de gente que dejó su pueblo por otro porque no podía vivir, o gente dentro de la izquierda abertzale “que ha metido en un cofrecito lo que sienten”. “Habrá madres de presos, madres de gente que ha muerto en cárceles que pensarán cosas poco bonitas de Otegi o Josu Ternera”, asegura. Tanto tiempo sin hablar de política en esta extraña cena de Navidad hace que se escondan las miserias bajo la alfombra.
¿Qué papel juega ETA en este momento? Para empezar, niega la mayor: “No hay una ETA, hay muchas. Ahora parece lo mismo ponerle una plaza a Txiki y Otaegi que a Txeroki, y no es lo mismo”, dice negando con el dedo índice de su mano izquierda. “Pero eso es algo que permite la propia permanencia de ETA”. ¿Y qué dice la izquierda abertzale? “La izquierda abertzale quiere el fin de ETA desde hace tiempo porque en términos de objetivos políticos no aporta”, asegura. “Les aporta como referente, para mantener unido el grupo”, pero nada más. Es por eso por lo que está convencido de que la violencia de ETA es un fenómeno de inminente extinción.
Ese final, considera, no se verá condicionado por el éxito o fracaso de Bildu. Pero sí aparecerá en su argumentario político: “Lo que era un lastre puede convertirse en un activo, no porque peguen tiros, sino porque se puede negociar. Desde Bildu dirán que la desaparición de ETA no depende de la acción policial, sino de ellos”. Es por eso por lo que está seguro de que viven intensas “luchas de poder”. Pero no entre ETA y Batasuna, sino dentro de cada una de esas partes, para decidir quién y cómo termina la violencia “o quién nombra el candidato a tal institución”. “La izquierda abertzale es un sector muy amplio en este país, muy heterogéneo, y esa heterogeneidad incluye a la propia ETA”, asegura.
Lo de la familia y la abuela no es el único símil de su repertorio. Para explicar la fuerza de la izquierda abertzale habla de su funcionamiento “con un ecosistema propio, con sus medios, sus abogados, sus expresiones, sus códigos, que toca a todos los estratos sociales”. Ese entramado poco permeable es lo que dota de cohesión al colectivo “y le ha llevado a resistir nada menos que una ilegalización”. Pero no ve al colectivo alejado y marginado en la sociedad, sino en ella. "En la Euskal Herria profunda también se ve Telecinco", ironiza. “Pero es el factor ETA el que marca la frontera entre ambas partes del ecosistema”.
¿Cuáles son las partes del ecosistema? La política o las armas, en términos absolutos, pero también el ser un movimiento indeterminado o un partido asentado “compitiendo de tú a tú con los grandes”, con sus militantes y congresos. En esa lucha Retortillo cree que “se quiere seguir siendo un movimiento, no un partido, porque es una de sus fuerzas”, pero que no se pueden quedar sólo en eso. “Está muy bien lo de la calle y demás, pero para hacer política hacen falta las instituciones, y la izquierda abertzale ha echado de menos las instituciones sólo cuando las ha perdido”, asegura. “Ese movimiento necesita un núcleo, una dirección política, y eso es la vieja Batasuna, que busca una acumulación de fuerzas bajo su dirección”.
Y mientras la izquierda abertzale intenta aglutinar fuerzas para seguir creciendo los demás se debilitan: “PSOE, PP y PNV se centran en quitar fuerza a los discursos del otro al tiempo que la izquierda abertzale sale beneficiada”, comenta. "Entre todas la mataron y ella sola se murió", sonríe. La perspectiva de la izquierda abertzale, en cualquier caso, también presenta sus retos: superar su techo actual “será muy complicado”, y parte de cómo puedan afrontar el futuro dependerá de su rumbo en Navarra, donde luchan dos modelos diferentes de izquierda abertzale: el de Bildu y el de Aralar dentro de Nafarroa Bai.
Bildu “ha pegado un buen tarisco a Nafarroa Bai”, dice, “y habrá que ver cómo se articula la vieja aspiración de la izquierda abertzale de aglutinar fuerzas y cuál será la hegemónica: hasta ahora en Euskadi Aralar era minoritario y en Navarra los minoritarios eran los demás, pero las cosas han cambiado”, dice. “Navarra es el relativo fracaso de la izquierda abertzale, pero a la vez su éxito: allí eran hegemónicos en el nacionalismo porque el PNV es residual. Por eso concentraron su esfuerzo en presionar a Nafarroa Bai y algo han conseguido: casi se han comido a Aralar”. Así las cosas, Nafarroa Bai ha pasado de doce escaños a ocho, y Bildu ha irrumpido con siete en Navarra: la pelea por ver qué grupo de izquierda abertzale es el hegemónico en Navarra está servida.
En Navarra, donde está Lizarra, podría cerrarse la herida política de la izquierda abertzale, herida que Retortillo describe en “dos grandes traumas”. “El primero, la ruptura de la tregua de Lizarra, que tuvo como consecuencia el nacimiento de Aralar, y el segundo, el atentado de la T4, que tuvo como consecuencia el crecimiento de Aralar”. En su opinión son heridas pequeñas, “como pequeña ha sido la repercusión de las disidencias de los presos porque los demás partidos no han hecho de caja de resonancia de esas disidencias”. Pero pequeña o grande esa herida existe y duele. ¿Terminará con el reencuentro de Aralar y lo que queda de Batasuna en Bildu? “Habrá que verlo”.
Fuente: lainformacion.com
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